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Irse de rositas
Nadie se explica que un hombre tan listo como él pueda cometer errores tan garrafales como aceptar una invitación a Noruega y Austria por parte de un empresario turístico muy interesado en que la institución que él presidía aprobara sus planes de expansión concretados en unas miles de camas más en su urbanización privada.
Los jueces le han absuelto de cualquier culpabilidad tras las primeras dudas, le han borrado el traje de imputado por cohecho que la justicia le dibujó en un primer momento.
Sin embargo, lo que ningún juez podrá borrarle nunca es su comportamiento inmoral, políticamente incorrecto, de aceptar la dádiva junto a su mujer y su hijo. Seguramente en la ética de Soria eso es normal, como es normal poner miles de euros a tocateja para pagarse la suite de lujo en el sur o sacar otros tantos de la caja de zapatos para hacer frente al alquiler de su chalé de Tafira. Igual de normal que lo que hacía el presidente valenciano Camps, que se pagaba los trajes en metálico con los miles de euros que todo político (al menos en el PP) guarda en el bolsillo derecho de su chaqueta.
Soria podría salir de la política por la puerta grande si hoy decidiera dimitir en un acto de humildad, pero eso es imposible porque sería política ficción. Es muy inteligente, pero su inteligencia es pequeña si la comparamos con su ego. El ególatra, ombliguista, megalómano, soberbio, prepotente, arrogante, altanero, altivo, vanidoso, engreído y orgulloso Soria no obedece a nadie más que a su propio dictado.
Es tan impertinente que aún no se ha dado cuenta de que lo que se le censura no es el cohecho jurídico sino el gesto político. No debe marcharse por ser considerado culpable por un tribunal, que no ha podido demostrar fehacientemente el delito, sino porque su petulante e inmoral comportamiento chirría en el arco de la democracia cuando él pasa por debajo.
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