Seis ciudades fantasma abandonadas y detenidas en el tiempo

Roberto Ruiz

Ciudades perdidas que pasaron a la historia hay muchas, pero te vamos a hablar de ciudades que, no hace tanto tiempo, vivieron un importante periodo de esplendor. No te vamos a contar cómo fue Petra, lo que nos cuenta Pompeya, cómo visitar Tikal o qué queda de Machu Picchu. Sino que vamos a buscar lugares mucho más recientes que, por una razón o por otra, fueron abandonados y quedaron paralizados en el tiempo. 

Para conocerlos viajamos a Estados Unidos, Argentina, Bolivia, Japón, Turquía y Ucrania, pero lo cierto es que podríamos viajar a muchos otros países y encontrar pueblos, ciudades o grandes construcciones que llevan años sumergidas en un profundo sueño. Si lo pensamos, seguro que todos conocemos algún lugar abandonado, como por ejemplo el viejo Belchite, en Zaragoza.

Algunas de nuestras protagonistas se olvidaron cuando dejaron de hacer falta, otras se vieron afectadas por catástrofes, e incluso las hay que simplemente no eran del gusto de sus habitantes. Pero todas, hoy, son auténticas ciudades fantasma. Donde las voces de entonces aún parecen resonar entre las calles vacías, las puertas permanecen abiertas y las ventanas rotas. Donde los relojes se pararon y la obra humana quedó a merced del tiempo y la naturaleza. Al menos, hasta el día de hoy.

Isla de Hashima, en Japón

No muy lejos de la ciudad de Nagasaki, en Japón, se encuentra la isla de Hashima, más conocida en japonés como Gunkanjima. No era más que un pedrusco en el océano Pacífico hasta que a comienzos del siglo XIX se encontró en ella un importante yacimiento de hulla, y eso lo cambió todo. En torno a la mina de carbón se levantó toda una ciudad con grandes edificios de cemento donde vivían los operarios y sus familias, con sus escuelas, sus comercios e incluso su hospital. En apenas seis hectáreas de terreno vivían unas 3.000 personas, pero aún fueron muchos más cuando en la década de los años 40 y con motivo de las guerras la isla fue repoblada con trabajadores coreanos y chinos. Cuando a partir de los años 60 el petróleo fue robándole importancia al carbón Hashima comenzó a decaer y en 1974, al cerrar la última mina activa, la isla se abandonó. Desde hace poco más de diez años es posible viajar a ella y pasear entre un amasijo de edificios grises y decrépitos.

Epecuén, en Argentina

Epecuén fue en su día un importante destino turístico en el sudoeste de Buenos Aires gracias a sus aguas termales. Desde la segunda década del siglo XX cobró fama por encontrarse junto a un lago de aguas calientes ricas en minerales, donde se puede flotar como si del Mar Muerto se tratara. Eso hizo que a finales del siglo pasado contara con casi 250 hoteles volcados en el baño de sus clientes. Un proyecto que conectaba las diferentes lagunas permitió contar con un nivel de agua constante, pero tras el golpe de Estado de Videla su mantenimiento se descuidó y el sistema hizo subir el agua peligrosamente, tanto que un dique de contención se rompió en 1985 y el agua corrosiva inundó la ciudad. El nivel llegó a alcanzar hasta 10 metros de altura y engulló edificios enteros. Cuando el nivel bajó en 2008 salió a la luz una ciudad corroída y blanquecina de aspecto fantasmagórico.

Pulacayo, en Bolivia

Pulacayo, a escasos kilómetros del Salar de Uyuni, en Bolivia, poseyó en el siglo XIX la más importante mina de plata del país. De hecho, fue la primera ciudad minera comunicada por ferrocarril de Bolivia y a comienzos del siglo XX contaba con más de 20.000 habitantes. Tuvo un esplendor injusto, donde los ricos era muy ricos y los pobres, los mineros, eran muy pobres. A mediados de siglo el yacimiento se nacionalizó, el metal se agotó y la ciudad se vació. Hoy unos cuantos habitantes siguen residiendo en Pulacayo y el pueblo cuenta incluso con su propio “museo” de locomotoras, viejos trenes oxidados que un día movieron la economía de todo un país y que hoy posan para las fotos de los turistas.

Kayaköy, en Turquía

Para conocer los orígenes de Kayaköy hay que remontarse hasta el siglo XVII. Fue habitada por griegos ortodoxos que hicieron buenas migas con sus vecinos turcos y contaba con un buen número de iglesias y capillas, algunas ricamente decoradas con frescos. En 1923 el Tratado de Lausana estableció las fronteras de la Turquía moderna, un millón de griegos de Anatolia partieron hacia Grecia y 4.000 turcos musulmanes que vivían en Grecia se desplazaron a Turquía, de los que muchos acabaron en Karmylassos, Kayaköy en turco. El intercambio no cuajó y la ciudad no terminó de convencer a sus nuevos habitantes, de manera que se desplazaron y la abandonaron. Hoy en día es una ciudad en ruinas tomada por la vegetación donde solo sobreviven algunos servicios que reciben al turismo con los brazos abiertos.

Prypiat, en Ucrania

A muchos les sonará la ciudad de Prypiat, o al menos el accidente nuclear de Chernobil, a solo tres kilómetros de ella. Se levantó en la década de 1960 para acoger a los trabajadores de la central, pero el 26 de abril de 1986, cuando explotó el famoso reactor nº 4, su rumbó cambió para siempre. En aquel momento tenía 50.000 habitantes, personas que estuvieron expuestas directamente a la radiación hasta que al día siguiente las autoridades decidieron evacuar la ciudad. Todos salieron con la promesa de regresar unos días después, pero nadie volvió. Todo quedó detenido en el tiempo. Casas, hoteles, restaurantes y hospitales. Todo sigue tal y como estaba. Incluso un parque de atracciones al que le quedaba poco para inaugurarse. Desde 2010 Ucrania permite la entrada de visitantes a lo que hasta entonces fue una zona de exclusión. 

Bannack, en Estados Unidos

Bannack, en Montana, es uno de esos lugares que nacieron y murieron como resultado de la fiebre del oro en el oeste de Estados Unidos. Visitarlo es viajar al auténtico western y recordar esa mítica época de conquistas y aventuras que en tantas películas hemos visto. Se fundó en 1862 por el repentino descubrimiento de una mina de oro, lo que se convirtió en un reclamo para muchos. Una vez expulsados los nativos del lugar, la tribu de los bannock de cuyo nombre proviene el de la ciudad, Bannack creció y creció, con sus hoteles y sus saloons, y hasta fue capital del estado. Pero un día el oro se agotó y comenzó su decadencia en los años 40 del siglo pasado. Hoy quedan en pie unas 50 casas, bastante bien conservadas, gracias también al turismo. Calico, en California, cuenta una historia parecida relacionada con la plata, pero hoy más que un lugar abandonado es prácticamente un parque temático.