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Agujeros negros
Recuerdo una vez que me contaron una historia donde se describía cómo comían unas gallinas camperas de forma plácida tanto su pienso perfectamente equilibrado, como cualquier otra brizna de hierba fresca que, a modo de golosina, picoteaban con gran avidez. Dicho festín atraía las miradas y deseos de otras especies. De hecho, parece ser, se acercó una rata de considerables dimensiones para comerse el pienso, teniendo como reacción por parte de las aves la puesta en escena de una actitud huidiza, evitando molestar e incordiar la apropiación indebida por parte del roedor en cuestión. Por parte de quien ostentaba la propiedad de las gallinas, cansado de gastar dinero improductivo porque se estaba engordando a quien no se debía engordar, se decidió poner punto final al atracón indebido, para lo cual se agenció con una escopeta de balines. A partir de aquí, se sentó de forma paciente y esperó a que volviera a aparecer la rata para comer el alimento destinado a las gallinas. Según dicen, fue rápido con ausencia de sufrimiento cuando un balín atravesó la cabeza del ratón e hizo que cayera desplomado. Hasta aquí todo normal. Lo curioso es que las gallinas, al ver el espectáculo, decidieron ir corriendo a picotear de forma compulsiva al cadáver, como signo de una protesta que estaba enjaulada desde hacía tiempo.
Esta especie de fábula nos pudiera parecer que nos habla de la diferencia entre la autoridad y consiguiente obediencia basada en el miedo en contraposición con otra fundamentada en el liderazgo. En el primero de los casos, se hace porque se temen las represalias sin vinculación e identificación alguna entre lo encomendado y lo deseado, teniendo altas probabilidades de sufrir un castigo en el hipotético caso que no te avengas a las normas por muy injustas e impropias que parezcan. Las gallinas se ausentaban mientras la rata comía, no porque quisieran compartir el alimento, sino porque le tenían temor, sobre todo a recibir una dentellada mortal. No le tenían respeto. Solo simple y llanamente miedo. Por esa razón, cuando el roedor ya no se podía defender, las aves descargaron su furia en forma de picotazo. Ahora bien, cuando ejerces el liderazgo encuentras motivación en el entorno para gestionar crisis o para apoyar o entender a los integrantes de un grupo donde no es una característica innata, sino que se entrena a través de la experiencia y la formación en inteligencia emocional.
En ese sentido, las relaciones sociales, siendo muy simplistas, se basan en dos tipos de personas. Los denominados “seres de luz” y, por otro lado, los “agujeros negros”. Empezando por estos últimos, recogiendo una definición meramente física, los agujeros negros son los restos de antiguas estrellas tan densas que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, es capaz de escapar a su poderosa fuerza gravitatoria. Es decir, lo atrapan todo, absorbiendo la energía que ronda a su alrededor, tal y como hacen esas personas que, al entrar en un espacio compartido generan frío por lo que el resto intenta fomentar la distancia para evitar verse negativamente afectado. Por el otro lado, los “seres de luz” son prácticamente lo contrario. Más allá de detectar que desprenden una energía diferente, iluminando todo su entorno, son las personas a las que se les tiene por referencia para tomar en consideración lo que pudieran compartir. Si nos damos cuenta, en el ámbito de la política, de la economía, del empleo o de la empresa, las cosas no son muy diferentes. De hecho, solo hace falta levantar la cabeza y contemplar qué y quién nos rodea. Seguro que están por ahí. Ahora decidamos qué hacer con cada cual.
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