Dejando que cada lector entienda a su manera el recurso al burdel de Wilde, al fin y al cabo una referencia literaria, sí que es cierto que los partidos que van a gobernar Canarias llegan débiles, incluso moribundos, a este pacto, que seguro lo han pensado para cuatro años pero parece tener una vida incierta. Paulino Rivero de presidente y José Manuel Soria de negociador ante Madrid provoca risa, si la risa es la incongruencia entre un concepto y el objeto real a que este concepto se refiere. Para cumplir con su papel, Rivero y Soria deben darnos una sorpresa. Una gran sorpresa que anhelamos por el futuro de los canarios. Pero estos canarios están desesperanzados porque observan que de los últimos quince años, once han estado presididos por Hermosos, Adanes y ahora por Rivero, que lejos de ser intelectuales de postín, lejos de ser políticos de relumbróm, sólo han sido productos de una agrupación electoral isloteñista que se llama ATI. Y cuando ATI resulta tocada y no seis sino siete islas pueden sentirse liberadas, aparece un Soria como alma en pena que les da todo por mantenerse en una parte del poder político. Mala suerte para los canarios de las siete islas, en algunas más irritados que en otras, cuyo desasosiego llega hasta quien ganó las últimas elecciones. El socialista Juan Fernando López Aguilar no sabe domesticar a ese potro que es su partido y ocurre con frecuencia que el que es incapaz de liderar a su partido es incapaz de liderar a la sociedad. Pero el canario ya advirtió con su voto en las últimas elecciones que se ha colocado en el puesto de mando, que quiere cambios y que pobres de los gobernantes que hagan de la población y de la inmigración buques insignias. Que lo que se hace preciso es crear empleo, construir viviendas a buen precio, llevarnos hacia la sociedad de la información. Mejor sanidad y educación. Y respeto. Porque el buen canario se siente un buen español y un buen europeo y tiene derecho a que le gobiernen gobernantes de primera. Por eso esperan una sorpresa. De Rivero y de Soria.