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Empobrecerse por las buenas o por las malas, la receta para salvar el planeta

Peio H. Riaño

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La temperatura global de la superficie se ha calentado desde 1970 a mayor velocidad que en cualquier otro periodo de 50 años de los últimos dos milenios. El mundo necesita que paremos y dejemos de emitir gases. La supervivencia del ser humano y del resto de especies pasa por una reducción rápida y profunda de nuestro comportamiento en los próximos siete años, antes de 2030. Es la conclusión del nuevo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) para evitar el calentamiento global a 1,5 grados este siglo. “Una revolución”, pronostica al otro lado del teléfono Jorge Riechmann, ensayista, poeta y ecologista, profesor de moral y política en la Universidad Autónoma de Madrid.

Es la única manera de lograr que la economía atienda a la convivencia democrática y a las necesidades de la comunidad, con una revolución. La revolución del empobrecimiento. El profesor Riechmann cree que hay una mínima posibilidad de salir de la trampa que nos hemos creado, pero la salida pasa, primero, por reconocer que estamos dentro de la trampa. Si no acabamos con el negacionismo, estamos condenados. Si no acabamos con el negacionismo, seguiremos ciegos. Y cuando dejemos de negar las evidencias, propone el profesor, entenderemos que limitarnos, controlarnos y renunciar es la única posibilidad de sobrevivir. Y de ser libres.

El nuevo ensayo de Jorge Riechmann se titula Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la libertad (Icaria editorial), en el que trata de resolver cómo ser libres en una sociedad de restricciones ecológicas. El libro es una impugnación de los defensores del individualismo y de los gurús que despliegan sus trucos retóricos para hacernos creer que esta es la mejor sociedad para vivir, que nunca antes el individuo había podido ser más libre y digno. ¿Esto es así? ¿Es la defensa de nuestra libertad individual la fórmula para lograr que, además de ser la mejor época para vivir, no sea la última?

Lo que está en juego son las condiciones de habitabilidad de la Tierra, no sólo el calentamiento global. No es un asunto de incomodidad en verano, es un planeta habitable o un infierno en el que no podamos vivir

Un problema de definición

Un neoliberal ofrecería una definición de libertad antagónica a la de Jorge Riechmann. La libertad que reclama el capital tiene una misión: escapar del control democrático. O tomarse una caña. La consecuencia es “una sociedad industrial desbocada”, apunta el ensayista. Una sociedad en manos de una “megamáquina tecnocapitalista” que conduce a la autodestrucción.

Es necesario, explica, tomar el control de esa megamáquina para evitar el abismo ecológico-social hacia el que nos precipitamos. Habría que desactivar la reproducción ampliada del capital, el avance caótico de la tecnociencia, la aceleración social y la lucha competitiva militarizada entre el puñado de Estados y megaempresas que hoy determinan la geopolítica mundial. “Y esa revolución mundial de signo ecosocialista-ecofeminista tendría que tener lugar en tiempo récord”, añade Jorge Riechmann.

El choque de civilizaciones que mantenemos en nuestros días es por la definición de libertad que debe organizar nuestras relaciones sociales. Unos defienden la libertad como poder ilimitado y otros, la libertad como autocontrol. Para los primeros solo existe el beneficio; para los otros, la salvación como especie. A un lado está la ciencia al servicio del capital y al otro, la ciencia al servicio de la sociedad.

“En el libro pregunto en qué medida podemos considerarnos libres. Por eso me gusta la imagen del navegar de bolina: navegar en contra de la dirección del viento. Es decir, hay que aceptar que estamos sometidos a muchas condiciones y determinaciones, pero podemos navegar en contra para avanzar”, explica el autor desde su casa en Cercedilla, con el informe del IPCC aún caliente y la moción de censura presentada por Vox en este marzo de 2023 retorciéndose en el Parlamento español.

“La libertad es mucho más frágil de lo que parece”, acaba de decir Iván Espinosa de los Monteros en el Congreso de los Diputados, para alarmar a los españoles sobre el Gobierno de Pedro Sánchez. “Desde luego la libertad es un concepto en disputa”, indica Riechmann.

No se trata de salvar el planeta: la cosa va de no convertirnos en asesinos de nuestros hijos e hijas, nietas y nietos

Propone una definición de libertad limitada por las libertades de los otros, por una libertad de grupo, de comunidad que se defiende de su extinción… “Marx era muy consciente de la interdependencia. La autonomía solo puede ser autonomía colectiva. Debemos tomarnos en serio que el otro existe. Dejar existir al otro ser humano, pero también al resto de especies. Limitarnos para dejar existir. La libertad es convivencia. La libertad es limitarse para vivir. No podemos seguir siendo individuos aislados, que compiten unos contra otros. Nuestra libertad depende de los vínculos que hagamos con la comunidad. Esto no es una traba de la libertad, sino la condición para que la libertad sea posible”, sostiene Riechmann. De ahí la expresión “bailar encadenados”.

Asesinos o salvadores

Así que la pregunta que lanza este ensayo capital para hacernos entender nuestras nuevas responsabilidades como sociedad libre es si podemos hacernos con el control de nuestro destino y convertirnos en administradores de los recursos del planeta. No en destructores de los mismos. La respuesta positiva es la que reclaman los informes científicos del IPCC, que exigen una sociedad responsable con sus actos. “No se trata de salvar el planeta: la cosa va de no convertirnos en asesinos de nuestros hijos e hijas, nietas y nietos”, asegura Riechmann.     

“O nos empobreceremos colectivamente por las buenas o por las malas”, advierte. “Mi propuesta de ecosocialismo descalzo trata de ayudar a que tomemos el camino de 'por las buenas', deshaciéndonos de ilusiones e impulsando dinámicas de decrecimiento material y energético, redistribución masiva, educación en la 'igualibertad', relocalización productiva, tecnologías sencillas, agroecología, recampesinización de nuestras sociedades, renaturalización de zonas extensas de la biosfera, cultivo de una nueva Cultura de la Tierra”, detalla.

Esta es la receta que propone Riechmann en su ensayo para salvar el planeta. Una revolución por el “menos” para dejar de destruir las perspectivas de vida civilizada.

La libertad como ausencia de límites ha demostrado ser incompatible con la vida, expone Jorge Riechmann en Bailar encadenados. La posibilidad de evitar un planeta inhabitable pasa por la redefinición de la libertad, una en la que se tome como punto de partida la coevolución con otras especies y en la que se defienda una libertad de dimensión colectiva. Reclama, por un lado, una economía que sea controlada de acuerdo a esos ideales. Y, por otro, una sociedad que se levante contra la ceguera. “Lo que está en juego son las condiciones de habitabilidad de la Tierra, no solo el calentamiento global. No es un asunto de incomodidad en verano, es un planeta habitable o un infierno en el que no podamos vivir”, indica.

Entonces, ¿es la desobediencia civil un acto de responsabilidad democrática para reconocer que vivimos entrampados? Riechmann cree que “la historia de la desobediencia civil nos indica cómo en ocasiones es necesario quebrantar la ley”. “No porque uno esté impugnando el orden social, sino como forma de hacer avanzar las libertades democráticas y hacer retroceder aspectos nocivos de nuestra convivencia”, aclara. Por supuesto, hablamos de los movimientos de defensa climática, protagonizados en España por jóvenes miembros de Futuro Vegetal, Extinction Rebellion o Fridays for Future.

“Estos movimientos son uno de los pocos lugares en los que podemos mirar con esperanza. Necesitamos que sean más masivos. Necesitamos capacidad de persuasión y una imaginación política a la altura. Aun teniendo sus aristas creo que han sido acciones correctas”, dice Riechmann sobre la acción, por ejemplo, en el Museo del Prado y los bordes de los marcos de las majas de Goya, que no resultaron dañados.

Cree que estas acciones deberían hacernos entender la magnitud del peligro existencial en el que nos encontramos, porque “no tenemos futuro si seguimos viviendo como vivimos”. Y acaba: “La amenaza debería hacernos ver con otros ojos a quienes hacen estas acciones unas medidas de grito desesperado”.