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Al Shabab, la pesadilla yihadista que no cesa

EFE

Nairobi —

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Ni los drones de Estados Unidos, ni las tropas de la Unión Africana, ni el Ejército somalí: nadie ha podido derrotar aún al grupo yihadista Al Shabab, que lleva catorce años sembrando el terror en Somalia y en países vecinos como Kenia.

Al Shabab se despidió de 2019 con un vehículo bomba que causó el 28 de diciembre en Mogadiscio más de ochenta muertos, en un atentado que tenía como objetivo un convoy de Turquía, país aliado del Gobierno Federal somalí pero que los islamistas tildan de “invasor”.

Fue la peor masacre terrorista de Somalia desde el 14 octubre de 2017, cuando la explosión de dos camiones bomba segó la vida de más de 500 personas en la capital. Nadie se atribuyó la matanza, pero muchos sostienen que llevaba la siniestra firma de Al Shabab.

Los yihadistas también dieron una violenta bienvenida al 2020 cuando el pasado 5 de enero atacaron una base militar en la turística costa de Lamu, en el sureste de Kenia y cerca de la frontera con Somalia, que usan soldados kenianos y estadounidenses.

El asalto ocasionó la muerte de tres estadounidenses, un uniformado y dos contratistas, en la embestida más descarada y exitosa del grupo somalí contra Estados Unidos.

Pese a ceder poder territorial y sufrir constantes ofensivas militares en la última década, estos ataques -entre otros menos sonados acaecidos este mes- evidencian una capacidad de resiliencia de Al Shabab sin parangón en África.

Frente a los agoreros que vaticinan una y otra vez su declive, la milicia radical ha demostrado que “es resistente” y “se adapta a sus obstáculos para superarlos”, comenta a Efe Meron Elias, experta del laboratorio de ideas International Crisis Group (ICG) en Nairobi.

MÁS DE 31.000 MUERTOS EN LA ÚLTIMA DÉCADA

En los últimos diez años, más de 31.000 personas (incluidos casi 4.500 civiles) han perecido por ataques de Al Shabab, que en 2016 rebasó al grupo yihadista nigeriano Boko Haram como la organización terrorista más letal del continente africano, según cifras de Armed Conflict Location and Event Dataset (ACLED), entidad especializada en la recopilación desglosada de datos sobre conflictos.

Para entender el origen de este terrorismo que amenaza la seguridad no sólo de Somalia, sino de la región del Cuerno de África -Kenia, en particular- y, por ende, de la comunidad internacional, conviene viajar en el tiempo hasta 2006 y detenerse en Mogadiscio.

En junio de aquel año, la capital de Somalia, país asfixiado por la guerra civil y el caos que siguió al derrocamiento del dictador Mohamed Siad Barre en 1991, cayó en manos de la Unión de Cortes Islámicas (UCI), una coalición de tribunales musulmanes opuesta al entonces Gobierno Federal de Transición somalí.

Vista desde el exterior como un peligro para la región y, sobre todo, para la vecina Etiopía, la UCI -que tenía como brazo armado juvenil a Al Shabab- fue expulsada de Mogadiscio en diciembre de 2016 por el Ejército etíope con el apoyo de Estados Unidos.

En reacción a la invasión de Etiopía, Al Shabab (“La juventud”, en árabe) pasó de ser un grupo modesto a transformarse en la facción armada más extremista y poderosa de Somalia.

La milicia, que se afilió en 2012 a la red terrorista Al Qaeda, “cuenta hoy con entre 8.500 y 10.000 combatientes a tiempo completo en Somalia”, señala a Efe el consultor de seguridad Andrew Franklin, un exmarine estadounidense afincado en Kenia desde 1981.

Al Shabab, matiza Franklin, “es una organización nacionalista que busca liberar Somalia de influencia extranjera” y crear un “Estado islamista”, en contraposición a Siad Barre, “que con su socialismo científico tenía una visión secular de lo que debía ser Somalia”.

El grupo alcanzó su cenit en el albor de la pasada década, cuando dominaba importantes urbes y barrios de Mogadiscio, donde el Gobierno Federal de Transición, respaldado por la comunidad internacional, sobrevivía en un reducido territorio de la capital.

Sin embargo, la suerte de Al Shabab pareció evaporarse a mediados de 2011 por la presión de la misión de paz de la Unión Africana (AMISOM), presente en el país desde 2007 e integrada por unos 21.000 militares, que acabó echando a los yihadistas de Mogadiscio.

Desde entonces, recalca Meron Elias, los fundamentalistas han perdido numerosos bastiones y encajado “una merma de su influencia”.

No obstante, todavía controlan vastas áreas rurales en el centro y sur de Somalia y mantienen una red de espías en ciudades como Mogadiscio, donde perpetran atentados casi a diario.

En sus feudos, el grupo detenta un poder absoluto hasta el punto de actuar, en palabras de Franklin, como “un Estado dentro del Estado”.

“Al Shabab -asevera el exmarine- está esencialmente en todas partes. Y aprovecha los recursos de los entre 800.000 y un millón de personas que administran” en áreas en las que, ante la ausencia del Gobierno central, ofrecen justicia, atención sanitaria y seguridad.

Con prácticas mafiosas “como en Sicilia”, añade el analista, se beneficia de una enorme financiación que emana de la extorsión sobre el comercio y la ayuda humanitaria o el tráfico de carbón vegetal, ingresos que le permiten “adquirir toda una gama de armas en los mercados internacionales”.

TRUMP, AZOTE CONTRA LOS YIHADISTAS

AMISOM destaca hoy como principal baluarte de la lucha contra Al Shabab, ayudada por el Ejército somalí (entrenado por potencias como la Unión Europea, pero aún corto de efectivos -unos 11.000- y mal equipado) y el Mando Militar de Estados Unidos en África (AFRICOM).

EE.UU., que tiene unos 500 soldados desplegados en Somalia, ha ofrecido seis millones de dólares de recompensa por la captura del líder de Al Shabab, el “emir” Ahmed Umar, que maneja las riendas del grupo desde la muerte en 2014 de su antecesor, Ahmed Abdi Godane, por un bombardeo aéreo estadounidense.

Tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017, la potencia norteamericana designó Somalia como “zona de hostilidades activas”, decisión que en la práctica permite a los mandos castrenses efectuar ataques sin aprobación al más alto nivel.

Desde esa fecha, EE.UU. ha incrementado los ataques con drones para diezmar a Al Shabab, con un saldo de cerca de 900 muertos (incluidos más de 50 civiles), según cifras del Buró de Periodismo de Investigación (TBIJ, en sus siglas inglesas).

En 2019, sin ir más lejos, el Ejército estadounidense realizó 63 bombardeos de ese tipo, más que en ningún año desde 2007, cuando empezó su ofensiva contra la milicia, de acuerdo al TBIJ.

“Al Shabab es despiadado y debe ser atajado antes de que la red amplíe su alcance a otros sitios para cumplir su deseo declarado de atacar a ciudadanos estadounidenses en su país natal”, advirtió recientemente el comandante de AFRICOM, general Stephen Townsend.

Esos ataques, que provocan bajas en las filas yihadistas, también secundan operaciones terrestres de fuerzas especiales somalís que adiestra Washington para arrebatar control territorial a Al Shabab.

Sin embargo, apunta Franklin, el problema radica a menudo en que “no hay tropas para ocupar y retener los lugares reconquistados”.

LOS TENTÁCULOS DE AL SHABAB EN KENIA

Los drones estadounidenses tampoco han impedido que Al Shabab extienda sus tentáculos de reclutamiento a países limítrofes como Kenia, en el punto de mira de los yihadistas desde que en octubre de 2011 su Ejército invadiera Somalia en represalia por una oleada de secuestros atribuidos al grupo terrorista en su territorio.

El año pasado, Al Shabab aseguró haber alistado a “un ejército de combatientes de la propia población keniana”, una alegación sin pruebas fehacientes pero que tuvo un reflejo en el ataque al selecto hotel Dusit D2 de Nairobi perpetrado el 15 de enero de 2019.

El atentado, cometido por un suicida y cuatro pistoleros que abrieron fuego a discreción y asesinaron a 21 inocentes, fue obra de tres kenianos y dos somalís vinculados al campo de refugiados de Dadaad (noreste de Kenia).

Mal que le pese a la comunidad internacional, pocos dudan de que Al Shabab “se ha convertido en la principal alternativa” al Gobierno somalí, lastrado por la inefectividad, la corrupción y las disputas regionales y de clanes rivales, como explica a Efe Tricia Bacon, exanalista de antiterrorismo del Departamento de Estado de EE.UU.

¿Se puede, pues, derrotar a Al Shabab por medios exclusivamente militares? “Absolutamente no”, responde esta profesora de la American University de Washington.

“Ha quedado muy claro -concluye Bacon- que la fuerza militar no basta para vencer al grupo. Debe haber mejoras drásticas en la legitimidad y capacidad del Gobierno Federal. Finalmente, tendrá que haber una dimensión política para poner fin a este conflicto”.

Pedro Alonso