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Los días después
En cualquier caso, era lo que cabía esperar desde esos sectores ideológicos. Ni siquiera sorprende el uso contra la huelga de mecanismos de terror; como la pérdida del trabajo y las prevenciones contra la violencia de los piquetes informativos; como si no fueran violentas y aterrorizantes las amenazas de despido de los piquetes empresariales. Total, con la reforma salen baratitos, no hay casi motivarlos y todo en la perspectiva de perfeccionar el nuevo modelo con una futura ley que se llamaría de “no huelgas” para que no digan que se prohiben.
La huelga se celebró y como siempre la botella quedó medio llena o medio vacía, según. Pero observo que en esta ocasión se ha insistido menos en el número de participantes. Lo que parece indicar que las dos partes han advertido que debajo de las cifras clavadas en el tablón de anuncios del Gobierno y las organizaciones bulle una dinámica social que si nunca es igual de una situación a la siguiente, aparece esta vez diferenciada con mayor nitidez.
Fíjense, por ejemplo, en Esperanza Aguirre, la parlanchina presidenta de Madrid, que da por hecha en poco tiempo la desaparición de los sindicatos; “como cayó el muro de Berlín”, dijo en prodigioso alarde de conocimiento de la historia. Casi como lo de doña Sara Mago, a la que en sus días de ministra de Cultura calificó de buena pintora.
Acabar con los sindicatos es el sueño del sector ideológico esperancero anclado tan atrás que ve en Dickens un rojo peligroso; y que le pone todos los días velas a santa Margaret Thatcher sin que el cardenal Rouco Varela le reproche el gasto en cera, que ahí es nada la laica canonización de semejante hereje. En fin, el universo de Aguirre.
Y fíjense también en los sindicatos. No ignoran la intentona de echarlos del plató principal y avisan que no pararán hasta que el Gobierno afloje algo, al tiempo que le advierten de que puede producirse un conflicto social: les faltó añadir que será aún más grave de no estar ellos ahí.
A mi entender, las apreciaciones de Aguirre y de los sindicatos son significativas. Sobre todo si las ponemos negro sobre blanco con la clara voluntad del Gobierno de evitar la ruptura con los sindicatos y mantener vías de diálogo. Con lo que desautoriza a quienes comparten el rudimentario sueño de Aguirre y aunque se reafirmara en que no modificará lo esencial de la reforma, abre la vía a concesiones en lo que sea menos esencial para salvar la cara de los sindicatos, que le hacen falta aunque sea enfrente.
Me da que Andalucía y Asturias han hecho ver a Rajoy que no todo el monte es orégano; que no se enfrentó el jueves a una simple huelga y que la manifestación de cierre de jornada le permitió constatar, calibrar, el profundo malestar de la ciudadanía mucho más allá de lo estrictamente laboral. La misma lectura han hecho los sindicatos que ven en el hartazgo ciudadano y en la percepción del posible conflicto social un recurso para ganar la batalla, plantarle cara a los “esperanzados”, reforzarse y justificar su necesaria existencia. Que es justo su papel, dicho sea de paso.
Como indicio adicional de que se impone el sentir de la ciudadanía (vayan a saber si es germen y expresión de la dichosa “tercera vía”), señalaría que, por primera vez, hemos asistido a la escenificación de unos cuantos pasos hacia la unidad de acción de los sindicatos (de los que hay la tira) y que el PSOE, con cuantas dosis de oportunismo político quieran ustedes adjudicarles, también ha estado ahí; aunque mantenga la incógnita de si será capaz de ser consecuente con su credo socialdemócrata.
Como será la cosa que hasta la Confederación Canaria de Empresarios (CCE) se ha dado cuenta de que una cosa fue la huelga y dos cosas las manifestaciones ciudadanas en todo el país. La huelga la considera un fracaso y ocurrió que su secretario general, José Cristóbal García, reveló sin querer entre las causas del fiasco (supuesto o real, que en eso no entro ahora) el clima de aterrorizamiento que les dije: “la gente no está dispuesta a perder su sueldo”, dijo este dirigente empresarial a CANARIAS AHORA RADIO. Un lapsus lo tiene cualquiera, pero es verdad que muchos no hicieron huelga para no perder el trabajo. Aunque acudieran, ya libres del ojo del “Gran hermano” (no el de Telecinco), a las manifestaciones que alcanzaron una dimensión que “obliga a reflexionar”, García dixit. Esperemos que la reflexión le alcance para entender que si el miedo a perder el trabajo perjudicó a la huelga, las multitudinarias manifestaciones, repito, fueron expresión del malestar ciudadano más allá de las estrictas relaciones laborales. Por ahí deberían ir las reflexiones “obligatorias” del dirigente de la CCE. Una reflexión que, a mi entender, ya hizo el Gobierno central que “respeta”, dice, a los sindicatos: sabe que estos, por muy radicales que se pongan, son los que pueden introducir elementos de racionalización en el estallido social al que parecemos abocados.
Creo que ese será, más o menos, el marco dialéctico de los días que nos esperan. Un trayecto para el que se recomiendan pies de plomo. Y una redistribución de la carga de la crisis. Con o sin permiso de Merkel y confiados en que Rajoy no considere “esencial” de su reforma que sigan pagando los mismos de siempre lo que han roto precisamente los liberados de ese peso.
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