“Un sepulturero no puede hacer nada por los muertos pero por los vivos, sí”

Santi Díaz López es sepulturero del cementerio de Santa Cruz de La Palma. Foto: LUZ RODRÍGUEZ.

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

Tiene muy claro que “por los muertos ya no puedes hacer nada, pero por los vivos, sí”. Santi Díaz López, un hombre afable, de trato exquisito, es sepulturero del cementerio municipal de Santa Cruz de La Palma desde hace 12 años. “Veo mi profesión con normalidad, porque para mí, más especial que los entierros es el trato con la personas que vienen diariamente aquí, llegan dolidas e intento darles cariño, cuido mucho ese aspecto, voy encariñándome con ellas”, ha manifestado en una entrevista con La Palma Ahora. Insiste en que “lo más bonito de este trabajo es el trato con las personas, porque cuando ves que alguien llega ‘supersentido’ y que alivia su pena solo con que le escuches, me siento muy satisfecho”, asegura. “O simplemente cogerle las flores y ayudarle a que las coloque, y hablarle, porque hay muchas personas mayores que tienen necesidad de hablar”, añade.

Santi mima tanto a los visitantes del camposanto como al propio recinto, que tiene una antigüedad cercana a los 200 años. “Los tres trabajadores que estamos aquí intentamos que dentro de nuestras posibilidades, y con los medios de que dispone el Ayuntamiento, el cementerio esté en las mejores condiciones posibles”, señala. Destaca que “la ventaja de este cementerio, comparado con otros de la Isla, es que tiene personal fijo, aquí siempre hay alguien y se da un mejor servicio; se mantiene limpio, los bidones de basura se retiran a diario, se han hecho mejoras y la gente ahora lo visita más”, afirma. “Procuramos que sea un espacio agradable porque es triste que llegue aquí una persona dolida y se encuentre con suciedad”, subraya.

Este sepulturero mantiene una relación de amistad con quienes frecuentan el camposanto. “Como está dentro de la ciudad y no hay que coger transporte, mucha gente viene a diario a echarle una gotita de agua a las flores, y estas personas son muy agradecidas porque muchas veces nos traen un bizcochón o un postre, y eso no se paga con nada”, comenta.

Nunca ha tenido miedo a la muerte, ni ahora ni antes de ser sepulturero. “Cuando empecé a trabajar aquí jamás había visto un muerto, pero surgió la oportunidad, me presenté a la plaza y me dije: ‘vamos a probar a ver qué pasa, si no me gusta, siempre hay tiempo de ‘jalarse p’atrás”, cuenta con humor. “A mí creo que me afectaría más trabajar de médico en un hospital porque estás en contacto con las personas y si un día llegas a la habitación y no está, pues eso para mí es peor, porque aquí ya no puedes hacer realmente nada por el fallecido, aunque sí por los familiares y quienes le acompañan”, apunta.

En los entierros, intenta “desconectar”. “A veces no sé si es un hombre o una mujer quien ha fallecido, pero cuando sabes quién viene sí sufres un poco más; me afecta si es gente joven, eso me impacta, me choca, o si son personas que venían aquí y yo conocía; también he enterrado a algún familiar”.

No recuerda su primer entierro, pero sí su primera exhumación. “A los sepultureros nos impresiona más el traslado de restos que los entierros; mi primera exhumación pensé que no sería complicada, que podría coger los restos por los hombritos, pero cuando lo hice me quedé con ellos en la mano, no era como aquellos esqueletos del colegio que se podían mover”. “Aquí te terminas adaptando a todo, porque un compañero los primeros días de trabajo no podía ni comer, pero lo superó pronto”, relata.

El cementerio de Santa Cruz de La Palma registra una media de entre 10 y 12 entierros al mes. “Además de las incineraciones, porque cerca del 80% también vienen aquí”, señala Santi, quien admite que trabajar entre muertos no le ha llevado a disfrutar más de la vida. No ha tomado conciencia de la finitud de la existencia. “Las cosas las valoras cuando te pasan; yo vivo sin pensar en la muerte”. “Mi trabajo me gusta, estoy al aire libre y tengo una excelente relación con mis compañeros, que son muy buena gente; nos organizamos, nos ayudamos y nos hacemos los turnos si alguno se enferma”.

En todas las profesiones hay anécdotas que contar, y en la de sepulturero pueden impresionar. Santi estudió en el Colegio Anselmo Pérez de Brito, ubicado en las cercanías del cementerio , y recuerda que cuando jugaban a la pelota y se caía el balón “había que meterse dentro a cogerlo, y siempre le tenía respeto a un panteón que hay aquí con escaleras”. Y en ese mismo panteón se llevó un buen susto cuando llevaba poco tiempo trabajando. “Era invierno y ya empezaba a oscurecer cuando hice una ronda para ver si quedaba alguna persona dentro; al pasar por delante del panteón, vi moverse algo dentro, como una sombra; estaba convencido de que algo había pasado de lado a lado, y entré a ver qué era; allí me encontré con un mirlo, que a mí me pareció un águila; el pájaro quería salir y yo estaba en las escaleras con los brazos levantados, fueron momentos de desconcierto”.

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