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Anápolis: ¿Un ''trampolín'' hacia nuevas guerras?

Adrián Mac Liman / Adrián Mac Liman

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Conviene señalar que la iniciativa de Bush no ofrece un marco de negociación concreto y detallado. La postura de Washington se acerca más a las exigencias de Israel, que quería una declaración carente de contenido. De hecho, el primer ministro Olmert sabe positivamente que el “inoportuno” gesto de los americanos podría generar una tormenta en el Parlamento israelí, una especie de marejada que desembocaría en una crisis de Gobierno. Huelga decir que para los políticos de Tel Aviv, la casi totalidad de las propuestas de esta índole suelen ser? inoportunas.

Por otra parte, el primer ministro hebreo tiene que lidiar con las acusaciones de corrupción formuladas recientemente por la justicia jerosolimitana, con los dilemas que plantea una política muy parecida al apartheid, con la inquietante tasa de expansión demográfica de la población palestina y/o árabe israelí, con la creciente desconfianza de una población que duda de la eficacia de la política “antiterrorista” llevada a cabo por su Gabinete. A ello se añade otro factor clave: la inflexible postura del establishment militar hebreo frente a la cuestión palestina. Porque los militares son, en definitiva, quienes dirigen desde la sombra las relaciones con las comunidades palestinas de Cisjordania y Gaza. Unos militares que se oponen al desmantelamiento de los asentamientos judíos o a la reducción del número de controles de seguridad instalados en las carreteras de Cisjordania.

Tal vez por ello Israel no se compromete a respetar los plazos impuestos (¿recomendados?) por Washington. El propio Olmert se limitó a calificar la propuesta de Bush que “trampolín” para la apertura de negociaciones serias. Pero el “trampolín” hacia el inicio de las consultas tampoco implica un compromiso formal para la obtención de resultados tangibles.

La presencia en Anápolis de 14 estados árabes, cuyos gobiernos parecían dispuestos a arropar a la acorralada Autoridad Nacional Palestina, contrasta son embargo con la deliberada marginación de la iniciativa de paz saudí, avalada en su momento por los miembros de la Liga Árabe. Aparentemente, a Israel no le interesa reducir sus exigencias a cambio de un reconocimiento por parte de los vecinos árabes.

Pero hay más; el presidente palestino, que perdió el control sobre la Franja de Gaza, convertida en feudo de las milicias del movimiento islámico Hamas, tiene que ofrecer a los pobladores de Cisjordania la imagen de un político respetable y respetado. Sin embargo, la mayoría de los habitantes de Cisjordania estima que Abbas es un gobernante ineficaz, un político incapaz de integrar a Hamas al diálogo con Israel y con la comunidad internacional.

Otros tabúes que brillan por su ausencia en la declaración de Anápolis son: las fronteras del futuro Estado Palestino, la seguridad de Israel, la (doble) capitalidad de Jerusalén, el derecho de retorno de los refugiados palestinos. Son éstos temas conflictivos tratados en reiteradas ocasiones desde la celebración de la Conferencia de Madrid por grupos de expertos palestinos e israelíes; cuestiones que han obstaculizado la buena marcha las negociaciones bilaterales.

En este contexto, las perspectivas que se abren tras la celebración de la cita de Anápolis poco o nada tienen que ver con la búsqueda o el establecimiento de una paz duradera. Hay quien estima que la reunión sirvió ante todo para la puesta en marcho de otra coalición internacional, destinada a apoyar a Washington ante un posible operativo bélico contra Irán. Una iniciativa que Israel aplaudiría.

En resumidas cuentas, Anápolis podría ser el “trampolín” hacia nuevas guerras.

Adrián Mac Liman

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