Para mejorar el presente
Del cambio climático, del calentamiento y todo lo demás, se escribía hace decenios en una revista que se llamaba “Bicicleta”. Quizás no de manera literal pero sí muy implícita. Desapareció, la revista, y creció el problema. De las barbaridades del sistema, del Poder y de sus poderitos, escribió, mucho y bien, Agustín García Calvo: lo recordaron, sin citar su nombre, vaya recuerdo, la semana pasada en la conmemoración de los cuarenta años de la Asamblea de Madrid. Un contenido Leguina, que fue el que le encargó la letra del himno de la Comunidad, y llamó a cantarlo. Nadie se sabe ni letra ni música. Más vale que los nefandos gurús que rodean a la actual presidenta de la comunidad no descubran un sentido, su sentido, en el poema de García Calvo, porque nos lo pondrán hasta en la sopa. Don Agustín escribía de filologías, ritmos del lenguaje, propiedad de los medios de producción, plusvalía del capital y demás orfandades olvidadas. Un discurso progresista del que nadie se acuerda porque parece ser que todo es cortoplacismo. Las empresas tienen derecho a ganar dinero, me dice un obrero recalcitrante, y le contesto que sí pero que se trataría de repartir un poco mejor todos los dineros sobre todo cuando se generan no solo por el riesgo de poner un capital a circular sino, por los beneficios que les reportan el trabajo de las personas atadas al banco de madera por un salario siempre injusto.
Y no podía faltar, las patrias, las naciones, y su derivación administrativa, los estados con mayúsculas y con minúsculas. Sobrevolaban el salón del los Pasos perdidos el día de la Constitución. Solo me entretuve en una algo estreñida representación de la gloriosa canción de Luis Eduardo Aute, “Al alba”, pero por lo visto la presidenta del congreso dejó la puerta abierta a un posible referendo de autodeterminación, supongo que en Cataluña. La hermenéutica de los discursos de Francina Armengol va a ser asignatura obligada en los cursillos que imparte Cayetana en el numero 13 de la calle Génova de Madrid. Bofetadas por inscribirse. “Ocúpese, no se preocupe, hombre” me espetó en una ocasión García Calvo durante una charla abierta y ordenada en su desorden, en la facultad de filología de Barcelona, en la “Central” como aún la llamábamos entonces. Corrí a la librería Herder a comprar sus pequeños libros que se autoeditaba en Lucina, una editorial aparentemente zamorana. Un placer. En otra ocasión, sentado en un banco-sofá en “La Manuela” de Malasaña, rodeado de místicos y pseudocalifornianos, muchos presumían de haber estado con él en el mayo francés de 1968. Desde sus patillas me miró y esbozó una sonrisa: “ocúpese, hombre” Para no preocuparnos cuando estamos al borde de un precipicio, o ya mismo precipitados según un exministro de interior aznarí dijo en un colegio concertado madrileño. Y todos a la calle ferraz, y todas aussi. Con lo que me gusta esa calle: hay un restaurante portentoso, entre otros, que se dice “Entre vinos” donde cocinan prematura y eficazmente un cordero muy fino. Y hasta ofrecen setas en temporada. Y la señora que atiende sonríe. La sede del PSOE queda un poco lejos, menos mal para ellos. No así del paquistaní asequible y rico que frecuentamos mi hijo Guillermo y yo, camino de la ruina por la salvación de España.
No está nada perdido, se trata de ocuparse. Por ejemplo, leyendo un libro o un periódico en papel prensa. Desde hace un par de años, te miran raro: “usted debe ser importante, ¿verdad? Lo digo por los periódicos que lleva” me dijo una solemne hostelera manchega en las Vistillas. Por eso no hago ostentación del ejemplar de “El País” que suele acompañarme: no vaya a ser que me secuestren por lo de importante.
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