La grandeza de un club

La grandeza de un club deportivo no sólo se mide por sus victorias. Para aumentar su leyenda, además de ganar, cualquier entidad debería combinar triunfos, destreza y maestría en el juego, corrección ante cualquier resultado, izar siempre la bandera del juego limpio, nobleza en la pugna, respeto por el rival y reconocimiento a sus leyendas.

Al CB Gran Canaria no se le ha dado nada mal -sobre todo en los últimos 25 años- mezclar todos esos valores y, paso a paso, ha crecido como institución en todos los aspectos. Se ha instalado en la ACB, pelea por títulos (tanto a nivel nacional como europeo), ha contado con estupendos jugadores en sus filas, ha sido honrado en la pelea y señor al final del pulso (tanto en las victorias como en las derrotas), pero se ha movido con un nivel de amnesia más elevado del deseable al honrar a su gente.

No es de recibo que, en las últimas dos décadas, la única persona que haya sido agasajada con la concesión de la insignia de oro y brillantes del club haya sido una política (más allá de cualquier ideología), cuya única aportación para recibir el homenaje fue equilibrar un desfase presupuestario económico con dinero público.

Entre directivos, empleados, técnicos y jugadores que han pasado por el Granca y que, con su esfuerzo y con su ilusión, han contribuido a hacer más grande la entidad claretiano la lista de personas que merecen un reconocimiento por parte del club se me antoja formidable (por tamaño y valor). El nuevo consejo de administración, que preside Agustín Medina, tiene la oportunidad de liquidar esta deuda.

De entrada, se me ocurren cinco nombres a los que rendir tributo: Pepe Moriana, Lisandro Hernández, Berdi Pérez, Manolo Hussein y Jim Moran. Se admiten más propuestas.

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