Hace 200 años, miles de vascos emigraron al Oeste americano en busca de oportunidades económicas. La mayoría de aquellos que se atrevieron a cruzar el charco eran personas de clase baja, con pocos o ningún estudio superior. No sabían hablar inglés, pero decidieron dejar Euskadi y afincarse en Estados Unidos. Así fue cómo el euskera viajó desde el norte de España hasta las cordilleras de Sierra Nevada (California), Ruby Mountains (Nevada) o Sawtooth Mountains (Idaho).
Los vascos recién llegados no tenían experiencia en el pastoreo, pero este fue el principal trabajo que encontraron en el país. Para pastorear ovejas no era necesario saber inglés, así que era una labor perfecta para estos nuevos vecinos. Estos pasaron mucho tiempo solos en las montañas, ya que practicaban la técnica de trashumancia, que consistía mover los rebaños de un territorio a otro según la estación del año para aprovechar los pastos disponibles.
La inmigración vasca no se detuvo ahí y, años después y por otras razones, miles de personas de Euskadi siguieron afincándose en Norteamérica. Según el censo de los Estados Unidos del año 2000, hay más de 57.000 estadounidenses de ascendencia vasca total o parcial, aunque la cantidad real de vasco-americanos podría llegar fácilmente a las 100.000 personas.
En estados como Nevada o Idaho, hay pequeños pueblos en los que la cultura vasca se celebra con orgullo y donde cientos de personas siguen hablando euskera en la actualidad.
Una historia grabada en la naturaleza
Lejos de sus familias y de su tierra, los pastores vascos de finales del siglo XIX y principios del XX recurrieron a los árboles de las montañas estadounidenses. Estos grabaron miles de arborglifos (lertxun-marrak, en euskera), inscripciones talladas en la corteza de los árboles, mientras pastoreaban sus rebaños.
Algunos dibujaron simples firmas (nombre, fecha y ciudad natal), pero otros versos o poemas, símbolos religiosos e incluso mensajes políticos. Por ejemplo, se han encontrado árboles con lemas como “Gora Euskadi”.
“Estos son símbolos de su soledad durante el tiempo que pasaron en los pastos de montaña, pero también de su deseo de recordar su tierra natal y preservar su identidad”, señaló Iñaki Arrieta Baro, bibliotecario de la Biblioteca Vasca Jon Bilbao de la Universidad de Nevada, en una entrevista. A lo largo del tiempo se han documentado unos 25.000 arborglifos en Estados Unidos, aunque la cifra podría ser mucho mayor.
En la documentación, ha sido fundamental el trabajo de Lertxun-Marrak – The Arborglyph Collaborative, un proyecto de la Universidad Estatal de Boise, la Universidad Estatal de California y la Universidad de Nevada, cuyo objetivo es documentar el mayor número posible de tallas de árboles antes de que desaparezcan. Sin embargo, su tarea es cada vez más complicada debido a la edad de los árboles, las prácticas de pastoreo y, sobre todo, los incendios forestales, cada vez más intensos y frecuentes como consecuencia del cambio climático.