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Los faustos de hoy

Esperanza Pamplona / Esperanza Pamplona

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El protagonista de Wilde fallece víctima de sus propias ansias, de sus pecados según la moral tradicional. Los faustos de hoy perecen para la fama a los pocos meses, igual que los regalos que les hacen se extinguen con la misma facilidad que los brillos de los focos: tratamientos que no se mantienen, prótesis que se estropean, niños que vuelven a las andadas cuando las cámaras desaparecen, casas que se desmoronan porque se montan como un decorado sobre una realidad que no tiene medios ni costumbre para sostenerlas? La vida real que se impone sin consideración alguna al guión establecido.

¿Pero cómo se asume ese regreso al anonimato cotidiano cuando se han paladeado las mieles de la “perfección”? ¿Cómo se regresa al pueblo, a trabajar en el campo con una dentadura postiza de atrezzo y un peluquín que sólo se puede poner uno por las tardes para ir a tomar el café? ¿Cómo se sostiene una casa con piscina y muebles de diseño con cinco hijos y una pensión contributiva como único medio de subsistencia?

Antaño fascinaban las historias de personas que desafiaban a su destino, que abrían nuevos caminos, descubrían tierras ignotas, se enfrentaban a seres malvados o a contrincantes valientes. Hoy eso ya no tiene gracia, quizá porque los adversarios ya no son lo que eran ni los valores tienen la misma consideración. Hoy lo que vende es enfrentar a las personas a lo inalcanzable, permitir que se lo calcen durante unas horas para después devolverlos a una realidad, que resulta descorazonadora para quien anhela el mundo que dibuja el photoshop y venden las revistas de papel couché.

Lo auténtico apenas sirve ya.

Esperanza Pamplona

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