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Declive petrolero, ¿renacimiento nuclear?
La fisión nuclear se presenta por parte de sus defensores como la opción más viable para compensar las estrecheces energéticas que el Mundo va a afrontar de forma creciente en la era “pospetróleo” de la que hablara el ex primer ministro francés, Dominique de Villepin, debido al declive del petróleo, realidad ya hoy reconocida por destacadas instancias. Sin embargo, importantes condicionantes parece que harán inviable estos deseos de mantener muchos años más el ritmo de crecimiento mundial, ya no tan solo en lo que respecta a los combustibles fósiles, sino también por límites en las posibilidades de expansión del desarrollo nuclear.
Así, el físico nuclear Michael Dittmar expuso recientemente en ASPO ? 6 (Cork ? Irlanda), basándose en datos de Agencias de la energía nuclear, que las reservas conocidas de uranio deberían durar 49 años, con la tasa actual de uso (esto es, menos años si se incrementa la “planta nuclear”). Además, según la consultora especializada en energía nuclear Ux Consulting Company (UXC), la producción de uranio registró su cenit en el año 1981, y desde 1989 las necesidades de uranio de las centrales nucleares son mayores que la extracción. Esta situación ha provocado, junto a otros factores que, una vez consumidas las reservas extraidas en décadas anteriores, el precio del uranio se haya multiplicado por diez en los últimos tres años. De hecho, el mismo Dittmar estima que alrededor del año 2009/2010, del 5 al 10% de las centrales nucleares tendrán ya problemas de suministro del combustible. Tampoco los proyectos de reactores de IV generación, como son llamados, parecen ser hoy realidad, y únicamente existe algún prototipo que no está en funcionamiento aún, y se espera su desarrollo para un incierto futuro de décadas. David Fleming, de FEASTA, considera que el uso del plutonio, que se obtiene básicamente como subproducto del uranio en las centrales nucleares, tiene también, lógicamente, límites importantes de disponibilidad, al ser derivado de éste; y, por otro lado, en relación al uso del Torio, hoy precisa de plutonio o uranio para su fisión, lo que nos lleva de nuevo al problema de la disponibilidad de éstos. Por su parte, la fusión nuclear, intentando simular nada menos que las reacciones solares en la Tierra, es todo un ejemplo de lo que el hombre moderno se ha llegado a plantear, para mofa de las Leyes de la física: como se ha dicho, hace cincuenta años era la energía del futuro, y hoy también lo es, para dentro de otros cincuenta años?
Nos recuerda Marcel Coderch en Foreign Policy que la energía nuclear es enormemente cara en su construcción, y sobre todo en el cómputo total de gestión de sus residuos; que está lejos de ser neutral en emisiones de Dióxido de carbono, dado su largo proceso de construcción, actividades de minería precisos (extraer una tonelada de la roca madre de donde a su vez se extrae el uranio, precisa el movimiento de más de 1.000 de materiales). Al fin y al cabo, la energía nuclear es totalmente dependiente del funcionamiento de una sociedad industrial con petróleo abundante, aunque éste está empezando a ser cada vez más escaso. Este experto ha calculado “que si se quisiera generar toda la electricidad mundial con la alternativa nuclear, habría que construir dos reactores por semana durante los próximos 50 años”. Qué decir de los crecimientos previstos en la demanda energética para los próximos veintitres años, en los que la Agencia Internacional de la Energía prevé incrementos de hasta el 60% del requerimiento de nuevos recursos energéticos.
La opción cianuro de la que habla el filósofo Jorge Riechmann (carbón y nuclear), para abastecer la creciente demanda, llevará a la humanidad, si no lo evitamos, a un incremento aún mayor de la concentración de gases de efecto invernadero a la atmósfera, y a una proliferación nuclear sumamente peligrosa para nuestro Planeta, y no sólo por la inasumible gestión de residuos radiactivos que estamos dejando a próximas generaciones, en todo un ejemplo de cómo nuestras sociedades están agotando rapidamente, no sólo sus recursos energéticos, sino el sentido común que se le suponía al ilustrado hombre de la revolución industrial.
Juan Jesús Bermúdez
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