Espacio de opinión de Canarias Ahora
Agua y petróleo en Canarias
Las aproximadamente 300 instalaciones de desalación que existen en las islas aportan ya más de un tercio del agua de su consumo global y, aunque la eficiencia en ese proceso se ha incrementado sobremanera, resulta obvio decir que Canarias bebe petróleo transformado en agua, y depende crecientemente de él, porque es con este recurso energético con el que funcionan la práctica totalidad de las plantas existentes, desde que en 1964 Lanzarote inaugurara una nueva etapa histórica isleña, que creo la ficción ? instalada de forma contemporánea en el inconsciente colectivo ? de la abundancia hidraúlica de las islas, que venía dada porque el crudo que abastecía esa primera planta, en los años sesenta, valía en el mercado apenas 2$.
Nada más lejos de la realidad, porque la escasez del líquido elemento ha sido siempre factor limitante de la habitabilidad, a lo largo de su Historia. Los años de la seca motivaban la emigración y la hambruna, limitando claramente la actividad humana en el territorio. La capacidad de carga de cada comarca estaba relacionada directamente con la pluviometría y la posibilidad de la zona ? por factores geomorfológicos, etc. ? para almacenarla. La orografía se conjura en Canarias para hacer de la obtención del agua una ardua tarea, intensiva en energía: por ejemplo, Tijarafe, en La Palma, sufrió sed hasta que un motor pudo bombear la abundancia hídrica de la Caldera de Taburiente. Así, la ley de la gravedad siempre condicionó las explotaciones agropecuarias, el abastecimiento y emplazamiento de los asentamientos, y generó una práctica de uso del agua asociado a su transporte en barricas, a la disputa por su propiedad y al extremo ahorro, hasta fechas bien recientes.
Según el Instituto Tecnológico de Canarias, el ciclo completo del agua puede llegar a consumir 10kWh por cada metro cúbico. Si esta agua proviene de la desalación, estaríamos ante un consumo de 2 kilogramos de fuel por cada 1000 litros de agua “producida”, bombeada y depurada. Lo dicho: bebemos petróleo.
Este paso a la dependencia de los combustibles fósiles para beber agua ha llevado al olvido de la gestión de la escasez del agua: consumimos unos 120 litros por habitante y día, cifra insólita en un lugar con ausencia práctica de aguas superficiales como Canarias. Por otro lado, esta dinámica de creciente dependencia tecnológica y fosilista viene dada por el agotamiento crónico de acuíferos en las islas capitalinas ? desde hace 80 años Tenerife extrae más agua de sus acuíferos de la que se recarga anualmente a través de las lluvias -, y por una presión poblacional que, además, considera que el ciclo del agua comienza en su grifo y termina en su sumidero.
La subida del precio de la electricidad ? al iniciar ya en este año su ascenso, que promete ser importante a partir de ahora ? y la carestía creciente del petróleo ? según el Comisario de Energía de la Unión Europea, se puede llegar a producir un hueco entre oferta y demanda mundial de crudo del 20% en pocos años ? harán de la energía que hoy suministra a Canarias de agua, un bien crecientemente escaso y muy frágil en su disponibilidad, como lo será el abastecimiento futuro del crudo, en un mercado mundial con casi nula capacidad excedentaria ante imprevistos o problemas geopolíticos, climáticos, etc. Por otro lado, la crisis global del agua, reconocida por multitud de organismos, indudablemente afectará a una Comunidad que importa la práctica totalidad de los alimentos y los hectómetros del líquido elemento que hacen falta para que aquéllos lleguen a nuestra mesa.
Es obvio que las Islas deberán plantearse, tarde o temprano, su dependencia tecnológica y del crudo del exterior para la obtención del agua. Parece evidente que incrementar los consumos globales de agua, en este sentido, supondrá ahondar en esa dependencia y afrontar de peor forma los retos que el fin del petróleo barato y la inseguridad energética traerá a Canarias.
Juan Jesús Bermúdez
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