Luces y una gran sombra de Podemos

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El nacimiento de Podemos como partido político podríamos afirmar, en un sentido historicista, es el resultado esperado del desarrollo decepcionante de una democracia con pecado de origen. Es decir, con poca legitimación original democrática y de un despliegue posterior pobre, cuando no de traición a las esperanzas del preámbulo de nuestra Constitución de 1978:

“La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de: Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.

Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular…Establecer una sociedad democrática avanzada, y

Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra“

De entrada, la Constitución adolecía de un Título II que imponía una monarquía hereditaria predominantemente masculina en un marco de una democracia parlamentaria. Para algunos de nosotros esto no era el principio democrático de la soberanía popular, pero entendíamos que el Título I, “de los derechos y deberes fundamentales”, era el basamento de anhelos democráticos. Personalmente, con mis 18 años voté en blanco por esta ambivalencia. Pero digámoslo claro: el Sí estaba cantado en 1978.

Como dice la canción de Víctor Manuel, nunca habíamos soñado con un rey, pero la imposición sólo se puede entender desde la necesidad de ir ganando “parcelas de libertad” (Felipe dixit). El contexto social y político era extremadamente inestable y solo los que son menores de cuarenta pueden frivolizar con esta afirmación. Se hizo lo que se pudo y fue mucho. Construir un estado democrático con una estructura funcionarial fascista y una clase empresarial, en gran parte, amamantada por y para un Estado autoritario, es casi heroico. 

Cierto es que la estructura real del país había cambiado tanto que la oficial no era más que un anacronismo europeo. Las élites intelectuales y, en parte, políticas y empresariales más ligadas con el exterior, unidas al empuje de las naciones democráticas y a las organizaciones internacionales, forzaron al monarca a un pacto constitucional democrático, pero a costa de la omertá con el antiguo régimen.

Con las sombras chinas del fascismo latente y un terrorismo etarra alentando a los sectores más reaccionarios, los partidos representados en las Cortes y los sucesivos gobiernos fueron construyendo el armazón democrático deficitario del que disfrutamos. Desgraciadamente, el PSOE es un partido con un gran trauma que arrastra desde antes de la dictadura de Primo de Rivera. La represión brutal y asesina con la que la monarquía había reaccionado ante las huelgas generales de principio de siglo XX, dejó siempre un poso de amargura y “extremada prudencia”. No olvidemos su colaboracionismo con el dictador Primo de Rivera. Si a esto unimos la terrible dictadura del asesino Franco, entenderemos mejor la tibieza del PSOE para los cambios que afecten a los poderes consolidados. Es un partido mas cercano a una democracia monárquica, aunque su definición oficial sea otra. Por su actos los conoceréis. Del PP nada podíamos esperar dada su genealogía franquista.

La incipiente democracia hizo que mucha gente autodenominada progresista se “acomodara” al nuevo sistema sin cambiar las bases del anterior. Buenos sueldos, prebendas y nepotismo hicieron de vaselina para la aceptación. Mientras tanto, la justicia, la policía, el ejército y el mundo empresarial/religioso, con su gran arma mediática, embridaban nuestra CE a sus intereses. No era volver a estado autoritario originario sino mantener los privilegios. Se trataba de esto.

La promesa incumplida del preámbulo de nuestra Constitución era evidente. Ni democracia avanzada. Ni igualdad real. Ni justicia social. Ni libertad. Piensen respecto a esto último en “ley mordaza” o en las reformas del código penal de 2010. La crisis del 2008-2016 no hizo sino poner en primer plano lo que se palpaba: un país injusto y democrático muy deficiente. En este contexto nacen o se hacen visibles movimientos sociales, incluido Podemos. Recuerdo el desdén con que muchos socialistas y comunistas de IU miraban a los mismo.

Podemos anhela en esencia el preámbulo de la Constitución del 78. Nada más claro y nada más difícil en un país como el nuestro. Así lo entiendo. Las leyes promovidas por la parte de la coalición que representa a los grupos de izquierda así lo confirman. Aval que Sumar podrá exhibir con orgullo. No obstante, estas grandes luces se ensombrecen en el sistema de votación orgánica. Se vota internamente telemáticamente. Y nadie, nadie puede garantizar que la realidad del recuento es la realidad de lo votado. Sin este acto sagrado de la democracia, el voto directo y secreto, no es creíble la democracia interna. Mejorando este sistema, Podemos representa lo mejor de la democracia española del siglo XXI.

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