Sevilla, a la modernidad por los carteles de Semana Santa

Alejandro Luque

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La cartelitis, esa extraña enfermedad que consiste en que cualquier cartel que se salga de la norma levante oleadas de indignación colectiva, no ha cundido en exceso esta vez. Pero tampoco puede decirse que haya pasado desapercibido el trabajo del pintor Manolo Cuervo para anunciar la Semana Santa de Sevilla 2022, con su imagen del Santísimo Cristo de la Expiración, El Cachorro, rodeada de colores explosivos, su estampa de la Esperanza de Triana y su tipografía de máquina de escribir antigua. Una ocasión tan buena como cualquier otra para recordar que la pasión cofrade gusta de aunar tradición y atrevimiento, acaso más de lo que se atreve a reconocer.   

El propio alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz, lo celebraba en su cuenta de Twitter: “Su color e iconografía nos transmiten la alegría, la esperanza y el optimismo por reencontrarnos con nuestras tradiciones”.

Sin embargo, no ha sido la vanguardia lo que históricamente ha marcado el estilo de los carteles de la Semana Santa. El realismo con fuerte influjo kitsch ha sido la línea predominante en las últimas décadas, de la que solo algunos artistas han logrado salirse. A menudo, no sin discusión.

Uno de los que más ruido hicieron en su día fue el del año 1984, obra del artista Rolando Campos, que representaba también a El Cachorro dibujado sobre una chocante composición de fotografías a modo de collage. Cabe recordar que la costumbre de la época era realizar los carteles con fotografías de pasos, vírgenes o cristos, por lo que aquel alarde de modernidad debió de parecer todo un atrevimiento.

“Actitud retrógrada”

El año anterior, sin ir más lejos, la artista Carmen Laffón había entregado un intachable cuadro del frontal del respiradero del paso de palio de la dolorosa del Martes Santo –hoy en el Senado español– que impedía sospechar la tormenta por venir. Tanto el Grupo Popular del Ayuntamiento como el Consejo General de Cofradías acusaron Campos de “herir la sensibilidad religiosa de los ciudadanos” y ordenaron la retirada del cartel. Por su parte, el autor de las fotografías, Luis Arenas, amenazó con denunciar el atentado contra la propiedad intelectual que suponía el uso de su obra.

El artista, desde luego, se defendió: se quejó de que en la Mariana Villa “no se hace nada nuevo sin levantar polémica”, y aseguró que “no esperaba el revuelo que ha traído consigo la presentación del cartel aunque, como pintor que soy, me satisface”, para concluir afirmando que “estas manifestaciones demuestran la actitud retrógrada de esta ciudad”. Finalmente, las cofradías optaron por usar un cartel alternativo, más acorde con el gusto general. Y al año siguiente, para evitar sobresaltos, se reeditó un cartel de García Ramos de 1912.

Tuvieron que pasar algunos años para que los artistas contratados por el Consejo de Cofradías se atrevieran a sacar los pies del tiesto. Lo hizo con mucha prudencia, en la edición de 1995, el profesor Paco Meireles, mostrando un detalle del rostro de la Esperanza Macarena con la imprescindible Giralda reflejada en la pupila y el Cachorro y el Gran Poder reconocibles en sus lágrimas. Una década después de la polémica en torno a Rolando Campos, hubo consenso.

Tiempos de apertura

Más difícil fue la acogida, apenas cuatro años después, en 1999, de la obra del profesor Antonio Agudo, un Hecce Homo formalmente impecable en el que quiso representar a todas las cofradías, sin aludir a ninguna en concreto; algo que, por otro lado, ya había ensayado Juan Roldán en su propuesta de 1993. Una idea, la de Agudo, que no encontró demasiada comprensión por parte de los fieles, algunos de los cuales llegaron a afirmar, de un modo un tanto extravagante, que era como si el caballo de Jesús Gil hubiera servido para anunciar la Feria de Jerez.      

Ya de lleno en el siglo XXI, el arte cofrade fue dando muestras de una apertura cada vez mayor hacia el arte contemporáneo. Sin llegar a límites demasiado transgresores, obras tan recordadas como la de Ricardo Suárez para la Hermandad de la Macarena (2005), la de Pérez Villalta para la Hermandad del Valle (2011), Francisco Betanzos para la Hermandad de los Gitanos (2013) o el propio Manolo Cuervo para la Hiniesta (2015). No se puede hablar de idilio, pero sin duda sí de una creciente aceptación de formas heterodoxas de mostrar las fiestas religiosas sevillanas.

Todo parecía pacificado en este sentido hasta que en 2017 el pintor José María Jiménez Pérez-Cerezal mostró una imagen de -una vez más- El Cachorro demasiado audaz para los más inmovilistas. Esta vez la polémica fue más suave y efímera que en otras ocasiones, y de hecho las vanguardias (las del siglo XX, para entendernos) parecen haberse instalado definitivamente en las imágenes sacras, en sana convivencia con el conservadurismo más recalcitrante.

Ojos acostumbrados

No se explica de otro modo que Ricardo Suárez lograra convencer a propios y extraños de la idoneidad de sus repeticiones warholianas del Cristo de la Corona para el cartel del Via Crucis de 2021, o que el mismo Manolo Cuervo haya logrado un aplauso unánime con su Cachorro pop de 2022. De hecho, si algo le reprochan a este último es que no brinde demasiadas sorpresas: el ojo cofrade se ha acostumbrado a sus cromatismos. Y en el termómetro que suponen los memes para tomar la temperatura de la opinión pública, apenas algún usuario se ha limitado a comparar la obra de Cuervo con el logo de la banda punk neoyorkina Kill Your Idols. Juzgue el lector:

“El cartel es muy simple de ver, no tiene simbología ninguna. Lo único conceptual que tiene el cartel es esa estampita que tiene ahí arriba, pegada a la derecha”, indicó en la presentación del cartel Manolo Cuervo, quien recibió dicha estampa de su madre y dio la vuelta al mundo con ella cuando hizo la mili en el Juan Sebastián Elcano. Ahora, la Esperanza viajera ha quedado para siempre integrada en una obra de arte. Y desde ahí parece proteger al autor de todo, hasta de la polémica.          

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