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El Hierro y los herreños también tienen un límite

22 de abril de 2024 19:33 h

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Es evidente que así no podemos seguir. Canarias es líder indiscutible por arriba o por abajo en casi todo: somos la segunda comunidad en riesgo de pobreza y exclusión social con un 33,8%, solo nos gana Andalucía con un 37,5%, teniendo especial incidencia en menores de 16 años. Otro dato sangrante y preocupante, el 37,1% de los hogares canarios no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos a final de mes. No hablemos de las listas de espera en todas las prestaciones sanitarias y menos de las ayudas a la dependencia.

Según datos aportados por Promotur Turismo Canarias, batimos récord en la entrada de visitantes en el pasado año 2023, concretamente unos 16,2 millones, superando el umbral de 2017, y si se cumplen las previsiones nos iremos a los 17 millones en el 2025. Mientras esto sucede, lo cotidiano también sube: la vivienda, la cesta de la compra, el combustible, el transporte, …; lo que sí baja es el poder adquisitivo, nuestras cuentas corrientes, o el producto que se le paga al agricultor o al ganadero, aunque a nosotros se nos suba a la hora de consumirlo.

Simultáneamente, el alquiler de vivienda vacacional en Canarias duplica en plazas a los apartamentos, el 28% pertenece a empresas y el resto a personas físicas, lo que nos convierte en la región española con más impacto de turismo vacacional. Estos datos van acompañados de ciudades tensionadas por el alquiler vacacional, o municipios con más plazas turísticas que habitantes censados.

Ante estos sorprendentes y a la vez preocupantes datos, cabe hacerse muchas preguntas, entre ellas: ¿Es sostenible este volumen de turistas para un territorio tan pequeño y frágil como Canarias?, si es tan productivo el turismo, ¿cómo es qué no se ha traducido en un aumento de la renta de todos los canarios?, ¿participan todos los canarios de estos ingresos extraordinarios y se distribuye por igual los beneficios en todas y cada una de las islas?, ¿se puede mantener el actual modelo?, …; todas estas cuestiones tienen una simple respuesta inicial con un “No” por delante, seguido de argumentos tan sólidos como el hormigón que nos quieren meter en cada rincón de Canarias. Sin embargo, creo que a pesar de estos datos y como en la vida, todo es matizable, contrastable, conducible y hasta discutible.

El sábado asistí a la concentración por convicción, y tengo que reconocer un sabor agridulce respecto a lo que allí vi y escuché. Para los que estamos más acomodados, me incluyo, es muy fácil asistir y compartir la consigna de esta manifestación “Canarias tiene un límite”, y verdaderamente lo tiene, pero no todas las islas son iguales, por lo que generalizar no siempre es acertado, porque El Hierro tiene sus peculiaridades en su territorio y en su gente. El Hierro y los herreños, también tienen un límite, sobre todo los que viven a duras penas de un mínimo salario y tienen que afrontar en desigualdad de condiciones gastos que no son acordes con el hecho de la triple insularidad. 

Rescato un artículo de opinión que escribí en el 2020 en el que comentaba que llevaba reflexionando desde hacía un tiempo el cómo escribir del futuro de El Hierro sin herir alguna que otra susceptibilidad, pero creo que más de 62 años, la mayoría viviendo en esta isla que me vio nacer y crecer, me legitiman para hacerlo con cierta libertad, no con toda la que sería deseable, porque siempre saldrá algún agorero, místico, veraneante u ombliguista a darte lecciones de cómo hacer las cosas en donde naciste, vives y trabajas.

Es patente que los tiempos cambian y las sociedades tienen que adaptarse necesariamente a las nuevas tendencias. También no es menos cierto que se puede lograr un equilibrio entre el cambio y el inmovilismo, porque el que un pueblo pierda su identidad no deja de ser la peor herencia que se puede dejar a las futuras generaciones, pero el estarse quieto y no evolucionar puede llevarnos a la muerte súbita. Veo ahora, y con razón, como se dice entre las consignas de esta manifestación multitudinaria que Canarias puede morir de éxito, pero hay otras islas, como El Hierro, e incluso La Palma, que por sus actuales circunstancias socio económica, lo tienen menos fácil, que pueden morir del fracaso de las políticas económicas y turísticas que se implanten y frenar en seco a las islas con mayor potencial, y restringir, también en seco, a las que asoman la cabeza. Dicho de otra manera, a los que han incumplido los intentan meter en el mismo saco de los que han respetado la norma. 

Es bastante habitual escuchar la frase, creo que muchas veces pronunciada con la mejor intención y como buen consejo de aquellos que nos visitan o veranean: “El Hierro es un paraíso, no dejen que lo estropeen”. Yo particularmente, agradezco el consejo, pero mis distintas actividades, mis años, y mi irrenunciable amor por El Hierro, me obligan a manifestarles que hay cuatro Hierros distintos: uno para disfrutarlo, otro para trabajarlo, otro para padecerlo, y el último o el primero, según el cristal con el que se mire, para vivirlo.

Eso sí, detesto aquellos y aquellas que vienen a darnos lecciones magistrales de como conducir o reconducir las políticas en El Hierro, sobre todo los que a modo de prospecto en un medicamento, quieren sentar cátedra con sus sabias, y a la vez poco fundamentadas, recomendaciones para la curación del paciente. De que es lo que hay que hacer y qué es lo que no. Hay incluso algunos personajes, afortunadamente pocos, aquellos que salieron no sé si por necesidad o por casualidad, que si por ellos fueran pondría unas cadenas en los accesos portuarios y aeroportuarios que impidiera la entrada de turistas, porque si de sus recomendaciones dependieran, El Hierro debería convertirse en una “Isla Museo” en la que solo se escuche el silencio para cuando regresen.

También los he visto, afortunadamente los menos, que vienen, te hablan de que nunca se irán, y cuando consiguen la plaza fija si te he visto no me acuerdo, aun entendiendo esas cosas de la reunificación familiar o del inevitable éxodo del medio rural al urbano buscando la ciudad por muy masificada e impersonal que sea, pero allí están los servicios. En idéntica situación los que construyeron ilegalmente o alegalmente, consolidaron su construcción, y ahora no quieren que se les estropee la vista de la terraza o que un gallo les cante. Mientras tanto pocos se preocupan por la vivienda social, el precio prohibitivo de la vivienda residencial después de la implantación de la vacacional, o simplemente que no encuentran un hogar para vivir y se marchan de esta isla. Nadie puede discutirme “que El Hierro necesita más población”, lo dicen los propios habitantes y los distintos sectores económicos que conforman el tejido empresarial de esta isla. Nos hablan de la brecha digital, de la entrada de los nómadas digitales y de cómo combatir una isla rural y vaciada, como si con eso todo se solucionara, incluso la despoblación y el envejecimiento de sus habitantes, con estas recetas progres. Qué manera de entretenernos.   

Habría que explicarles a todos los que ven El Hierro como un lugar idílico, me imagino que por aquello de sus increíbles paisajes y el pausado ritmo que disfrutan en sus días de vacaciones, aspectos comprobables como que nuestros hijos salen a estudiar y nunca más vuelven a la isla porque no hay mercado laboral para acogerlos, salvo para ver a sus padres y reencontrase con su lugar de nacimiento. Que aún, y a estas alturas del siglo XXI, hay muchos herreños que no pueden continuar sus estudios por falta de recursos económicos para desplazarse a los centros académicos. Que tenemos, pese a los avances en materia sanitaria, que trasladarnos a los centros hospitalarios de las islas capitalinas para ser atendidos en distintas especialidades. Que los transportes aéreos y marítimos siguen siendo nuestra espada de Damocles para el desarrollo social y económico. Que El Hierro es una isla en la que nuestros ingresos no se ven compensados en la parte proporcional del sobrecosto de la doble insularidad. Que no existe vivienda social, la de alquiler es inaccesible para muchas familias, y que la autoconstrucción es la única alternativa y el suelo es caro por la falta de espacios urbanos.

En algunos casos hemos sido víctimas los propios herreños, y lo seguimos siendo aún, del excesivo auto proteccionismo de nuestro territorio, y nuestras marcas de prestigio o sellos de calidad, aun estando orgullosos de tenerlos, llámese Reserva de la Biosfera, Reserva Marina o Geoparque, poca rentabilidad nos ha dado, será por eso que cada vez que nos plantean una propuesta, caso del Parque Nacional Marino, es como si nos hablaran de la fábula del pastorcito y el lobo, y ni siquiera nos interesamos si puede resultar interesante. Seguimos siendo casi los mismos al igual que las necesidades de la población, aunque reconozcamos que algo hemos evolucionado. Dicen que El Hierro tiene alma, no voy a entrar yo en si la nuestra es diferente, pero sí tengo claro que debemos cuidarla, mantenerla, y porque no, enseñarla sin complejos.

El futuro de El Hierro pasa por quitarnos esa careta de isla idílica y anclada al pasado, sin tener que renunciar a la identidad de pueblo. Por ejemplo, el construir un hotel no tiene porque convertirse necesariamente en una agresión al paisaje, si ponemos las herramientas necesarias para saber qué tipo de hotel queremos y qué tipo de turista. El que las estadísticas de incremento en el movimiento de pasajeros eligiendo El Hierro como su destino debe verse como un valor añadido, aunque también es verdad que debemos evaluar su grado de satisfacción, porque de nada nos vale un turista que viene ilusionado y se va defraudado.

Si queremos que El Hierro siga vivo y con vida, que no se convierta en una Isla Museo, que no pierda el alma; tenemos que plantear una planificación `equilibrada y de futuro´, o lo que es lo mismo, poner en la mesa una carta boca arriba, la que visualiza de donde partimos, y por descubrir otra que nos dirá dónde queremos llegar. Espero haber conseguido que las susceptibilidades sean las mínimas, porque El Hierro también tiene un límite de paciencia y escucha.

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