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Aguar la fiesta

Cristóbal D. Peñate

Las Palmas de Gran Canaria —

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España es un país atípico y antitético. Dual y bipolar, un tanto patético, bastante peripatético y de algún modo esquizofrénico. Somos grandilocuentes inventando días y fiestas nacionales. Llamamos fiesta nacional y arte a lo que es simplemente una absurda matanza de toros, y denominamos día nacional a la conmemoración de la colonización de América y no al descubrimiento porque en todo caso nos descubrimos mutuamente. Menudo cuajo tenemos.

No sé a qué descerebrado se le ocurrió añadir nacional a una supuesta y dudosa fiesta de cuernos, espadas y vestimenta hortera que tiene más detractores que seguidores. Lo mismo que el mal denominado día nacional (antes se le llamaba de la raza, luego de la hispanidad), que es vituperado al otro lado del Atlántico y en buena medida en éste, donde buena parte de los españoles lo cuestionan ardorosamente. No puede existir una fiesta nacional si no es aceptada por la mayoría de la gente. Y lo mismo ocurre con los días nacionales cuando no son consentidos por buena parte del pueblo.

Esta semana hemos tenido la prueba en Madrid. Un año más, presidido por el rey, se celebró el 12 de octubre con más sombras que luces. En primer lugar porque el día lluvioso, nuboso y plúmbeo poco ayudó y en segundo lugar porque en vez de unir esta fiesta lo que hace es desunir a los españoles entre los que la jalean y los que la censuran. No hay término medio. En vez de imponer un día, hay que consensuarlo.

De entrada, como ya viene ocurriendo hace unos años, no estuvieron presentes en el desfile militar (no hay una cabeza pensante a la que se le ocurra otro motivo de celebración que un acto castrense) los presidentes de Cataluña y el País Vasco, que son nacionalistas o soberanistas, pero tampoco acudieron a la cita los máximos representantes de Galicia y la Comunidad Valenciana, uno del PP y otro del PSOE, aduciendo el primero motivos personales y el segundo un viaje al extranjero.

Por si esto fuera poco, cada vez hay más partidos, de ámbito nacional o autonómico, que se alejan de las teorías gubernamentales sobre qué debemos celebrar los españoles el 12 de octubre, si el descubrimiento de América, su colonización o simplemente el día de la Virgen del Pilar.

Podemos, el tercer partido del país con más de cinco millones de votos, no ha acudido a la conmemoración del 12 de octubre porque está radicalmente en desacuerdo con esta celebración. Pablo Iglesias entiende que el verdadero patriotismo está en ayudar a la gente humilde y necesitada. Por eso él no quiere perder un minuto en protocolos, pitanzas, vino español y canapés. Las connotaciones carcamales y casposas tampoco ayudan.

Alguien ha fallado en el diseño de una conmemoración que en los años de democracia ha sido irrelevante y muy discutida. Si el 12 de octubre no sirve para unir y reconciliar a los españoles, como se demuestra cada año y en cada ocasión con más virulencia, estamos tardando ya mucho en buscar una alternativa a este día. ¿Qué se puede esperar de un país cuyo himno nacional no tiene letra? ¿Qué se puede esperar de unos deportistas que en las olimpiadas dan la nota porque tienen que escuchar el himno con la boca cerrada? ¿Qué se puede esperar de unos futbolistas que tararean una música militar sin tener ni pajolera idea de su significado?

Esta es la historia de un país que quiere estar unido pero no sabe cómo. Si los días nacionales se imponen unilateralmente y no se consensúan, están condenados a la irrelevancia.

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