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Insultos

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Había asignaturas centradas en la redacción periodística, en la documentación, en la ética y deontología profesional de un periodista, pero ninguna basada específicamente en aprender a insultar como una forma de ejercer la carrera de periodismo.

Puede que sólo fuera una parte del temario y que, a causa de una enfermedad, no pudiera asistir a esas clases. No obstante, salvo algún resfriado ocasional y alguna lesión física, fruto de practicar deporte en aquellos años, mi asistencia fue normal y, además, siempre estaba la opción de preguntarle a un compañero de clase, si uno faltaba tal o cual día.

Sea cual fuere la causa, tengo claro que dicha asignatura -si no durante mis años de estudiante- sí se impartió en promociones anteriores, dados los ejemplos que se pueden encontrar en el panorama periodístico nacional.

De todos, el más llamativo es el del locutor estrella de la emisora de la Conferencia Episcopal española. Dicho individuo se ha transformado ?ungido por el poder que le confiere el estamento eclesiástico- en un contundente “martillo de herejes” en continua batalla contra quienes no piensan ni actúan como él.

Su labor, ejercida desde los santificados micrófonos de la COPE, ha encontrado un fiel aliado en el insulto y enarbola, éste, como si de una enseña sagrada se tratara. Rara es la ocasión en la que sus diatribas diarias no están salpicadas de insultos y desacreditaciones personales contra todo aquel que osa estar en descuerdo con la línea ideológica marcada por la Conferencia Episcopal y los sectores más conservadores y retrógrados de la actual sociedad española.

Y nadie escapa a su feroz persecución, como antaño ocurriera con la abominable Inquisición Española. Lo único que importa es que su discurso, lleno de tergiversaciones y apuntalado con todo tipo de insultos, medias verdades y falacias varias, cale entre la población civil.

Al final, su exceso de celo y de parte de sus superiores ?no todos, debo decir- se ha topado con los mecanismos que el estado de derecho tiene para impedir que un profesional continúe haciendo uso y abuso del derecho a la libertad de expresión, en especial cuando dicha libertad está basada en el uso reiterado del insulto.

La consecuencia directa de todo es que el mencionado locutor estrella y la emisora de los obispos ha sufrido sendos varapalos por parte de la justicia. Ésta, que en algunos casos si actúa como la dama ciega que pretende ser, ha dictaminado dos sentencias por las que se condena al periodista -y por ende, a la empresa para la que trabaja- a pagar dos multas, cuyo montante asciende a 136.000?.

En ambas, los jueces encargados de dictar sentencia dejaron claras algunas conclusiones, tales como éstas: Las expresiones vertidas por el acusado son claramente ofensivas, innecesarias para la información que pretendía transmitir, e inútilmente vejatorias.

El recurso del acusado a compararse con literatos de la talla de Francisco de Quevedo o Luis de Góngora ?quienes se dedicaron glosas cargadas de ironía e insultos durante buena parte de su vida- es, además de una presunción por su parte, un argumento rebatido por la jueza del segundo caso Sus expresiones son formalmente injuriosas en cualquier contexto, innecesarias para la labor informativa o de formación de la opinión y suponen un daño injustificado a la dignidad de las personas.

Ahora, como es preceptivo, queda el recurso de apelar contra ambas sentencias, mientras el locutor continúa cual Cid radiofónico, blandiendo la justiciera espada de la verdad absoluta; es decir, el insulto por enseña. Y si las cosas salen mal, serán los fondos de la Conferencia Episcopal quienes abonen el montante de ambas sentencias, algo que no dudarán en hacer para mantener vivo el ideario de la cadena, según sus propias palabras.

Da la sensación de que quienes piensan así -y no dudan en apoyar a quien atenta contra cualquier tipo de ética periodística cada vez que se pone delante de un micrófono- no están muy al tanto de la realidad de buena parte de la población española.

Si no, no se entiende que dilapiden el dinero que les aportan los creyentes, pagando sentencias judiciales que se podrían evitar, en vez de invertirlo en los necesitados que cada vez llenan más las calles de las ciudades de nuestra geografía. Aunque, doctores tiene la iglesia y ante ellos, los demás no somos nadie.

Otro ejemplo que ha elevado el insulto hasta la máxima expresión lo tenemos en uno de los tres rotativos de la isla de Santa Cruz de Tenerife.

Los editoriales de dicho periódico se han convertido en un ejemplo de cómo no se debe ejercer la profesión de periodista y, lo peor de todo, es que han demostrado que la mezcla entre periodismo y política es más peligrosa que la nitroglicerina.

Cada cual tiene derecho a tener su opinión y a expresarla en libertad. Muy distinto es cuando, de manera sistemática y continúa ?y apoyando sus tesis en tergiversaciones históricas, desacreditaciones personales, insultos y una marcada xenofobia- un medio de comunicación trata de legitimar una determinada postura, sin detenerse ante nadie.

Se puede pensar que los editoriales escritos en dicho rotativo tinerfeño son productos de los desvaríos de quien los escribe y que no representan a la mayoría de la población. Y vale, esto es cierto, pero es sólo una verdad a medias, pues no hay que olvidar que su tirada certifica que son muchos los que comulgan, de una manera u otra ?ya sea por acción o por omisión- con las tesis vertidas en el periódico.

Y las continúas aportaciones de capital por parte de los poderes públicos ?así como el favorecer a su expansión en otros canales, caso de la televisión- demuestran que sus raíces están bien sujetas entre quienes manejan la tramoya de la sociedad civil de la isla del Teide.

La anécdota graciosa es el empeño en arrebatarle el Gran a la isla de Gran Canaria. Sin embargo, tras lo anecdótico se esconde una inquina que estaría bien no perder de vista, sobre todo tal y como están las cosas, y con los gobernantes que tenemos.

De lo que no hay duda, y a las pruebas me remito, es que me perdí las clases en las que el insulto se desgranaba en profundidad para así lograr sacarle el mayor partido posible. Tonto fui al asistir a las aburridas clases de mi profesora de ética y deontología profesional, gracias a las cuales ahora no soy un locutor estrella ?apoyado por el poder divino- sino un junta letras en un periódico digital al que muchos tienen en su punto de mira. Nunca aprenderé.

Eduardo Serradilla Sanchis

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