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Mártires y Memoria

Federico Utrera / Federico Utrera

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Si al cabo de 70 años no vemos en el Duelo a garrotazos -la más célebre de las pinturas negras de Goya- la vieja idiosincrasia española, es que seguimos ciegos de alma y tuertos de espíritu. Dos paisanos, seguramente vecinos, antes amigos, incluso familiares como los Bordes, hundiéndose en el lodazal y en lugar de ayudarse mutuamente con los palos para salir del barro, se atizan con cara de odio y semblante paranoico. Dalí también lo supo ver con sus pinturas surrealistas. Pero lo que elevó a Picasso fue precisamente su mirada mas allá, como refleja su pintura de ese tiempo que ahora se expone en la coruñesa Fundación Pedro Barrie de la Maza bajo el hermoso título de Laboratorio de estilos. O ese Guernica que, lejos de tomar partido por uno de los bandos ?y él bien que estaba hasta las cachas inmerso en uno de ellos- prefirió retratar la sempiterna tragedia española, el horror de una guerra que desangraba a un país. Porque la Historia nos enseña que en una contienda civil no hay vencedores ni vencidos: pierden todos y la nación que la protagoniza aún más. Y cuando nació el Guernica, ni el público lo entendió ni los políticos nacionalistas vascos lo aplaudieron: todo lo contrario, el pintor Julián Tellaeche y un puñado de altos cargos peneuvistas pretendieron sustituirlo por obras de Aurelio Arteta, autor de un tríptico más “realista”: El frente (bombardeo nazi), El éxodo (la huida de los vascos) y La retaguardia (joven madre muerta por el ejército fascista con su hijo también cadáver). De Arteta o Tellaeche nada queda. De Picasso, que se reirá en la tumba del siempre paradójico destino, sí.

Se ha aprobado por fin la Ley de Memoria Histórica (con la oposición de PP y ERC, curiosamente los partidos más cercanos a los dos bandos en contienda) y cada uno santifica a sus víctimas. Honrar a los muertos ?exagerada pasión necrófila española que yo detesto- es un derecho humano y acaso yo luche por un mundo que sea inhabitable para mí mismo. Con el exilio republicano se fue lo mejor de nuestro arte y nuestra ciencia y conocemos la tragedia de Las trece rosas (ahora en cine y antes en libros) para valorar hasta donde fue capaz de llegar la crueldad de las tropas franquistas. Pero parece que sabemos menos de las tropelías anarcoides y estalinistas del otro bando pues entre los mártires beatificados por el Vaticano estaban “Los trece jazmines”: Mariano Revilla, autor de La Políglota de Alcalá y de Dos obras inéditas de los humanistas de Alcalá; Martínez Antuña, discípulo de Asín Palacios y el mejor historiador de la España musulmana: Abenhayan de Córdoba, Abenroxaid de Ceuta, Abenaljatib de Granada, Abenalcotía de Castilla, Abenjátima de Almería, Alfonso el Sabio...; García de la Fuente, especialista en Sancho IV y en manuscritos franceses y provenzales; Benito Velasco, coautor de un Diccionario de Filosofía; Julián Zarco, académico de Historia que elaboró seis catálogos de manuscritos castellanos, catalanes, valencianos, gallegos y portugueses; Benito Garnelo, que escribió un Manual de Psicología, y Conrado Rodrigo, científico, que cuando le preguntaron si alguien lo avalaba respondió: “Rivas Cherif, cuñado del presidente de la República, don Manuel Azaña”. Entonces los miembros del tribunal se levantaron y salieron a despedirle a la puerta. También creían que le ponían en libertad, pero fue otro de los fusilados. Tampoco se salvó Gerardo Gil, a pesar de su conocida labor social en los barrios obreros de San Lorenzo de El Escorial. Porque a mi juicio la Ley de Memoria Histórica que ha aprobado el Parlamento no pretende amontonar los cadáveres para medir qué montaña pesa más, sino recordar y restañar a los héroes y mártires de uno y otro lado, como de hecho ya está ocurriendo con absoluta ?y a veces desinteresada- normalidad. Federico Utrera

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