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El 'Basta Ya' de la Puerta del Sol
Seguro que también habrá gentes de izquierda a los que la comparación sorprenda o incomode y la juzguen improcedente e impertinente, pues aunque el epicentro físico de este terremoto político se ubique también en la Plaza de Sol, es claro que son otras las circunstancias y muchas las diferencias.
Pero no cabe duda de que que ambos estallidos del pueblo en la calle responden al mismo grito de Basta Ya, a un común hartazgo respecto a situaciones sinsentido y absolutamente injustas, aunque el de hace catorce años contara con el respaldo unánime de todos los partidos democráticos y en esta ocasión el grito se produzca contra la generalidad de ellos y al margen de la legalidad.
“Gano 100.000 euros brutos al año y mi familia y yo vivimos muy bien, pero a veces también hay que guiarse por el corazón, y, por eso, estoy aquí, por solidaridad”, me dice un empresario en la confluencia con la carrera de San Jerónimo mientras contempla el hervidero de una multitud variopinta que una y otra vez repite el grito de No nos representan.
Y es que aunque este poblachón manchego denominado Madrid fue definido literariamente hace tiempo por el poeta canario Antonio Puente como Billar de tránsfugas, su corazón ubicado en la plaza de Sol y las calles aledañas ha vuelto en estas jornadas a ser un ejemplo para todos, y debería tener consecuencias más allá de las elecciones del domingo.
Hace ya más de dos siglos que, también en la Plaza de Sol, un 2 de mayo, el pueblo de Madrid se echó a la calle contra el invasor napoleónico gritando Basta Ya. La revuelta también iba dirigida contra las elites patrias que por desidia y pereza habían consentido aquella agresión silenciosa.
La comparación incomodará -en este caso, no sin razón- a más de uno, porque lo cierto es que aquello de hace dos siglos, andando la historia, no terminó nada bien, lastró todo nuestro desarrollo y es ahí donde se ubica el nacimiento de las llamadas Dos Españas.
Pero es que, hoy como ayer, el personal no es tonto y todo tiene un límite. Vivimos en una sociedad con cada vez más diferencias y privilegios, se ha cocinado el final de la crisis de modo que las conquistas sociales de los últimos decenios se pueden ir abajo en cualquier momento, y la mayoría de los jóvenes no van a poder nunca disfrutarlas como hicieron sus padres.
Y, sobre todo, no vale decir que se acabó la fiesta sin que los mayores responsables de la crisis y de tomar medidas para solucionarla -los que, en definitiva, siguen manejando la maquinaria capitalista, ya sea en la clase política o en los altos estamentos económicos-, den el menor ejemplo.
“Lo único que quieren es llegar al poder para colocar a los suyos y cobrar pensiones vitalicias. Y aunque se peleen, en el fondo son lo mismo”, me decían anoche unos muchachos que habían venido desde Segovia para apoyar espontáneamente a los concentrados en Sol: “Hay que regenerar esta democracia”.
Y es que esta panda de pelmazos ha terminado por cansarnos a todos y ya no había quien los aguantara. La cosa tenía que estallar por algún lado y lo que la peña quiere es tener más participación en las cosas que le afectan y dejar de sentir que le están tomando el pelo.
Porque nos guste o no, esa es la impresión que tiene cada vez más gente no sólo en España sino en muchos otros lugares de llamado Occidente desarrollado. Y porque, aunque cualquier generalización es injusta y todos debemos tener cuidado para no caer en la demagogia, no es casualidad que esto haya sucedido en la campaña electoral más sosa y aburrida, y lo que es peor, más inútil, que uno recuerda, aquella en la que nada que importase demasiado se decidiría, con independencia de los resultados.
Y claro que entre la gente que hay en Sol no todos están parados. Afortunadamente. Y claro que muchas de sus reivindicaciones son de lo más variopinto, infantil o peregrino. Y claro que el movimiento es algo confuso. Y claro que hay que tener mucho ojo con el populismo, porque a río revuelto puede haber ganancia de pescadores de la peor y más variada calaña.
Pero en las pocas horas que uno ha estado allí también ha visto correr savia muy sana y plural, y nada adocenada. Reflexiones sobre filosofía de la ciencia, de la historia y del derecho en plena calle en la madrugada. Pequeños debates en torno a “qué magnitud es la que miden los euros” y sobre el sentido de la vida y del tiempo. Y un aire de fiesta autoconsciente y liberadora que, sin duda, recuerda a aquel otro mayo del 68 parisino.
“¿Aparecerá esto que estamos haciendo en el futuro en los libros?”, preguntaba con ingenuidad emocionada una jovencita pelirroja a sus amigas, tras participar en el grito mudo con que, tras las doce campanadas del reloj del kilómetro cero, se abrió la jornada de reflexión.
Quizá, después de muchos años, ésta sea una verdadera jornada de reflexión. Y no les quepa la menor duda de que para muchos se va a prolongar más allá del lunes, al margen de los pactos y los cambalaches de siempre.
Federico Echanove
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