En la mirada de Herminio Rodríguez brilla el mismo entusiasmo desbordante y contagioso de Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar a sus alumnos y alumnas de un pueblo de Burgos en los albores de la Guerra Civil. Hoy son los niños del CEIP San Ignacio del Viar –una pedanía sevillana que no alcanza los 700 vecinos– quienes sueñan con un lugar que tampoco han visto nunca: la Luna.
Los alumnos de Benaiges imaginaron el mar en un cuaderno escolar; los de Herminio se han preguntado qué derechos y deberes deberían tener los niños en la Luna. De esa reflexión nació la primera Constitución Lunar, un texto que aspira a sentar las bases de un futuro asentamiento humano fuera de la Tierra, y que ya ha trascendido las paredes del aula hasta alcanzar a la propia NASA. La agencia espacial ha invitado a una expedición del colegio sevillano a presentar su proyecto en el Centro Espacial Kennedy, el epicentro de las operaciones espaciales estadounidenses.
Ese viaje a Cabo Cañaveral (Florida) —previsto para marzo de 2026, en el marco de la misión Artemis II, la primera tripulada al entorno lunar en más de medio siglo— será, en palabras de Herminio, “el colofón” a un proyecto pedagógico que coordina desde hace dos años. Durante todo ese tiempo, “los niños han ido adquiriendo competencias y conocimientos sintiéndose partícipes de un sueño”, como asegura este docente de vocación, que lleva 25 años inculcando a sus alumnos la “valentía” de soñar alto.
Herminio Rodríguez se define a sí mismo como “un poco quijote”. Lleva un cuarto de siglo ejerciendo la docencia como forma de vida, guiándose por su regla de las tres P: “Pasión, perseverar y planificar bien tu trabajo”. Los tres principios que rigen su labor como maestro. Con esa brújula ha logrado que una escuela rural se convierta en un pequeño laboratorio de sueños.
“Desde lo más sencillo se consiguen las cosas más extraordinarias; el éxito de los proyectos no está en tener grandes recursos, sino en creer que es posible”, afirma Herminio, quien ha comprobado que esa “locura” se contagia. Además de la comunidad educativa al completo, las familias y el propio pueblo, el maestro que prometió la NASA a sus alumnos ha contado con el respaldo de abogados espaciales, científicos y otras muchas personas e instituciones que, como él, creen en el poder transformador de la escuela.
La clave está en “hablar desde el corazón”. Porque “cuando lo que haces es por los niños y vas con humildad llamando a puertas, las puertas se abren”. Y en el camino de la Constitución Lunar se han abierto muchas: los niños del CEIP San Ignacio del Viar han conocido a Sara García, bióloga molecular elegida por la Agencia Espacial Europea (ESA) como astronauta de reserva; han presentado su trabajo en el propio centro de operaciones de la ESA en Frankfurt; también ante la ministra de Educación, Pilar Alegría; y, recientemente, se han reunido con el astronauta Pedro Duque en las instalaciones de Hispasat, el principal motor de la innovación en el sector aeroespacial español.
Así han logrado conformar “una red de conexiones extraordinaria”, que parte de la ilusión de unos niños en una pequeña pedanía, de una comunidad educativa “implicada a todos los niveles” y del apoyo de las instituciones. Pero detrás de cada logro, Herminio reconoce que hay “muchas horas de trabajo silencioso” por parte del profesorado, más entusiasmo que recursos y una fe inagotable en el valor de la educación.
Ahora, la invitación de la NASA supone un gran paso para este colegio rural de apenas 70 alumnos, por el simbolismo que encierra el viaje. “Al final algo sencillo e inocente ha ido ganando potencia y energía hasta llegar a dónde no imaginas que podías llegar”, resume Herminio. Cada uno de los pasos que ha ido dando el proyecto de la Constitución Lunar, una vez cruzó las fronteras de San Vicente del Viar, ha significado para el colegio y las familias expandir el horizonte de unos niños que, en muchos casos, “ni siquiera conocían la Torre del Oro” ni habían pisado nunca la capital andaluza.
En esa misión, el papel de Herminio como maestro ha sido servir de puente entre los pequeños y el mundo. Por eso, más allá del viaje, el proyecto ha sembrado en los alumnos valores como la autoestima, la curiosidad y la valentía de soñar, confiando en que los sueños pueden despegar desde cualquier lugar. “En la escuela es donde se siembra la semilla de lo que van a ser, yo lo que quiero es animarles a que sean lo que quieran, pero que se permitan soñar alto”, asegura este profesor quijote, que solo recobrará la razón cuando “me vaya a jubilar”.
Herminio creció también con esa mirada inquieta y curiosa que trata de transmitir a los niños. A él fue su padre el que le inculcó el interés por el espacio cuando, en aquellas noches estrelladas de verano, se preguntaba mirando fijamente el cielo: “Quién habrá hecho esta bóveda tan perfecta”. Esa curiosidad lo ha acompañado desde entonces y ha inspirado su trabajo con los niños. Hoy está convencido de que “cuando una escuela sueña, la sociedad sale beneficiada”.
Aunque sea en un rinconcito del mundo, “ese lugar será mejor”, subraya este docente enamorado de la energía que se respira en los colegios rurales. En ese contexto, el proyecto de la Constitución Lunar ha logrado emocionar a las familias, los vecinos, el ayuntamiento… que se han volcado hasta conseguir colocar en el mapa a esta pedanía sevillana. La visita a la NASA es solo la culminación visible de un proceso que ha transformado a quienes lo han vivido: niños que nunca habían salido de su aldea y ahora preparan discursos para defender los derechos humanos… más allá de la Tierra.
El trabajo de la comunidad educativa ha dado como resultado un documento pionero y universalmente accesible (cuenta con caligrafía adaptada para personas con dislexia, traducciones a varios idiomas y versión en braille para personas con discapacidad visual), que combina valores de justicia, igualdad e inclusión aplicados al espacio.
Más que un ejercicio simbólico, la Constitución Lunar se plantea como un auténtico marco jurídico escolar que complementa y amplía los principios del derecho espacial actual. Regula la protección de la infancia, la no apropiación de la Luna, la cooperación y solidaridad entre pueblos, el uso “exclusivamente pacífico del espacio” y la preservación del entorno lunar. Su propósito, según recoge el texto, es garantizar “una convivencia pacífica y justa” en la Luna y preservar los beneficios para las generaciones presentes y futuras.
El proyecto, además, aspira a acercar “la ciencia a la cultura de la sociedad” y promover una mirada ética hacia el futuro partiendo de los desafíos del presente. Entre sus artículos figura el principio de exploración, que reconoce el derecho de todas las personas a explorar la Luna, junto con otros derechos tan universales como la educación, la sanidad, la vivienda o el derecho a jugar. En conjunto, los fundamentos de la Constitución Lunar invitan a imaginar un mundo —en la Tierra o fuera de ella— más justo, solidario e inclusivo.
Como aquel maestro que prometió el mar, Herminio ha enseñado a sus alumnos que no hay límites más allá del cielo. Que la educación es un motor de sueños, esperanza y libertad, capaz de transformar incluso los rincones más pequeños del planeta. Y así, desde un aula rural de Sevilla, un grupo de niños ha aprendido que el futuro —ya sea en la Tierra o en la Luna— siempre empieza con alguien que se atreve a soñar.
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