El brote de cólera en una comarca aragonesa que el franquismo quiso ocultar en 1971

Fue la crisis sanitaria más destacada de los últimos años del franquismo, cuando todavía no existía ministerio de Sanidad ni autonomías y las competencias se las repartían los de Trabajo y Gobernación. Los gobernadores civiles eran los responsables de la salud pública.

Corría 1971. Un brote de cólera en la ribera del Jalón, que las autoridades franquistas quisieron negar dejando caer que su origen podía estar en el tránsito de emigrantes norteafricanos, extendió la alarma en la ciudad de Zaragoza, en la cuenca del Jalón, en la ribera del Ebro y en todo Aragón, y la alerta en el resto de España y en medios de comunicación internacionales por las consecuencias negativas para la salud pública y para el turismo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) tomó cartas en el asunto a partir de que el 20 de julio, como mínimo ocho días después de que aparecieran los primeros posibles casos, recibiera información del Gobierno español.

Fue un caluroso 12 de julio cuando se extendió el runrún en los municipios del Jalón, el principal afluente del Ebro de la Margen Derecha que recorre 224 kilómetros desde Medinaceli (Soria) hasta Torres de Berrellén.

Los sanitarios locales estaban detectando numerosos casos de cólicos repentinos, vómitos, diarreas y deshidratación, que desbordaban los habituales procesos diarreicos del verano.

El farmacéutico de Épila

Por esos días, el farmacéutico de Épila, Ricardo García Gil, había enviado a la Jefatura Provincial de Sanidad un escrito en el que advertía que el Jalón era un caldo de cultivo para la explosión de la bacteria que origina el cólera.

Al no obtener respuesta, envió un segundo escrito y se marchó de vacaciones a su pueblo de origen, a Mandayona (Guadalajara). Tuvo que interrumpirlas cuando las autoridades le llamaron para que regresara urgentemente. Se arremangó y actuó como responsable operativo sobre el terreno.

García Gil decidió depurar las aguas de los pozos domésticos metiendo hipoclorito en un botijo, añadiendo arena para disolverlo hasta lograr que el agua que entraba y salía se desinfectara. Recomendó echar lejía en las fuentes públicas hasta que llegaron las cloradoras.

Llegaron también voluntarios para tratar a enfermos que perdían mucha agua y los alcaldes emitieron bandos en los que se recomendaba que el agua para beber se hirviera durante 20 minutos, añadiendo dos gotas de lejía por litro. Se recomendaba, además, que se lavaran bien las frutas y las hortalizas y que se utilizaran insecticidas contra las moscas y los mosquitos y toda clase de parásitos.

“No hay motivo de alarma”

Hasta el viernes 16 de julio no se había desplazado hasta la zona el Jefe de Provincial de Sanidad acompañado de dos especialistas de la dirección general de Sanidad de Madrid. En la página 2 de la edición de Heraldo de Aragón del día siguiente apareció una noticia que decía: “Un problema crónico que se agrava, la contaminación de las aguas del río Jalón, el número de enfermos es bastante elevado ya que el proceso es más virulento que en años anteriores. Han sido tomadas las medidas oportunas por la Jefatura de Sanidad por lo que no hay motivos de alarma”.

Pero vaya si la hubo. Fue hacerse público y la bola de nieve echó a rodar. Las farmacias se llenaron de ciudadanos asustados, se disparó el consumo de agua mineral y de gaseosa sobre todo en los municipios de la ribera del Jalón, y el lunes 19 de julio más de tres mil personas hicieron fila para vacunarse ante la Jefatura Provincial de Sanidad de Zaragoza, colas que se repitieron el día siguiente.

El gobernador civil, Rafael Orbe Cano, al que se etiquetaba entonces de aperturista (un año después autorizaría la publicación de la revista “Andalán”), convocó a los directores de periódicos y emisoras de radio de Zaragoza a los que entregó una nota informativa que hablaba de “una mayor incidencia de los procesos diarreicos estivales” y se recomendaba higiene personal, depuración de aguas, limpieza de alimentos y eliminación de excrementos.

Oficialmente, todavía no era un brote de cólera. Versión que

ratificó el alcalde de Rueda de Jalón que, en declaraciones a Heraldo de Aragón, afirmaba que “los análisis no reflejan que sean las aguas contaminantes, más bien hay que pensar en la toxicidad de estas mismas aguas, estamos tomando las medidas oportunas con respecto a los insecticidas”. Y el de Épila: “No hay motivos de alarma, no es nuevo decir que las aguas del Jalón están contaminadas, creíamos estar inmunizados pero este año ha dado más fuerte, el número de enfermos es bastante elevado”. Todos diagnosticando el agravamiento de un brote diarreico.

Después de la avalancha ciudadana del lunes 19 de julio, en Zaragoza (479.845 habitantes según el censo de 1970) se habilitaron 23 puestos de vacunación y otros volantes que recorrieron los municipios del Jalón, de la ribera del Ebro, del Jiloca, hasta suministrar más de 600.000 vacunas.

La desconfianza ciudadana se reflejó en los datos de consumo de agua, 25.000 metros cúbicos menos diariamente en la capital, en la mínima afluencia a las piscinas municipales y en los más de 200.000 kilos de frutas a punto de echarse a perder con un Mercado Central inusualmente vacío. La propia Guardia Civil puso controles para requisar las frutas y verduras que llegaban desde el Jalón. La Hermandad de labradores y ganaderos de Épila cifró en 200 millones de pesetas las pérdidas en las cosechas de tomate, lechuga, pera, melocotón y en los jornales perdidos.

Choque con Madrid

No faltó la colisión con Madrid cuando la noche del miércoles 21 de julio el jefe de la dirección general de Sanidad aludió en declaraciones a Televisión Española a los hábitos de los lugareños de la ribera añadiendo que este problema no existe en ningún otro punto de España. Le faltó tiempo al alcalde de Grisén para responderle: “Aquí en todos los pueblos del Jalón somos humildes pero limpios…Pero, ¿qué se han creído en Madrid? Quien más quien menos dispone de cuarto de baño y se lava a diario, como ordenan las buenas costumbres”.

Finalmente, en unas notas informativas oficiales de la OMS y de la Dirección General de Sanidad se reconocieron siete casos de cólera de un total de 48 casos sospechosos en los municipios de Épila (3.997 habitantes) y Rueda de Jalón (534) y se afirmaba que no existía peligro de epidemia en España ni riesgo para los viajes internacionales. Así se recoge en una publicación de octubre de 2006 de la Revista de Administración Sanitaria Siglo XXI firmada por el doctor Miguel Carrasco y la enfermera Josefina Jimeno bajo el título “La epidemia de cólera de 1971. Negar la realidad”.

La nota gubernamental iba más allá al señalar que “respecto al origen es importante significar que los dos pueblos en cuestión están situados en una de las rutas que cruzan España y que es utilizada por los trabajadores emigrantes procedentes de países del Norte de África”.

La misma Dirección General de Sanidad que se había mostrado reacia a las vacunaciones masivas afirmando en un informe que “son medidas no adecuadas técnicamente pero aconsejables por impulsos políticos”.

El gobernador civil de Zaragoza reconocía, por fin, el viernes 30 de julio que “se ha logrado contener y dominar el brote colérico en el Jalón sin que Zaragoza sufriera sus efectos como en un principio se temió”. Fue en una reunión de la Comisión Provincial de Servicios Técnicos para agradecer a las instituciones sanitarias su esfuerzo.

Fue un brote de cólera que se frenó en pocos días pero que evidenció las graves carencias de las comunidades rurales, y también de algunos barrios de Zaragoza, en el abastecimiento y saneamiento de aguas. Muchos municipios, que no disponían todavía de agua corriente, dependían de pozos, acequias y corrales. Y todo esto sucedía en la España de 1971, el año y el mes en el que John Lennon lanzaba el himno 'Imagine', Jim Morrison aparecía muerto en un hotel de París y Salvador Allende nacionalizaba la minería del cobre en Chile.

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