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¿Y después, qué?

José Miguel González Hernández

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Lo peor que llevo en estos momentos es no saber cómo ayudar más. Es cierto que intento hacer todo lo posible por cumplir a rajatabla las recomendaciones de las autoridades, más allá de aguantar estoicamente los consejos de los que he denominado “terraplanistas” que se pasan todo el día argumentado que no pasa nada, que si se está en medio de una exageración constante, que si se tendría que haber reaccionado de otra manera, etc… No obstante, enseñar a nadar cuando te estás ahogando no parece el método más recomendable. Ahora toca sacar del agua a los que han naufragado y después, ya habrá tiempo de reproches, si los hubiera. Ahora toca apostar por la unidad. Ahora toca salvaguardar la salud, tanto de gente que conocemos, como de personas anónimas. Lo contrario sería actuar con irresponsabilidad egoísta, bien por inconsciencia o bien por incultura. De hecho, esta anómala circunstancia ha hecho sacar lo mejor de muchas personas, pero también lo peor, ganándose con creces su colocación en la parte de los despojos y desechos humanos.

No sé ustedes, pero esto que estamos viviendo es la primera vez que lo experimento. Lo más parecido, ya sea por mi edad, mi entorno, mi interés o cualquier otra circunstancia, fueron determinados atentados terroristas con cobertura global, que terminaron por afectar los cimientos sociales de convivencia. Incluso, el intento de golpe de estado en España el 23 de febrero de 1981 que, aunque estaba a punto de cumplir doce años, sabías que algo no iba bien (solo hacía falta mirarle la cara a tu padre y a tu madre para intuir que la preocupación asomaba por la puerta). Así y todo, eran parálisis de horas o de pocos días. Lo que está pasando ahora es diferente. Da la sensación, al menos a mí me lo parece, de estar en medio del guión de una macabra película del género survival horror. Es como tener una pesadilla que no cesa cuando despiertas.

¿Y hay que preocuparse? Por supuesto. El covid-19 ha cambiado y cambiará nuestras vidas, ya sea por unas semanas (o incluso meses), tanto desde la perspectiva sanitaria, social como económica. Siendo muy simple, de hecho, ha segmentado a la sociedad es aquellos contingentes que no se creen que sea importante, los que envían mensajes apocalípticos, los que se ríen de todo, los espirituales que se encomiendan a lo divino, ya sea por la causa, ya sea por la solución y, como no podría ser de otra manera, el más numeroso: el comprometido, el que avanza, el que lucha, el que propone, el que vence...

Por eso, como el problema ya está aquí sin que nadie lo hubiera llamado, sin otra alternativa que combatirlo, solo queda, en primer lugar, salvaguardar la salud de la población y, con posterioridad paralela, la economía de las familias. Evitar la ruptura de la cohesión económica y social, minimizando la brecha que amenaza con colocarse como un elemento estructural ha de convertirse como asignatura prioritaria extirpando el “sálvese quien pueda”.

¿Y después qué? Después deberíamos aprender, después deberíamos reflexionar sobre la dicotomía público-privada, después tendremos tiempo para comparar los diferentes sistemas de actuación, después debemos ponderar los valores sobre los que se basa nuestra sociedad... Y eso debe pasar después, porque ahora lo que hay que hacer es trabajar, cada cual en lo suyo, a su alcance, en plena colaboración con la colectividad, sin aspavientos ni reclamos de reconocimiento. Ahora toca salir de esta. Y saldremos. Vaya que si saldremos.

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