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Qué actores y actrices interpretarán, dentro de treinta años, las cosas que nos están pasando. En una serie, en una obra de teatro, en una película. Es una pregunta inútil, de la misma estirpe de inutilidad que esa infección apocalíptica que lo inunda todo. Los penúltimos, los jueces caducados e ilegales del CGPJ (poder judicial, vamos) que quieren hacer un pleno para inmiscuirse en el legislativo y en el ejecutivo, puro Montesquieu a la carta. A su parecer, el estado de derecho está en peligro porque se quiere perdonar a una serie de personas. Ya está escrito: en España se condena con eficacia y desparpajo, en toda clase de foros; se perdona poco y con racanería.

Sin embargo, estos días pesan mucho las fotos, en Bruselas, en la carrera de San Jerónimo, en el palacio Real, en la entrada nocturna del palacio de El Pardo. Nada se libra. Dicen que hay unas fotos muy comprometedoras de la secretaría general del PP que pueden salir a la luz si no dimite. Feijóo está en ello, es experto en fotos. Mientras tanto, me encanta que a Aitana Bonmatí le guste la rumba catalana moderna, y supongo que la antigua también. Las futbolistas me están reconciliando con ese deporte omnímodo y aburrido. Ponen a sus carreras y tiros una sabiduría única, una energía alegre, y no escupen. A ver cuánto duran una vez que entren en eso que eufemísticamente se llama profesionalismo.

Y la semana que viene se supone que investidura, bronca y de pateos y gritos, seguro. Para los periodistas que asistimos a esas sesiones, todo es nuevo y viejo a la vez. Las caras de los veteranos y veteranas de la profesión animan, las de las personas nuevas en el oficio, esperanzan. La de uno mismo ante el espejo, perplejidad y estupefacción. “¿Todavía estoy aquí?” Me esperan en Barcelona, en gran de Sarrià hay un bar o tasca, casa Tomás, que hacen unas bravas sensacionales por lo que pueden provocar en el estómago: sensaciones. No sé si el masoquismo está en la salsa, en las patatas o en el conjunto. Calle arriba, el restaurante Tram-Tram, que inauguré en los ochentas cuando ofrecían un ajustado y exquisito menú del día para un modesto profesor de bachillerato (yo) en la calle Anglí. Me solían llevar las alumnas y los alumnos que no habían llegado a tiempo al examen de literatura española y contemporánea. Creo que eso hoy estaría mal visto. También el director del colegio, contradictorio y añorado Emili, que me enseñó dónde comer con una ministra en Eivissa la última vez que estuve allí (había naufragado un ferry con todos sus coches dentro).

Puede que los apocalípticos se den cuenta algún día que una de las mejores esencias de este puñetero país, nación o lo que sea, es Barcelona y, por extensión, Cataluña. Que sin ellas seríamos muy aburridos, sin Serrat, sin Tete Montoliu, sin la Companyia Electrica Dharma, sin Eugenio, ahora de película y de moda. Sin el Gato Pérez, sin Zeleste, sin el Gimlet del Born y de Santaló, sin el Museo Picasso y el champañet próximo. ¿Por qué no disfrutan de una vez?

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