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Las cajas

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Todas las personas tenemos cajas. El número es variable en función de las cosas que tengamos o querríamos tener. Como recomendación general, como mínimo, hay que poseer dos, aunque el número pude incrementarse a voluntad. Si nos fuéramos al mínimo sugerido, en una de ellas ponemos nuestras motivaciones, deseos, pensamientos, así como los efectos materiales que nos hacen sentir especialmente bien. En la otra nos dedicamos a poner los temores, miedos, angustias, complejos, adicciones dañinas y demás limitaciones que no nos permiten sentir y vivir con plenitud. Se ha de aclarar, antes de seguir, que mientras que la caja de las motivaciones empuja la evolución y la prosperidad, la de los problemas se configura como una mochila que nos impide avanzar pegándonos, de forma literal, los pies al suelo. Está claro que hay partes de la sociedad que tienen más. Algunas con cosas que aparentemente son inútiles pero que nos reconfortan, o información y formación vacía sin contenido pero que, en algún momento de nuestras vidas, consideramos que fue imprescindible acceder a ella. En este caso, se asume porque ha formado parte de nuestra configuración actual. Pero en la vida no solo se trata de tener las cajas, sino el ir alimentando la que nos enriquece a la vez que hay que ir minimizando las perniciosas para evitar la modificación del comportamiento, condicionada por impulsos irreprimibles negativos.

En el ámbito de la economía del trabajo pasa algo similar. En este caso, mantener la productividad del trabajo en niveles aceptables no es tarea fácil, más aún, cuando algunos de los lastres que la minan pueden ser desconocidos o invisibles. Tengamos en cuenta que, de forma individual, podemos sentir euforia puntual y propiciar picos, ya sean recurrentes o no. Pero, salvo que estemos en una isla desierta, normalmente perteneces a un orden social conjunto donde los equipos prevalecen. Además, estos están formados por distintas personalidades, con rutinas o gustos diferentes, las cuales responden a las motivaciones de formas muy diversas, por lo que se deben gestionar todas aquellas distracciones que nos hacen vacilar frente al objetivo.

No cabe la menor duda que no hay fórmulas mágicas, pudiéndose utilizar distintas técnicas centradas, todas ellas, en varias cuestiones relevantes que se deben tener en cuenta para impulsar la productividad de un equipo. Para empezar, somos personas, y como tal debemos tener hábitos saludables fuera del entorno del trabajo para poder replicarlos dentro. Así que el descanso, una correcta y sana alimentación y el ejercicio físico debe formar parte de nuestra rutina diaria. Superada esta fase, minimicemos las distracciones para evitar las acumulaciones de cansancio debido a que no hay nada peor que un “stop & go” permanente, empezando por limitar las notificaciones recurrentes. Otro de los factores lo hemos de centrar en la planificación para incrementar el tiempo efectivo en materia de rendimiento a través de la automatización de los recordatorios. Y, como no, el orden material y la limpieza mental para así focalizar el objetivo de forma clara e inequívoca. Al final, si nos damos cuenta, nos debemos enfrentar de forma permanente a una dicotomía que nos hace elegir entre la motivación y la disciplina, diferenciando las ganas que se tienen de hacer algo de la razón para hacerla, sin importar si tenemos el deseo o no, de forma que depende si hay una razón o una emoción. Hay quienes priorizan la disciplina porque, sin orden, no hay concierto asumiendo que, sin motivación, el motor termina por pararse. Entonces ¿qué hacemos? 

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