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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

Niño Bravo

Lucas Bravo de Laguna posa durante las obras del Gran Canaria Arena.

Carlos Sosa

Genio y figura, el exconsejero de Deportes del Cabildo de Gran Canaria Lucas Bravo de Laguna Cabrera se desbocó este domingo en las redes sociales tras revelarse una parte de sus andanzas en las instituciones públicas. Se le supone superviviente de la crisis de los 40 y, gracias a su dilatada trayectoria política, lo suficientemente maduro como para dejar de decir pendejadas. Pero no, el Niño Bravo, como lo bautizamos en este periódico cuando empezó a hacer de las suyas en el Ayuntamiento de Santa Brígida, sigue pensando que es su tocayo Skywlaker, su idolatrado líder de La Guerra de las Galaxias, y que su causa es la única justa a este lado del Universo. Por eso mismo este domingo, cuando aparecieron las primeras informaciones que comprometen seriamente su gestión en el Cabildo de Gran Canaria su respuesta fue similar a la que siempre empleó cuando recibía críticas como gestor: “ladran, luego cabalgamos”; “campañas difamatorias”, contubernios de los adversarios políticos…

Las noticias que lo vinculan con un trato de favor a la que desde hace tres años es su novia, la tenista retirada Noelia Pérez, con la que le une además una relación mercantil, debería tomárselas un poco más en serio. Ya no estamos hablando de sus actitudes infantiles, de sus chulerías de amo de la finca prestada. Hablamos de haber beneficiado a su pareja con contratos públicos a través de una empresa de la que ahora él también es socio. Por lo tanto, pretender convencer a sus seguidores en las redes sociales de que solo se trata de “la preocupación de algunos ante sus cada vez más limitadas posibilidades electorales” o el deseo de esos mismos “algunos” por “enterrarle” corriendo el riesgo de “resucitarle”, es un intento grosero. Del mismo modo que resulta grosero defender a su socia y pareja resaltando su “profesionalidad” -labrada desde el trato de favor- y estar ajena a la política, lo que no congenia con lucrarse gracias a que los dineros públicos que su pareja manejaba cuando se hicieron novios (2014).

Nos ha costado mucho trabajo poder conseguir la documentación que acredita este comportamiento del Niño Bravo, del que hemos intentado sin éxito recabar su versión antes de publicar la primera entrega. Y nos ha costado porque en las instituciones públicas todavía impera cierta opacidad cuando se trata de revisar la gestión de los responsables políticos. Existe una norma no escrita según la cual nadie levanta alfombras del antecesor para que el siguiente no haga lo mismo. Sin embargo, una vez conseguida la documentación pertinente y una vez verificado que utilizó su puesto para beneficiarse directa e indirectamente, estamos en la obligación de publicarlo y de exigir a Lucas Bravo de Laguna Cabrera que ofrezca explicaciones de inmediato. Ya no es un cargo público, es verdad, pero ha vivido de lo público los últimos dieciocho años de su vida, es decir, toda su vida laboral, y está obligado a informar a sus votantes y al público municipal y espeso.

Aunque las verdaderas explicaciones ya son conocidas por los que hemos seguido su trayectoria política: nunca quiso estudiar carrera universitaria alguna sino dedicarse a su afición al baloncesto, a la liga americana de fútbol y a los personajes de La Guerra de las Galaxias. Por vocación heredada o por invocación a su padre (el veterano José Miguel Bravo de Laguna Bermúdez), eligió la política como profesión mamando desde abajo: primero concejal en Santa Brígida de la mano del fallecido Carmelo Vega; luego alcalde de ese municipio con un comportamiento político detestable en el que mezcló de manera poco recomendable el poder con lo personal. Cuando estaba a punto de saltar por los aires en esa villa, el Partido Popular accedió a colocarlo en el Cabildo de Gran Canaria al frente de la golosa Consejería de Deportes, que se maneja a través de un organismo paralelo (Instituto Insular de Deportes) donde hizo y deshizo a su antojo. Puso a su lado a un gerente que se lo tragó todo durante su mandato, y en el Club Baloncesto Gran Canaria (propiedad del Cabildo) a otro que resultó ser un auténtico chapuzas, incluso para la mamandurria: vendía sus muebles usados al club para dotar los apartamentos de los jugadores. Nada bueno se podía esperar de un equipo de chatarrillas así.

Se creyó el amo y señor no solo de las instalaciones públicas sino también de los dineros necesarios para actuar como un nuevo rico y hacerse traer a sus ídolos al patio de casa. Así, con los dineros de todos y encomendándose tan solo a sus gustos, se trajo a la selección estadounidense de baloncesto a jugar un amistoso; al tenista retirado Iván Lendl a impartir un clinic, y un marcador como el de la NBA al Gran Canaria Arena con el íntimo deseo de que algún día alguien lo bautice como Marcador Niño Bravo. A falta de una rotonda ad hoc por los alrededores.

Hace unos pocos meses anunció su retirada de la política para dedicarse a los negocios que él mismo encaminó con dinero público desde su puesto en el Cabildo de Gran Canaria. Sabía que su tiempo en la política había terminado y que al menos era recomendable un amplio paréntesis. En su partido, el PP, se habían acabado los tiempos de los pelotazos y a él ya le habían cogido la matrícula.

Pero también eso era una cortina de humo: quiere seguir en la política porque él es un auténtico profesional de la política. Por eso ha tanteado otras opciones, concretamente Ciudadanos y Coalición Canaria, a ver si en alguno de esos echaderos consigue ver cumplido su sueño de conocer a Harrison Ford. Con el dinero de los contribuyentes, por supuesto.

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