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COVID-19

La promesa del final de las mascarillas anticipa otra pugna política por vender la vuelta a la normalidad

Vender “nueva normalidad” es cosa del pasado. Ahora, las comunidades autónomas y el Gobierno están en plena carrera por visualizar la vieja normalidad, parecida a la de febrero de 2020, y ser las primeras en apuntarse el tanto. El regreso a los estadios de fútbol y baloncesto, el anuncio de los grupos más jóvenes en la vacunación y el final del uso de las mascarillas son la prueba de que España apuesta por un horizonte prepandémico.

Las mascarillas son el símbolo más claro de que los contagios y la epidemia siguen vigentes. Son obligatorias tanto en exteriores como en interiores, a pesar de que “no es cierto que sea necesario que todo el mundo la lleve”, como reconoció Fernando Simón en su entrevista en Lo de Évole. “Lo importante es que la lleve el que está enfermo, pero lo hacemos porque no sabemos quién lo está y es más importante prevenir”, dijo el director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias. Aunque es la medida no farmacológica menos coercitiva y la última que recomiendan los epidemiólogos que desaparezca de nuestra rutina, algunos gobiernos ya han puesto fecha a su desaparición.

El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, se ha mostrado “convencido” de que a partir de julio será posible dejar de usar la mascarilla al aire libre en su comunidad. Esta fecha se acerca a la que el Gobierno ha puesto para la inmunidad de rebaño: el 20 de agosto. Sin embargo, Fernando Simón ha llamado a la cautela y ha defendido que dejar las mascarillas antes de que haya un 70% de población protegida supone “dar un paso atrás”. “La vacunación va bien, pero el futuro no lo determina solo la vacunación”, añadió. De hecho, el Gobierno ya ha anunciado que las mantendrá el próximo curso en las aulas, donde las clases pasan a ser siempre presenciales pero con alguna medida de seguridad.

El debate no está únicamente sobre la mesa en España. Estados Unidos ha abierto la puerta a que las personas vacunadas no usen mascarilla ni siquiera en interiores. En Reino Unido, incluso en los momentos más dramáticos, solo ha sido obligatoria en el transporte público y los interiores de las tiendas. Francia amplió su uso a los espacios públicos mucho más tarde que España, e Israel la eliminó cuando la vacunación había alcanzado al 50% de las personas.

“La gente está deseando vivir sin mascarilla porque es el símbolo más visible de que esto se ha acabado, pero ahora mismo no es el momento”, cree Gema Escobar, directora del Centro Universitario de Ciencias de la Salud San Rafael-Nebrija. “Es una herramienta más política que científica, y la ciencia aún no tiene suficientes evidencias de que podamos eliminarla”, diferencia, aunque reconoce que no le extraña que se use desde las administraciones al ser el elemento “más visible” de la pandemia.

La gente está deseando vivir sin mascarilla porque es el símbolo más visible de que la pandemia se ha acabado, pero ahora mismo no es el momento

Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS) advierte que “este tipo de cuestiones ya se están debatiendo en los foros que tocan”. Y no son los atriles de los políticos, sino en las “agencias de salud pública” de los países y en la ponencia de alertas y vigilancia de las comunidades autónomas. “Subyace la necesidad entre algunos políticos de poner un horizonte positivo, pero la pandemia nos ha dado demasiados sustos e imprevistos”, avisa. La carrera entre las comunidades autónomas por ver quién llega antes en la vacunación de los más jóvenes muestra el cambio de tendencia: en este momento, lo que prima es vender esperanza. Pero si bien esto último repercute para bien en la sociedad, los epidemiólogos creen que en otros asuntos “hay que tomar pasos firmes de prudencia”.

Una desescalada propia para mascarillas

“Las tres medidas de prevención real que tenemos son la distancia social, la ventilación en espacios cerrados y el uso de mascarillas”, recuerda la investigadora Gema Escobar. Sobre su uso en espacios abiertos no hay demasiadas pruebas de laboratorio. El estudio más esperado hasta la fecha terminó lastrado por sus limitaciones científicas y no llegó a resolver el debate entre los que no creen que la población general deba ponérsela y los que defienden el principio de precaución. En España ha triunfado este último y los expertos consultados creen que es pronto para renegar de él.

Mario Fontán, MIR de medicina preventiva y autor de varios estudios sobre la transmisión de la COVID-19, reconoce que él se encontraba entre los escépticos sobre su uso al aire libre. “Luego entendí que eso facilita su uso y normaliza que la gente se haga a ella”, explica. Por lo que apuesta el sanitario es por “afinar en qué contextos la mascarilla tiene más sentido que en otros”.

“La población en general necesita ver ciertas señales de que se está avanzando”, entiende, y que plantearse el fin de esas medidas, “el paso a una normalidad 3.0”, es necesario. Pero “hay que tomarlo con tranquilidad y sin aspavientos, por mucho que haya políticos que se quieran colgar esa medalla”, señala Fontán. Daniel López-Acuña, exdirectivo de la OMS, también piensa que debe haber una “desescalada gradual del uso de la mascarilla”. 

La población en general necesita ver ciertas señales de que se está avanzando, pero hay que tomarlo con tranquilidad y sin aspavientos, por mucho que haya políticos que se quieran colgar esa medalla

Los espacios exteriores en los que se pueda mantener una distancia de seguridad serían la primera fase de esta desescalada particular. Después, los eventos al aire libre en los que no se pueda garantizar tanta protección. Mario Fontán alude por ejemplo a las pruebas pilotos en conciertos y ocio nocturno, que “reducen el foro a un momento puntual de la interacción social”. “Hay que ir analizando tanto las normas como las interacciones sociales a magnitud poblacional, porque la medida se va a aplicar a millones de personas a la vez, no solo a una muestra”, indica el experto. 

“Me parece que no se ha transmitido bien el mensaje: si estoy vacunado, no puedo hacer de todo, y lo último debería ser quitarse la mascarilla”, defiende por su parte López-Acuña. En lo que coinciden todos es en que debe obligarse su uso en interiores durante todo el verano. “Los españoles, para bien y mal, somos personas de extremos, y llamar a la responsabilidad individual en este sentido no es muy efectivo”, piensa la investigadora Gema Escobar sobre la posibilidad de transformarla en una “recomendación”. Incluso los hay que apuestan por mantenerla para ciertos contextos meses después de la inmunización de rebaño.

¿Mantenerlas para siempre?

Estados Unidos no es ajeno a este debate. Centenares de epidemiólogos consultados por The New York Times reconocieron que esperaban que se mantuviera su uso en interiores por lo menos durante un año más. Donde EEUU sí la conserva es en estaciones, aeropuertos, transporte público, hospitales y centros de salud. Los expertos prevén un escenario parecido en España para estos ambientes. “Diría que la mascarilla ha venido para quedarse en centros de salud, residencias y transportes”, piensa Fontán.

La incógnita es si mantenerla siempre o solo en determinados momentos, como en periodos de gripe estacional o los meses de más frío. “Tuvimos una demostración fehaciente de que gracias al uso de las mascarillas hubo mucha menos gripe estacional. Si la mantenemos, lograremos crear una barrera de protección para virus respiratorios”, apuesta López Acuña. “Yo no dejaré de usarla en meses”, reconoce. Ildefonso Hernández, de SESPAS, comparte el mismo criterio y cree que “algunas formas de higiene respiratoria y de ventilación deberían quedarse”.

Tuvimos una demostración fehaciente de que gracias al uso de las mascarillas hubo mucha menos gripe estacional. Si la mantenemos, lograremos crear una barrera de protección para virus respiratorios

Gema Escobar también sostiene que las mascarillas han ayudado en la campaña de la gripe, pero no cree que sea una medida que no coarte la libertad. “Yo no soy partidaria de dejarla de forma continuada en todos los espacios y sin sintomatología”, matiza. Pero también cree que “debe de ser la última en irse”. “Primero reunirnos, después quitar la distancia social y por último la mascarilla”, enumera. Mario Fontán concluye que, en cualquier caso, “no es una medalla que ningún político se pueda colgar, porque si se quitan las mascarillas, habrá sido mérito de toda la sociedad”.