El ritmo de matar pichones: 7.000 palomas en cuatro días

Es casi un ritmo. Pam. Pam. Silencio entonces, o bromas de quienes se fuman la espera de su turno para disparar. Y más abajo, otra vez: pam, pam. Y así, una y otra vez. Dos disparos cada tirador, más de 200 tiradores, apuntando al pichón y a veces acertándole de lleno, otras de refilón y a veces, las menos, errando el tiro. Cuando llegue el domingo, cerca de 7.000 palomas zuritas habrán caído en el campo de tiro de Jarapalo, en Alhaurín de la Torre (Málaga), durante la final del Campeonato de España de Tiro a Vuelo que se celebra desde el miércoles.

La competición consiste en disparar dos veces a una paloma, propulsada al exterior por un sistema de aire comprimido instalado en las cinco cajas hundidas en el suelo. Saltan, echan a volar y la mayoría no superan el par de metros de altura. Pam. Pam. Y caen. Es trampa disparar a una paloma parada. “¡Se me quedaba parada, y no sabía qué iba a hacer!”, se oyó. Pam. Pam.

Después de los tiros, dos mozos corren hacia la zona de las cajas. Uno repone, el otro recoge. A veces la paloma revolotea malherida y el mozo la persigue hasta que le da caza de un pisotón. No es lo habitual, pero ocurrió. Según Javier Moreno, uno de los responsables del club, tienen instrucciones para que la paloma sufra lo menos posible. No fue siempre así: dos palomas, cojas y heridas, se movían por la zona de los muchachos reponedores. Avanzaron unos metros a duras penas, buscando la sombra, y nadie les hizo caso. “Los pichones que se escapan los cogen los jabalíes y las águilas. Te das una vuelta y no verás ni uno”, comentan los organizadores. Las palomas abatidas son incineradas.

El grupo animalista Mis Amigas las Palomas surgió en marzo con el objetivo declarado de acabar con el tiro al pichón. Desde entonces han rescatado unos 200 ejemplares malheridos de los alrededores de los campos de tiro. Creen que es una práctica anacrónica y han convocado una protesta para el domingo por la mañana, simultánea a otras dos que se desarrollarán en Madrid, Málaga y Murcia. Según sus cálculos, cada año se abaten 250.000 palomas y 200.000 codornices en competiciones oficiales. Vienen de palomares industriales, “criados para esto”, según los tiradores. En Internet pueden encontrarse palomas zuritas a la venta por 1,5 euros.

Las reglas están claras, pero los animalistas también denuncian trampas. Según Virginia Jiménez, la convocante de la concentración del domingo, los pichones y codornices han estado en jaulas, no tienen práctica en vuelo y “les cortan las alas” para dificultar que escapen. “Es mentira. Hace años se hacía, pero ya no. Eso es contrario a la competición. Queremos que el pájaro vuele cuanto más, mejor”, replica Moreno, que cree que las reglas son justas: “Al pájaro se le da una salida, una ventaja”.

Las posiciones de tiradores y animalistas son irreconciliables. El lema de Mis Amigas las Palomas es “Cambia Ave por Plato”, pero los tiradores no quieren cambiar ave por nada. Ni por plato ni por hélice, porque ambos tienen un recorrido y acertar es cuestión de técnica. De pillar el truco. El que tira al pichón no encuentra aliciente en el plato o la hélice, resume Moreno: “Tiras sobre un bicho que no sabes lo que va a hacer, va para arriba, abajo, para adelante…”. Sólo un ser vivo cambia de dirección sin seguir una pauta y por tanto, ningún tiro a nada requiere de tanta pericia como el tiro a un ser vivo, viene a ser el razonamiento.

La competición es legal porque aunque la Ley de Protección de Animales de Andalucía prohíbe las competiciones de tiro pichón, la Consejería de Turismo y Deportes concede autorizaciones para levantar la prohibición general. “Y las excepciones se convierten en la generalidad”, dice Virginia Jiménez. En 2015 se han autorizado 13 tiradas para competiciones federativas y hay otras nueve concesiones de “carácter permanente” para “entrenamientos, sociales, locales y provinciales”, sujetas a comunicación previa. Todas las solicitudes fueron admitidas.

650 euros por el abono y 100.000 euros en premios

650 euros por el abono y 100.000 euros en premiosEl viernes por la mañana había en el campo de tiro ambiente de reencuentro, camaradería masculina (“¡No se bebe hasta después de tirar!”, se escuchó), escopetas a la venta y hasta un maestro armero que al momento te reparaba el cañón. En una terraza, diez o quince hombres apostaban diez, veinte euros. Algún chico paseaba fusil al hombro acompañado de su madre, pero abundaban los de entre 50 y 60 años, vestidos con camisa y chaleco, con gorras de armerías y calzados con zapatos castellanos la mayoría, náuticos los jóvenes. Había medio centenar de italianos porque en Italia, como en Cataluña y Canarias, está prohibido tirar al pichón. Cada uno de los 220 tiradores paga 650 euros, y entre todos se reparten 100.000 euros en premios.

En el propio club le conceden pocos años al tiro al pichón. Es caro y apenas hay jóvenes. “Esto no atrae a nadie, la mayoría de personas ni saben que esto se sigue haciendo”, opina Virginia Jiménez. El tiro al pichón se llama ahora tiro a vuelo, más aséptico. Representa apenas el 15% de las tiradas en Jarapalo, pero les proporciona ingresos para mantener el club durante varios meses. Ofrecen todas las explicaciones, dan datos de ocupación hotelera y de puestos de trabajo y hasta recuerdan que la primera medalla olímpica española se consiguió tirándole al pichón, en París 1900. Insisten en que es tradición.

“El único problema es el pájaro”, reconoce Moreno, “pero cada uno tiene su conciencia. No hacemos daño a nadie”. Cuando se le hace ver que su frase no encaja con la práctica de disparar a un animal, se encoge de hombros: “A mí me gustan los animales. Tengo mi perro y lo cuido. Y hay cosas que son contradictorias: esto lo es. Pero es el gusanillo... No tiene otra explicación”.