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Un homenaje de respeto

José A. Alemán / José A. Alemán

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Digo candidez porque la respuesta implica caer en la trampa de no advertir que en Canarias no hubo guerra; que los asesinados lo fueron por los fascistas que siguieron al pie de la letra las órdenes de los directores de la rebelión militar de aterrorizar a la población civil; que muchos de los muertos canarios fueron víctimas de odios y de venganzas personales, no por razones ideológicas o de militancia en la izquierda, si es que esas pueden considerarse razones y que no hay constancia de que los republicanos mataran a alguien en las islas.

Creo que son extremos que deberían a aclararse para que la memoria sea más precisa. No podemos medir los acontecimientos aquí por el mismo rasero que en el resto de España ya que, a pesar de no haber guerra, los muertos y desparecidos isleños se cuentan por miles, lo que vuelve a poner en evidencia la entraña criminal del Régimen que amparó a los asesinos.

Esto es algo que sabía bien el obispo Antonio Pildain. Según he oído contar desde niño, a él se debe que los asesinados no fueran muchos más y quienes peinamos canas sabemos de los esfuerzos de aquel prelado para evitar el ajusticiamiento de Juan García, el Corredera, hace ahora cuarenta años. Una actitud muy distinta a la del actual obispo, Francisco Cases, quien dio con la puerta en las narices a los familiares de las víctimas que lo invitaron al acto de ayer, en Arucas, para darle digna sepultura a los restos exhumados.

No se comprende la reacción del obispo en términos de caridad cristiana; sólo se comprende por su pertenencia a la misma jerarquía eclesiástica que niega la memoria histórica a los demás mientras cultiva la suya impulsando, con gran boato romano, la beatificación de los religiosos asesinados por los republicanos, con expresa exclusión de los curas muertos por los franquistas, también reducidos al olvido.

Habrá que insistir, una vez más, en que el restablecimiento de la memoria histórica no busca abrir de nuevo las heridas, exigir una justicia ya imposible y mucho menos satisfacer venganza alguna. Se trata, sencillamente, de restablecer la dignidad de las víctimas y de rendirles un homenaje de respeto.

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