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Iconoclastia
La dependienta de Cortefiel

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La derecha española arrastra sus rasgos más caciquiles y autoritarios cuando el líder de la oposición y candidato a presidir el Gobierno de España dentro de un mes interpela a sus compatriotas y les obliga a decidirse entre Pedro Sánchez y España, como si el presidente socialista fuera un marciano o natural de Chiquitistán. 

Los españoles tienen que decidir el próximo veintitrés de julio si votan progreso y continuidad o conservadurismo y libertades económicas porque de las otras... vale, está bien y tal, al estilo de su mentor Rajoy. Los españoles no tienen que decidirse entre Sánchez o España, aunque la derecha española haya sido siempre exclusivista con el territorio nacional y se cree la única patriota hispana y carpetovetónica. 

Tampoco antes en la Comunidad de Madrid había que elegir entre libertad y comunismo, como falsamente se inventó Miguel Ángel Rodríguez para que su pupila al frente de la comunidad se creciera y se enfrentara al Gobierno de España en vez de a los candidatos de los otros partidos que se presentaban a las elecciones autonómicas, que es lo que tocaba. 

Ahora el ala más reaccionaria y retrógrada del Partido Popular está cabreada con su candidata en Extremadura, María Guardiola, porque se niega a gobernar con la ultraderecha. Guardiola ya advirtió antes de las elecciones que no iba a contar con Vox para gobernar y eso cabreó sobremanera a sus correligionarios en otras comunidades que no han hecho ascos a un pacto con el partido de Santiago Abascal. Algunos gerifaltes del PP no soportan tener en sus filas a gente de la derecha moderna y civilizada. 

Le están llamando de todo menos bonita en su propio partido porque con ella se les difumina el subterfugio de pactar gobiernos con la ultraderecha, el paso previo que tendrá que andar Feijóo si no consigue mayoría absoluta dentro de un mes. 

Los más primitivos y antediluvianos del PP no tardarán en descalificar a Guardiola con argumentos tan pueriles como que en su juventud repartía guías telefónicas y además fue dependienta de Cortefiel. La candidata popular extremeña también dio clases particulares de matemáticas para pagarse el carnet de conducir. Algo parecido a lo que hizo la ministra Irene Montero, que trabajó en una tienda de electrodomésticos (aunque nunca de cajera de supermercado, por mucho que repita el mantra la oposición) para costearse su carrera universitaria. 

Eso de sacarse un título universitario a la vez que se trabaja es al parecer un demérito para nuestra derecha clasista. En el caso de Montero, además de clasismo, hay odio a una mujer que encima es joven y que ha triunfado precozmente en la vida si la comparamos con el resto de compatriotas. 

En la derechona late también una perversa y repugnante misoginia aderezada con ese patético clasismo que cree que una mujer joven y titulada universitaria no puede acceder tan pronto a ser miembro del Gobierno de la Nación.

A Montero se le puede criticar por muchas cosas en su vida pública pero es obsceno descalificarla con la mentira de que ha sido cajera de supermercado, como si eso fuese un desdoro y un demérito para todas las cajeras de Hiperdino y Mercadona. Eso solo les pasa a las mujeres políticas pero no a los hombres públicos. Nadie en la derecha se metió con el electricista Corcuera cuando fue ministro del Interior con Felipe González. Y ahora menos porque se ha pasado al lado oscuro del gato que está triste y azul. 

En vez de limitarse a criticar su tarea pública, que por cierto es muy criticable, especialmente en los resultados inmediatos de la polémica ley del solo sí es sí, también quieren meterse con su vida privada y hasta en su cama. 

A la pobre María Guardiola le está pasando algo parecido con los carcamales de su partido. Si resiste la presión agobiante del fuego amigo, pronto empezarán una campaña de desprestigio como si una política no pudiese haber sido antes dependienta de Cortefiel. Qué vergüenza para los popes del partido. 

Se están sacando incluso de madre algunas de las declaraciones hechas por la extremeña antes de las elecciones para perjudicarla y obligarla a acatar un pacto con Vox que ella no quiere y que, como ya advirtió antes de las elecciones, sigue sin querer, por lo que ha seguido un discurso ético coherente. 

A sus correligionarios les molesta que una mujer joven sea coherente, al contrario que Feijóo, que manifestó de manera reiterada que el partido más votado debería gobernar pero luego lo ha incumplido, permitiendo y autorizando los pactos con la ultraderecha para acceder al poder. 

Feijóo ha incumplido en Canarias, donde los socialistas han sido los más votados con diferencia, y también curiosamente en Extremadura, donde el PSOE sacó unos miles de votos más que el PP. Los populares están tan ávidos de poder que son capaces de pactar con el diablo con tal de sentarse en la poltrona. Menos mal que a día de hoy aún le queda alguna valiente que se apellida Guardiola. La política no está hecha para los pusilánimes. 

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