La Semillera

Aunque nos quieran hacer creer lo contrario, el capitalismo es un sistema enemigo del pequeño comercio. La relación compra-venta, en su distancia más corta, resulta absorbida por la expansión de un comercio global que se establece de manera uniforme en puntos de venta denominados franquicias. De esta manera, a la vez que dinamiza el ciclo de distribución de productos multinacionales, asfixia el esfuerzo del pequeño negocio familiar. Esa es la tendencia.

Sin irnos más lejos, sirva como ejemplo la franquicia del Starbucks establecida en Madrid en la calle Virgen de los Peligros, esquina Alcalá, donde en los tiempos de Valle-Inclán se levantaba el famoso café Fornos, establecimiento típico de la capital que albergaba a toda la bohemia de la época. En el mismo sitio donde el poeta Pedro Luis de Gálvez paseaba el cadáver de su hijo recién nacido dentro de una caja de zapatos, hoy quedan los adolescentes a tomar muffins de vainilla industrial y café en vasos de cartón con pajita. Lo hacen mientras se empantallan y atontan con sus teléfonos móviles. El capitalismo, en su afán destructivo, tampoco deja intacta la función vital que cumple la memoria.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días nos enteramos de que una librería agoniza, otra más, víctima del capitalismo y de sus huestes bárbaras, armadas con los números rojos de la ruina. La librería, en cuestión, está situada también en Madrid, en la calle Carranza y se llama La Semillera. Bonito y evocador nombre para un espacio abierto en cuyo fondo asoma un pequeño jardín con sus sillas y sus mesas dedicadas al acto más revolucionario que se puede llevar a cabo en estos momentos: la lectura.

Duele ver cómo, en tiempos tan feroces, los gobiernos se comportan como títeres del capital y rescatan bancos, dejando a librerías y a pequeños comercios ahogarse en las negras aguas de la indecencia. Es una vergüenza formar parte de un sistema que día a día, y noche tras noche, es amparado por los distintos ministros -y ministras- de cultura que hemos venido sufriendo.

El último no sé cómo se llama, ni me importa, pero si ha brillado por algo el hombre, ha sido por su ausencia. Igual que el anterior o como la otra, o la otra más. Son hombres y mujeres floreros que montan en coche oficial con nuestros impuestos y que no merecen respeto alguno, ya que, consienten que una librería eche el cierre debido a la poca ayuda que la tienda recibe. Cuando el propio sistema que hemos creado es nuestro peor enemigo, lo único que queda es denunciarlo. Por eso, hoy, esta doliente pieza.