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Entrevista Espía que se infiltró en ETA

Mikel Lejarza, 'lobo': “Sé a ciencia cierta que hay un grupo que me está buscando para matarme”

Iñigo Aduriz

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En Yo confieso. 45 años de espía (Roca Editorial, 2019), Mikel Lejarza (Bizkaia, 1947), el 'lobo' que se infiltró en ETA en los años 70 del siglo pasado, contó su historia en primera persona con la ayuda del periodista Fernando Rueda. Tres años después, ambos publican Secretos de confesión (Roca Editorial, 2022), unas nuevas narraciones de la vida de Lejarza desde un punto de vista más personal.

El libro da voz a personas que habían permanecido en la sombra, personas con las que el espía compartió partes trascendentales de su vida como jefes, colaboradores o familia que nunca habían hablado sobre su relación con él. La publicación coincide con los 50 años del inicio de la operación Lobo, pero medio siglo después la vida de Lejarza está marcada por la leyenda creada por ETA de que cualquiera de sus miembros siempre llevaba una bala reservada para matarlo. Con la banda terrorista ya desaparecida, él cree que esa amenaza sigue latente, por lo que se mantiene escondido, viviendo una vida secreta de la que cree que no va a poder desprenderse nunca.

El formato de esta entrevista está marcado precisamente por esa condición. Rueda visitó la redacción de elDiario.es esta semana y, una vez allí, telefoneó a Lejarza que, desde un lugar desconocido, respondió a las preguntas de este periódico a través del móvil.

La publicación sale a la venta el próximo 24 de noviembre y será presentado en Madrid el 29 de ese mismo mes, antes de hacer lo propio en Barcelona, Vigo, Gijón, Bilbao, Soria, Badajoz, Cáceres, Murcia, Granada y Málaga.

El libro trata de humanizar a Mikel Lejarza. ¿Cuándo y por qué surge la idea de publicarlo?

Fernando Rueda: Yo le había dicho a Mikel que se habían escrito cosas sobre él, pero que lo que faltaba era que él contara su propia historia y que hubiera gente que nunca había hablado, que había convivido con él, que también contara la suya.

Hay numerosos testimonios de personas cercanas.

F. R.: Sí, la idea era contar también esas historias. De hecho, Secretos de confesión parte de esos testimonios de las hermanas.

Como periodista, analista y experto también en informar sobre los servicios secretos y de las personas que trabajan allí, ¿de qué manera afecta al entorno de una persona el hecho de que esa persona haya tenido que vivir de forma oculta? ¿Cuál es la huella que deja en todo su entorno ese paso por los servicios secretos?

F. R.: Es tremenda. Yo había tratado con gente de todo tipo del mundo de las alcantarillas, pero nunca había tenido esa experiencia. Para finalizar el libro mantuvimos unas conversaciones y ahí descubrí que Mikel no se había planteado muchas cosas. Se cumplen 50 años de la infiltración y Mikel en realidad no ha analizado detenidamente lo que pudo sentir su familia. ¿Y por qué? Yo creo que era tan duro lo que él estaba pasando que prefería –y eso es una interpretación mía– no pensar lo que podía pasarles. Para mí ha sido absolutamente una sorpresa porque digamos que era algo que le superaba.

En el libro destacan que se trata de un homenaje a una persona que “ha dedicado su vida” a realizar un servicio a la sociedad, pero que muchas veces es oculto. ¿El homenaje es necesario porque no le ha llegado por otra parte?

F. R.: Mikel sigue viviendo escondido y yo creo que que no le han hecho el reconocimiento que se merece. No solamente por su infiltración en ETA. Estuvo también en la lucha contra el narcotráfico. Han sido 50 años de espía. Y yo sí creo que era necesario ese homenaje.

[En este momento de la entrevista, Fernando Rueda llama por teléfono a Mikel Lejarza y pone el altavoz para poder hablar con él.]

Justo antes de que le llamáramos hablábamos que el libro se planteó como una especie de homenaje a toda su trayectoria. ¿Era necesario esta especie de agradecimiento porque no le ha llegado por donde le tenía que llegar?

Mikel Lejarza: Es la continuación de Yo confieso y se trataba de cerrar el ciclo, como una especie de despedida. Cualquier agente de inteligencia pues lógicamente esté dentro o fuera del espionaje no escribe libros o no debería escribirlos. Pero en mi caso me traicionaron, me vendieron por dinero, y no fueron mis propios compañeros pero sí las fuerzas de seguridad del Estado. Entonces te descubren, te venden por dinero y a nadie le importa un carajo. Además, como en aquel momento venía bien poner la cabeza mía en la picota, porque eran los momentos difíciles de los tiempos del GAL y había que echarle el muerto a alguien, pues aprovecharon las circunstancias. Entonces llega un momento en que dices 'ya está bien', porque ya te ningunean. Y consideras que por lo menos es necesario que se sepa mi verdad. La verdad.

No ha respondido a mi pregunta. ¿Ha echado en falta un homenaje por parte del Estado?

M. L.: Después de 50 años lógicamente te encantaría que el Estado hiciera algo. Pero no lo ha habido. No ha habido un director que se haya mojado. Tampoco lo esperaba.

En el libro sí hay unas palabras del exdirector del CNI Alberto Sáiz reconociendo su labor. Imagino que eso sí le reconforta.

M. L.: Sí, sí, exactamente. Mucho, porque no me lo esperaba tampoco. Que lo haya hecho es importantísimo.

También hay una frase de sus padres: “¡Hijo, qué viejo te veo!”. En el espionaje, ¿el trabajo que se realiza supone semejante desgaste para una persona como para que no le reconozcan ni los suyos?

M. L.: El desgaste es increíble. Es una vida muy complicada, muy difícil, que además arrastra a tu familia directa y al resto. El sufrimiento es continuo y te va matando poco a poco.

Durante todo el relato hablan como si ETA [que dejó de matar en 2011 y desapareció en 2018] o alguno de sus elementos siguieran existiendo. ¿Es así como lo ve?

M. L.: Se ha acabado una forma de ETA. Gracias a Dios se ha acabado el tema de los asesinatos, o sea, lo que es la ETA armada. Pero ellos han sembrado ahí [en el País Vasco] un odio que va a perdurar a través de los años. Esto no se acaba tan fácil. Si se terminaron los asesinatos fue porque se tenían que acabar, porque ya no podían con las fuerzas del orden, no podían con un servicio de inteligencia tan avanzado, o sea que por narices tenían que dejarlo. No había otro modo. Pero quedan resquicios ahí y todavía hay un grupo y yo lo sé de primera mano. Los viejos agentes tampoco dejamos totalmente las cosas olvidadas. Y tenemos nuestros propios informadores. Sé a ciencia cierta que hay un grupo que me está buscando para matarme. Sigo siendo su primer objetivo y no soy el único. Pero yo soy el primero y siguen, tienen ese pincho clavado de tal manera que no van a parar hasta que no lo saquen.

Frente a la ilusión por el fin de ETA, ¿considera que en la sociedad vasca existe una suerte de decepción con los pasos dados por la izquierda abertzale en los últimos años a la hora de desmarcarse del pasado del terrorismo?

M. L.: La ilusión ya existía en el País Vasco cuando en los 80 ETA político-militar dijo que abandonaba todo y luego fueron los años más duros. El pueblo se desilusionó. Lo que pasa que el pueblo se calla y tiene miedo. Se huele en el ambiente y se percibe.

Con el paso del tiempo, ¿considera que ha merecido la pena su labor de espionaje? ¿El desgaste que ha producido su trabajo en su entorno cree que se ha compensado de alguna manera con los resultados obtenidos?

M. L.: Yo entré a trabajar en esto para acabar con los asesinatos, para acabar con ETA, con la lucha de ETA. Y el golpe de mi infiltración fue fuerte, muy fuerte. Fue fortísimo, más de lo que la gente se imagina. Pero el problema es que no se siguió después bien. O tampoco me dejaron a mí seguirlo porque podría haberlo seguido. No sé a dónde hubiera llegado, pero yo hubiera dado la vida. He vivido la vida solamente por saber que voy a salvar unas cuantas vidas después.

¿Tiene la constancia de haber salvado vidas?

M. L.: Es feo decirlo, pero sí, tengo constancia de ello. Eso te hace grande, o sea, por dentro. Tú mismo te sientes bien. Pero también tengo la espina clavada de eso, de no haber podido terminar mi labor.

Dicen que el libro es como una especie de despedida. ¿Va a dejar Mikel Lejarza de trabajar para los servicios secretos?

M. L.: Va a cambiar totalmente de panorama. Seguiré trabajando con las fuerzas de seguridad del Estado, Policía, Guardia Civil o el CNI me da lo mismo. Lo que quiero es olvidar a la figura del lobo con el CNI. Yo ya tengo mi lobo negro preparado. Y muy preparado. Muy avanzado. Además los muchachos ahora vienen fortísimos y súper preparados y eso a mí me me da alegría, saber que tengo ahí gente. Nos dedicaremos más al tema de ciberseguridad, pero ciberseguridad para ayudar tanto a las fuerzas de seguridad del Estado como para ayudar a las grandes empresas españolas, a las pequeñas y medianas, a la economía española. Es un cambio plano. Se cambia de redil.

Hay un apartado del libro en el que se aborda el aspecto psicológico de un espía, de un infiltrado. ¿Ha necesitado alguna vez ese tipo de ayuda psicológica para poder sobrellevar su trabajo?

M. L.: Yo puedo hablar por mí y no he necesitado ninguna ayuda ni la necesito. Yo me miro al espejo cada mañana y digo: muchacho, adelante, voy y tiro para adelante. He tenido momentos muy difíciles, muy, muy difíciles. Pero tienes que tener siempre una meta o un fin, o tienes que tener fe o tienes que tener algo que te ayude. Mientras estés de pie, estás de pie. Y cuando mueres, pues mueres con las botas puestas. Ya está. Que sea de una manera o de otra. O sea que si viene una bala un día y uno se muere es mejor que morirse en un hospital.

¿Cree que en algún momento va a poder mantener una vida normal, sin la necesidad de esconderse?

M. L.: Por desgracia no podré ver eso nunca. Está clarísimo que eso no puede ser. La sentencia [de muerte] ETA la hizo suya, pero lo ha hecho también para todo el pueblo. Siempre puede haber algún loco por ahí que quiera hacerse el valiente y me dispare.

F. R.: Hemos hablado a veces de Salman Rushdie, que es el caso más parecido que hay.

M. L.: Es que ahora es mucho más fácil, porque ahora vienen, te pegan dos tiros y resulta que dicen que ha sido delincuencia porque ahora a Bildu no le interesaría reivindicarlo porque ahora están muy acomodados. Lo dejarían como un tema de delincuencia y tú te mueres porque un delincuente te ha pegado dos tiros. Ya está. Entonces es mucho peor, porque antes por lo menos morías porque habías hecho, habías trabajado por tu país. Por eso yo también lo voy a hacer más complicado. Lo voy a hacer bastante complicado para que no puedan hacerlo.

El diario El País publicó recientemente una entrevista con el exministro del Interior, José Barrionuevo, condenado por su participación en los GAL, en la que justificaba la guerra sucia contra ETA. ¿Cómo ve esas justificaciones? ¿Le sorprendieron?

M. L. No, para mí fue una una barbaridad lo que hicieron. No se puede jugar así. Un Estado tiene que tener medios suficientes y de sobra para luchar con las formas legales. Pero encima es que lo hicieron mal, muy mal. Fue un desastre.

¿Entiende que Barrionuevo lo justificara?

M. L.: La gente que estaba en el tema tiene que buscar alguna justificación. Todo el mundo, cuando ha hecho una cosa mala, lo primero es intentar justificarse, ¿no?

En el libro también se le considera como “uno de los más fascinantes personajes de los últimos 40 años de la historia de España”. ¿Cómo le gustaría que se le recordara en el futuro?

M. L.: Me gustaría que se me recordara por lo que yo pienso de hacer ahora, de aquí en adelante. Como le he dicho antes, quiero dedicarme a la ciberseguridad y temas sociales. Y me gustaría más que se me recordara así. Creo que ya hemos tenido lobo para un tiempo y dejo el hueco para los siguientes lobos que ya están ahí.