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Abusos

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Padre arranca cuando Simmons cae, literalmente, del cielo y lo recoge un pequeño infante llamado Andy. El pequeño vive junto con su hermano mayor Eddie y su padre, cuyo deporte favorito es propinarle una paliza detrás de otra al niño. En cualquier otra circunstancia, los constantes gritos, golpes y lloros del pequeño, no pasarían desapercibidos. Sin embargo, ni Andy ni Eddie tienen a dónde recurrir, dado que su padre es un “honrado y respetado” oficial de policía, pilar de la comunidad, que acude a misa todos los domingos y está libre de cualquier sospecha sobre los moratones que lucen sus hijos.

Para los piadosos vecinos del pequeño pueblo donde viven los dos hermanos, el padre hace lo que puede, tratando de educar a los dos niños tras la muerte de la madre de ambos.

Esos mismos vecinos ignoran, o prefieren ignorar, lo que ocurre cada noche cuando el padre, borracho y con delirios, golpea el cuerpo de sus hijos, llegando incluso a amenazarlos con su arma reglamentaria. Lo peor del caso, por la tragedia que esconde, es que Andy, el más pequeño y maltratado, no pierde la sonrisa y es capaz de consolar a su hermano mayor.

Una vez que Simmons -escondido mientras tanto en el garaje- es consciente de lo que ocurre en la casa, no dudará en tomar partido a favor de los dos indefensos y desvalidos niños.

El demonio rebelde -con pasado en el que pesan los malos tratos a su esposa Wanda- se ensañará con el maltratador, quien no se merece que le llamen padre y le dejará un recuerdo de los que duelen, por la humillación que acarrea.

Otro cualquiera se hubiese metido en un agujero oscuro y apartado, antes de volver a verse las caras con el demonio. No obstante, el padre de Andy y Eddie es, en el más amplio sentido de la palabra, un malnacido que no duda en esperar la llegada de sus hijos del colegio para, acto seguido, ensañarse otra vez más con Andy y Eddie.

Ante el cariz que toma la situación, al hermano mayor no le quedará otra solución que empuñar el arma de su padre y ante la crueldad que este último descarga contra Andy, descerrajarle un disparo, poniendo punto y final a toda aquella pesadilla.

En un mundo ideal, las cosas hubiesen acabado aquí, pero no. Después de todo lo que tuvieron que soportar los dos hermanos, llegaron las recriminaciones de los compañeros de su padre y de las mentes “bien pensantes”, que, lejos de ver los abusos y maltratos que el progenitor cometió, prefirieron acusar a los niños de todo lo sucedido. Una práctica común que ha logrado que los cementerios estén llenos de parejas, principalmente mujeres, muertas por “el amor de sus maridos”.

En el número 58 de Spawn, Andy y Eddie se escapan del centro de menores en el que están internados y se dirigen hasta Nueva York para encontrarse con el demonio. Una vez allí, ambos le dicen que ahora son huérfanos ?título de la historia- y que están allí para que les dé una solución. Simmons no puede hacerlo, ni siquiera sabe cómo sobrevivir él en su nueva situación. La revelación sembrará la desesperación en Eddie, quien decidirá buscarse el futuro por su cuenta.

Tras su publicación, Padre estuvo rodeado de cierta polémica y se acusó a McFarlane de querer influir “negativamente en las mentes de los jóvenes”, cuando su intención era denunciar una situación intolerable en una sociedad civilizada. Además, Spawn deberá asumir su parte de responsabilidad ante sus acciones, algo para lo que no estaba del todo preparado. Con el paso del tiempo, esta historia se ha convertido en portada de informativos, periódicos, y revistas, con distintos protagonistas, pero con una misma realidad.

Nuestro país no está exento de una lacra como lo son los malos tratos, pero todavía hay colectivos y caducas mentalidades que piensan que “los trapos sucios se lavan en casa” y que el resto de la sociedad debe permanecer al margen. Si encima se añade el siempre socorrido status social, el cual dicta que solamente las clases más bajas sufren este tipo de problemas, el cuadro no puede ser más desolador.

Al final, las paredes de las casas se convierten en los muros de la brutalidad, la insensatez y el salvajismo más animal, sin importar que lo que hay en juego son vidas humanas. Como en el caso de Andy y Eddie, nadie quiere saber lo que ocurre, al lado mismo de tu vivienda, mezcla de ignorancia, leyes que parece que protegen al maltratador y el miedo al qué dirán si te metes en medio de una disputa familiar.

Poco importan las señales, el silencio y recurrir a que “la familia, es la familia y la sangre es la sangre”. Sí, la sangre es la que se derrama un día tras otro, en algún lugar del mundo, y que deja una nueva víctima para una lista ya demasiado larga.

Lo peor es que las personas que sufren los maltratos tienen miedo a denunciar a los energúmenos, a los salvajes que las torturan, mental y físicamente, porque hay una parte de la sociedad que las condena a ellas, no a los maltratadores.

Ya está bien de tolerar a miserables que golpean a sus parejas en plena calle y luego se esconden tras el eufemismo de “es que he tenido un mal día”.

Ya está bien de que muchos maridos maten a sus esposas y luego, traten de suicidarse, cual romántico tuberculoso, normalmente sin lograrlo.

Ya está bien de que una parte de la sociedad no condene estos hechos, dado que su credo, mentalidad o ideología aprueba dichas prácticas.

En qué mundo vivimos si un padre puede maltratar sus hijos, un día tras otro y sus conciudadanos justifican los terribles moratones de los niños con la frase “son cosas de niños”. ¿Es que tanto nos importa el qué dirán los vecinos que preferimos esperar hasta que una ambulancia aparque delante de nuestra puerta?

Llegados a este punto, me viene a la cabeza el caso del profesor que -por defender a una maltratada- acabó en coma y, mientras tanto, la mentada “individua”, se dedicaba a recorrer los platos de las televisiones españoles, justificando los golpes del cabestro de su novio. De desagradecidos, ignorantes, zafios y malnacidos está el mundo lleno y esa individua, el padre de Andy y Eddie y quienes se dedican a maltratar a las personas que quieren son un buen ejemplo de ello.

Eduardo Serradilla Sanchis

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