Espacio de opinión de Canarias Ahora
Los abusos existen, vaya que sí
A medida que uno va creciendo repara en la cantidad de excusas a las que recurrimos los seres humanos para tratar de justificar nuestra propia incompetencia y/o necedad. La lista es muy grande, demasiado, aunque, de entre todas, hay una que siempre me ha cargado sobre manera, por no decir otra cosa que suena bastante peor.
Dicha excusa tiene que ver con la memoria, más bien con la falta de ella, gracias a la cual se permiten, toleran, o disculpan comportamientos que le están empezando a pasar una GRAN factura a nuestra mediocre sociedad actual. En realidad, resulta muy cómodo y muy conveniente recurrir a esa “falta de memoria” para no asumir la responsabilidad de un acto, algo que los políticos han convertido en un sello de fábrica, cada vez que los pillan en una mala situación.
Sin embargo, la falta de ética y catadura moral de muchos servidores de lo público no es lo que más me molesta, pues tampoco está en mi mano cambiar nada, dado que ni soy un multimillonario anónimo donante que quita y pone cargos electos en un sillón. Mi pensamiento tiene que ver con la falta de memoria cuando se habla de un tema tan SERIO como lo son los abusos en los colegios e institutos y como a la sociedad no parece importarle lo más mínimo.
Ya se sabe que este tipo de asuntos siempre se les ha considerado como “cosas de chavales” y que tampoco hay que darle más importancia. Además, las cosas hay que aprenderlas por la vía dura, palabras textuales de unos de los miserables que tuve que soportar cuando era estudiante, en vez de tratar de educar a quienes se comportan como descerebrados y no paraban de cometer tropelías.
Yo no tengo ningún pudor en admitir que muchos de los impresentables con los que estudié ?sí, he dicho bien IMPRESENTABLES- trataron de abusar de mí, de una forma u de otra. Imagino que de estar educado de otra forma y tener otro carácter me hubiera derrumbado, pero, salvo en contadas ocasiones, logré superar aquellos escollos. Eso sí, sin olvidarme de los comentarios, las caras y las actitudes de quienes ahora caminan por la calle con muchos kilos de más, poco pelo y espero que con un poco más de esa tan cacareada catadura moral dentro de sus obtusas mentes.
También recuerdo las actitudes de los profesores que miraban para otro lado, en vez de poner orden, sobre todo aquellos sacerdotes de mano fácil, doble moral y apego por los bienes materiales, muy poco amantes de recriminarles nada a los niños de papá con abultada cartera.
Entre todos, lograban que el colegio no fuera un lugar agradable no por las propias exigencias del sistema, sino por la falta de control de unos -los profesores y responsables del centro- y por las tropelías cometidas por los otros, una suerte de delincuentes juveniles de tercera, unos cobardes e inútiles apoyados en la fuerza de la masa, pero incapaces de hacer frente a un “uno contra uno”. Todo eran muy gallitos, menos cuando te los encontrabas a solas, en un pasillo, en el baño, o paseando por el patio. Entonces el abusador profesional no era más que un gallina profesional, sin media castaña, el cual se transformaba en un cagón y un llorón de primera categoría.
Es cierto que los había poseedores de un cinismo digno de figurar en un libro de los records, al igual que quienes iban de guay por la vida y vendían a sus compañeros por cualquier razón. En eso, mi querido colegio también era especialista, sobre todo en fomentar las desigualdades entre nosotros y en aplaudir a quienes se chivaban de cualquier cosa con tal de medrar. A la vista de tal actitud, uno entiende que muchos de aquellos miserables acabaran metidos en política, escenario ideal para poder dar rienda suelta por su querencia al apuñalamiento por la espalda.
No obstante, y eso es algo que me fui dando cuenta con el paso del tiempo, el verdadero problema estaba en el ambiente familiar de aquellos gallitos, un ambiente que, de alguna u otra forma, fomentaba, toleraba y/ o permitía aquellos comportamientos. Sé que hay personas con una doble moral y una capacidad de vivir dos vidas distintas sin que los demás se den cuenta de ello. Recuerdo como muchos de aquellos engendros eran “un dechado de virtudes” con sus padres delante y unos cabestros cuando llegaban al colegio, por difícil que esto fuera de aceptar. Ya sabe que de todo hay, pero no por ello se deberían justificar este tipo de comportamientos, sobre todo porque si hay algo fácil de detectar es a uno o varios gallitos profesionales y a su corte de polluelos y o seguidores.
Con pasear por el patio de un colegio y/ o instituto es muy sencillo saber qué es lo que está pasando y si no se ponen más medios para evitar que un matón de tercera abuse de un compañero y luego cuelgue su hazañas en Internet -como antaño hicieran los grandes sátrapas de la historia, quienes colgaban a sus víctimas en los cruces de los caminos- seguiremos leyendo noticias de jóvenes que se suicidan al no poder soportar la presión a la que se ven sometidos.
Entonces, y llegado el momento, todo son quejas, golpes de pecho, rasgadas de vestiduras y frases altisonantes que ni devolverán a la vida al joven que ha muerto, ni solucionarán nada de nada. Y acepto que los profesores están desbordados, los padres trabajan más de la cuenta y con horarios demenciales ?en especial en nuestro país- y que ya casi no hay tiempo para nada. Lo que no acepto es que se siga haciendo la vista gorda o, peor aún, tolerando estos comportamientos como algo natural en vez de poner SOLUCIONES con mayúsculas.
Ya está bien de regodearse en la incompetencia y escudarse en la falta de memoria ante un problema tan grave como éste, tal y como hizo el ya excandidato a la presidencia de los Estados Unidos de América cuando declaró que no se acordaba de haber abusado de un compañero de clase, décadas atrás. ¿Qué se puede esperar de un mandatario que se toma las cosas de esa forma y que, por lo tanto, no va a ser capaz de decirle a sus hijos que no se puede abusar de los demás?
Lo dije en una columna anterior y lo repito ahora. Espero que aquellos que se divertían en el colegio abusando de quienes ellos consideraban más débiles o simplemente no les gustaban hayan cambiado algo, porque, de no ser así, estarán educando a sus hijos tan mal como los educaron a ellos y eso sí es un problema. Además, puede que ahora sean sus hijos las víctimas de los abusadores? A ver cómo responden ante el cambio de papeles.
Tampoco me olvido de quienes han sido responsables de la muerte de un compañero y de quienes lo han tolerado, de una forma o de otra. Todos son igual de culpables y TODOS deberán vivir con la carga de ser los responsables de una muerte que nunca debió suceder.
La fortuna quiso que sólo un compañero se quitara la vida mientras estudiaba y que no me cuenten que se cayó mientras limpiaba una ventana. Hasta donde yo recuerdo y sé las causas fueron otras bien distintas a las de los abusos. Sin embargo, me hubiera gustado verle las caras a quienes se empeñaron en tratar de hacernos la vida imposible a muchos de nosotros si alguno hubiese muerto por dicha causa. Verles las caras, escuchar las mentiras de quienes miraban sistemáticamente para otro lado y las sonrisitas de quienes disfrutaban vejando a los demás, que también los había.
Aprovecho esta columna para recomendarles dos películas que plasman esta realidad y cómo se pueden tratar de solucionar, por muy radicales que dichas soluciones puedan parecer.
La primera es una película de Estonia titulada The Class (Klass) y la segunda es una película holandesa titulada Ben X. En ambos casos los protagonistas toman una determinación radical para acabar con sus abusos y dejar en evidencia las tropelías cometidas por sus compañeros y profesores, además de atacar al propio sistema.
Admito que me gusta más la solución ideada por Ben que a la que recurren los dos amigos que protagonizan Klass. No obstante, puedo entender sus motivaciones y que uno no sienta ninguna pena por la suerte de quienes acaban siendo víctimas en lugar de verdugos. Después me dirán si se puede argumentar que no recuerdan muchos de sus comportamientos de pequeños o no y con qué cara lo hacen. Y yo les diré? No, no les diré nada, porque cada uno debe vivir con sus miserias y sus fantasmas, por duro que eso pueda llegar a ser y nada, ni nadie puede cambiar esa verdad.
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