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Jerónimo Saavedra o el enemigo íntimo por Julio Cabrera Barreto
Dogmatiza Jerónimo Saavedra que “aquellos que han resucitado la memoria histórica, deberían resucitar la memoria histórica más reciente”.? Y amén de relacionar a Juan Fernando López Aguilar con el dictador Francisco Franco, añade que “yo [la memoria histórica] la tengo bien vivida”. Y no le falta razón, aunque debió aclarar que su memoria histórica la ha “vivido bien” porque no ha sufrido la doliente compañía de las víctimas en los elitistas salones que frecuenta. No hay historia peor contada que la que nunca jamás sucedió, o la dictada por los poderhabientes de los victimarios.
A los simples ciudadanos de a pie no se nos dotó de una mente tan sutil, tan delicadamente culta, tan ampliamente incisiva e integral como la de Jerónimo Saavedra, el que fuera dos veces Ministro (Albert Einstein no lo fue), Presidente de Canarias (favorecido por el embate de la mayoría absoluta parlamentaria de 1982, que hizo socialista a casi todas las instituciones de España al año siguiente), y Alcalde de esta ciudad (asido al tirón electoral “juanfernandino”). No ambicionemos por tanto igualarnos; ¡Dios mío, qué pedantería y qué vanidad tan atrevidas!“
Puede que Jerónimo Saavedra esté perdido en el naufragio de su particular triángulo de las Bermudas o, tal vez, -hipótesis más excitante para el espíritu-, sea rehén de una atormentada frustración derivada de una larga existencia consagrada a fingir sus verdaderos sentimientos; porque en el plano teórico Jerónimo Saavedra ha venido posesionándose históricamente como persona de conciencia, de cultura y, políticamente socialista; pero es evidente que también tiene ideas privadas, una especie de alma oculta que se pronuncia, sin que lo sepa, harta de ser manipulada a su antojo. Esto le hace incendiario potencial de transitados ideales, y el tiempo, en su marcha inexorable, ha acabado por quitarle la envoltura con la que se recubría, presentándolo como lo que es: un útil pilar del edificio de la más ancestral derecha canaria.
Hay un precedente: el del sacerdote francés Meslier, modesto párroco de pueblo que ejerció siempre el sacerdocio a satisfacción de todos. A su muerte, en 1729, dejó a modo de testamento una soflama en la que expresaba un odio feroz al orden social de la época, y que en vida había guardado siempre en secreto. Meslier es el autor del conocido enunciado: “La humanidad no será feliz hasta que el último rey sea estrangulado con las tripas del último sacerdote”.
Julio Cabrera Barreto
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