Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El incremento de ataques a políticos desata las alarmas en Europa
Radiografía de ERC: el núcleo de Junqueras contra los renovadores sin líder
Opinión - Contra la política del odio. Por Esther Palomera

¿Ver, oír y callar?

Alejandra Durán, diputada de Por Andalucía

0

A finales del pasado mes de febrero nos despertábamos en Granada con la siguiente noticia: “Seis menores de entre 14 y 15 años de edad han sido investigados por la Policía Nacional de Granada por un presunto caso de acoso escolar”. La víctima sufrió por parte de varios de sus compañeros de clase y “durante varios años” daños como “agresiones físicas, insultos y amenazas”, tanto de forma personal como a través del teléfono móvil. Al parecer, se habían creado “perfiles falsos en redes sociales en las que se asociaba su imagen a textos denigrantes y ofensivos”. Las “reiteradas agresiones físicas, venían produciéndose desde que la víctima empezó a cursar el ciclo de la ESO hace tres años”. 

Lo que sufrió este menor, entre otras agresiones, fue la pérdida de conocimiento provocada por uno de los agresores identificados, cuando este le estranguló con la maniobra conocida como mataleón durante la hora del recreo. En otra ocasión, le propinaron una fuerte patada provocando que se golpease con una puerta y cayese al suelo aturdido. 

Casos como este evidencian que se están dejando por el camino cientos de casos sin detectar, pasando completamente desapercibidos, con todo lo que ello puede ocasionar para las víctimas. 

Son muchas las efemérides que nos recuerdan que el acoso escolar no es un juego. Me resulta muy doloroso imaginar el sufrimiento al que deben llegar niños, niñas y adolescentes para llegar a contemplar el suicidio como la única salida, tras el desprecio continuo y las agresiones por parte de sus propios compañeros. 

También son muchos los datos que conocemos y que sitúan este problema como una emergencia social. No es un problema nuevo, pero ha emergido una variante en forma de ciberacoso que permite prolongar el maltrato más allá del aula. Rara es la semana que no trasciende alguno de estos casos en los medios de comunicación, pero esto es la punta del iceberg, pues muchos y muchas más sufren en silencio. 

Como madre de una adolescente y un preadolescente, vinculada a la comunidad educativa y que dispone de un altavoz como es el Parlamento de Andalucía, es inevitable y sería irresponsable no hacer uso del mismo para denunciar una realidad en la que niños, niñas y adolescentes sufren violencia en el ámbito escolar y que en la mayoría de los casos es una realidad silenciosa o silenciada.

Me atrevo a decir que nuestros menores son hijos de la cultura de la violencia en la que viven inmersos. Una cultura en la que a menudo se normaliza el odio al diferente, el señalamiento de todo lo que no se considera “normativo”, ya sean cuerpos, comportamientos o familias. 

Esto lo ilustra muy bien Flavita Banana en una de sus viñetas, quizás cueste asumirlo pero como adultos somos responsables de las realidades que construimos y mostramos.

Debemos tener presente que el acoso escolar se caracteriza por una serie de factores como son: que exista una situación de desequilibrio de poder, que se produzca una ignorancia o pasividad de las personas que rodean a acosadores y a víctimas sin intervenir directamente, que se repita y prolongue en el tiempo y que implique conductas violentas, agresiones de tipo verbal, físicas y coacciones.

Estas situaciones se producen por multitud de factores, como son: el aspecto físico, la orientación sexual, la envidia, la xenofobia o racismo, la violencia machista o simplemente por tener dificultades en el aprendizaje. 

El acoso escolar se caracteriza por elegir una víctima debido a una singularidad, particularidad o diferencia, y meterse con ella. En muchos casos las chicas son el objetivo y las armas, el machismo. Se las critica por ser activas sexualmente (puta), por no serlo (estrecha), por no tener el canon de belleza (fea), por tenerlo (creída), por tener arrojo (marimandona), por ser poco femenina (marimacho), por hacer ‘cosas de niñas’ como algo con poco valor…También la presión por tener experiencias sexuales, por tener novio, por ser ‘enrollada’ cuando se llega a Secundaria. 

Unas expectativas y unos estereotipos de género que vienen de lejos. Es decir, son las perspectivas de género y los contextos educativos tradicionales los causantes de este tipo de acoso escolar, por ello debe de cobrar especial relevancia la coeducación y la igualdad entre hombres y mujeres en cuanto a la resolución no violenta de los conflictos en el ámbito escolar. 

Y tan estremecedora como real es esta cifra: ocho de cada diez estudiantes con discapacidad sufren acoso escolar. El alumnado con necesidades especiales o específicas es especialmente vulnerable por las diferencias que presentan y que muchos de sus compañeros no toleran en la mayoría de los casos por el desconocimiento y miedo a lo que es diferente. 

El acoso escolar ocurre entre niños y adolescentes, pero la responsabilidad de combatirlo es de las y los adultos, desde muchos espacios, especialmente desde aquellos que tienen los recursos y las competencias para ello, como es el caso de la Consejería de Desarrollo Educativo de la Junta dé Andalucía. Si no se trabaja para que los centros educativos sean realmente unos espacios seguros para todo el alumnado, de poco o nada servirá todo lo demás, y para ello debemos dotar a los centros educativos, a las familias y a los propios menores de los recursos necesarios, recursos que no existen actualmente y que son realmente esenciales y urgentes. 

¿Ver, oír y callar? Nunca.

A finales del pasado mes de febrero nos despertábamos en Granada con la siguiente noticia: “Seis menores de entre 14 y 15 años de edad han sido investigados por la Policía Nacional de Granada por un presunto caso de acoso escolar”. La víctima sufrió por parte de varios de sus compañeros de clase y “durante varios años” daños como “agresiones físicas, insultos y amenazas”, tanto de forma personal como a través del teléfono móvil. Al parecer, se habían creado “perfiles falsos en redes sociales en las que se asociaba su imagen a textos denigrantes y ofensivos”. Las “reiteradas agresiones físicas, venían produciéndose desde que la víctima empezó a cursar el ciclo de la ESO hace tres años”. 

Lo que sufrió este menor, entre otras agresiones, fue la pérdida de conocimiento provocada por uno de los agresores identificados, cuando este le estranguló con la maniobra conocida como mataleón durante la hora del recreo. En otra ocasión, le propinaron una fuerte patada provocando que se golpease con una puerta y cayese al suelo aturdido.