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'No me mientas, que te creo'

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Tras No me chilles, que no te veo, la trama de este nuevo disparate gira alrededor del personaje de George, un mentiroso patológico quien, tras varios años recluido en una institución psiquiátrica, regresa a la vida normal. En esta nueva etapa, George contará con el apoyo de Eddie Dash, un ex-presidiario que realiza trabajos comunitarios tras abandonar la prisión.

Dadas las características de George; es decir, miente más que habla, Eddie nunca sabe qué terreno está pisando. Con lo que no contaba Dash es con el secreto que el mentiroso de George esconde detrás de su cara burlona. George es, en realidad, el millonario Abe Fielding, desaparecido hacer varios años.

Ante tal descubrimiento, los anteriores recelos de Eddie hacia George desaparecen, dedicando todo su tiempo a descubrir cómo poner sus manos sobre la fortuna del millonario.

Claro que las cosas, cuando se está acompañado de un mentiroso patológico, siempre pueden complicarse más de la cuenta, y si no que se lo cuenten a Eddie, en su carrera hacia la fortuna de George.

Más irregular que No me chilles, que no te veo, pero llena de pequeños “grandes momentos”, No me mientas, que te creo tuvo en su contra el cambio de director ?Peter Bogdanovich fue sustituido a las pocas semanas de rodaje por Maurice Phillips- así como de localización, lo que ocasionó que el guión tuviera que ser reescrito casi por completo. Además, Richard Pryor empezaba ya a dar señas de padecer esclerosis múltiple, enfermedad que le apartaría de las pantallas y por la que acabó falleciendo en el año 2005.

A todo ello hay que sumarle las expectativas de los espectadores que deseaban ver una continuación de las peripecias de Wally y Dave, los protagonistas de No me chilles, que no te veo. Todos estos detalles propiciaron que esta última colaboración entre los dos geniales cómicos no fuera del agrado de todos, fracasando en la taquilla, sobre todo si se la compara con sus anteriores películas.

Aún así, la película tiene momentos memorables, merced a la idea sobre la que sustenta la historia y, sobre todo, por la buena química que existió entre ambos actores. Para Pryor, la película significó su última gran actuación, antes de terminar sentado en una silla de ruedas hasta su muerte, y un muy buen legado para quienes disfrutamos con sus actuaciones.

Lo paradójico de todo es que la campaña electoral que acaba de terminar responde, a las mil maravillas, al título en castellano de la última colaboración entre Wilder y Pryor. Da la sensación de que nuestra sociedad se ha acostumbrado a escuchar una y otra vez las mismas insensateces, y parece aceptarlas de buen grado.

Lo que debería ser una alternancia y/o una confirmación de un determinado proyecto se ha transformado en una pelea callejera, donde lo único que importa es sobrevivir, sin pensar en el daño que se pueda ocasionar.

Nada escapa al hábil y viciado ojo de los “analistas” y los “expertos” en campañas con tal de lograr arañar unos votos que, en la mayoría de los casos, acaban en el retrete de las promesas incumplidas.

Borrones los puede tener hasta el mejor escriba, pero caer una y otra vez en la misma trampa me parece un lujo que nuestra sociedad no se puede permitir.

Claro que nadie quiere comprometerse, decir una palabra más alta que la otra. Se utilizan expresiones como “poco afortunadas” para tratar de criticar, pero sin llegar a mayores, auténticos insultos y atropellos contra la mínima decencia.

Ya lo decía Groucho Marx, la política hace extraños compañeros de cama, aunque me parece que la mentada cama lleva tiempo desfondada y sin atisbos de recuperar su forma original.

Además, la manía de considerarnos a todos los demás estúpidos redomados sin la más mínima capacidad de crítica, más allá de sus doctos conocimientos de los líderes de cada una de las formaciones políticas pasa de lo permisible.

Somos muchos los que no vamos de “salvadores” por la vida, enarbolando la bandera de la intransigencia y la necedad. Para eso están quienes gustan de adulterar la realidad para que su camarilla se sienta realizada. Seguro que disfrutarían si volvieran los tiempos en los que uno acababa con sus huesos en una celda por pensar de manera diferente.

Quién sabe si la “niña” que tantos ríos de tinta ha generado se terminaría revelando contra sus progenitores para encabezar una manifestación a favor del derecho de las mujeres a hacer lo que ellas consideren beneficioso para su cuerpo y espíritu. O, harta de los atropellos de su pareja, la denunciaría ante las autoridades, en vez de callar y soportar las palizas por el miedo al “qué dirán”.

No obstante, ¿saben lo que más me preocupa?... Pues el que estemos tan acostumbrados a estos espectáculos circenses que, al final de cada debate, bloque de noticias o titular en los medios, ni siquiera movamos una ceja en señal de desacuerdo. Hace unos días, un airado lector reclamaba, en mayúsculas y con signos de admiración, MAYOR RIGOR, por parte de este medio, a la hora de dar una noticia. Loable empeño, si no fuera porque lo que en verdad buscaba el lector ?tal y como se desprendía del resto de su escrito- era justificar la enésima salvajada dialéctica de uno de los líderes políticos isleños.

Me parece bien que reclamen RIGOR, uno de los principios básicos de esta profesión, pero no estaría mal que les pidieran a sus líderes carismáticos ese mismo rigor a la hora de ponerse delante de los medios. El papel, las ondas y los formatos digitales lo aguantan todo, pero a la “pequeña” inteligencia de muchos ciudadanos le cuesta digerir tanta barbaridad.

Al final, a los mentados analistas mejor les hubiera ido si hubiesen cambiado los grandes “palabros” con los que nos han perseguido durante las últimas semanas por un mensaje más directo como No me mientas, que te creo.

Es más claro, y no conduce a engaños, ni a malas interpretaciones. Como debe ser.

Eduardo Serradilla Sanchis

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