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La proscripción del retrete

José A. Alemán / José A.Alemán

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Ya estaba yo por telefonear al mastro Juan que todos tenemos en nuestras vidas cuando desistí de la reforma doméstica por no poder cargarla al erario público. Debía arriesgarme y deposité entonces mis esperanzas en que el revival fascista sea un cuento chino soriano. Y perdonen los chinos la comparación de sus fantasías poéticas con la mala prosa del viceimputado.

Me concentré, ya digo, en los baños paulianos y estaba imaginando lo que sería lavarse los dientes y escupir en nobles, por caros, materiales cuando comprendí de golpe las razones de la reserva pauliana, que son las mismas que determinaron el desuso de la palabra “retrete”. Ésta es de estirpe provenzal o catalana y designa, según los diccionarios de mayores miramientos eufemísticos, el “lugar donde se exonera el vientre”. Recordé entonces que las personas educadas recurrieron al término “escusado” para proscribir “retrete” no porque les resultara malsonante sino por su función específica de la que ni ellas pueden exonerarse una o dos veces al día.

No es que uno presuma de cagar mierda inglesa como la gente fina, pero confieso que contribuí a que “retrete” pasara a mejor vida. Una responsabilidad de la que pretendí exonerarme, miren por dónde, con el convencimiento de que si pregunto siempre en lugares públicos por el “baño” se debe sólo a que la modernidad higiénica añadió lavamanos, ducha, bañera, bidé y lo que ustedes quieran, desterrando, definitivamente “retrete” y hasta “escusado” al convertirse en pieza de conjunto. La única posibilidad de resurgir del palabro es su uso financiero porque he oído lamentarse a más de uno lamentarse de que sus ahorros “se fueran por el retrete” con la crisis.

Estas y otras reflexiones sobre el secreto presidencial que envuelve las reformas paulianas me hicieron ver, sin embargo, que el verdadero motivo de que pregunte yo por el “baño” en lugar de por el “retrete” está en mi infancia tan lejana que aun no perteneciendo todavía a la noche de los tiempos, se le acerca bastante. Recordé, en fin, que lo llamaban “escusado”, como apunté. O sea, podría alegar en mi descargo que el abandono de “retrete” fue inducido. Aliviado, decidí indagar un poco y supe que “escusado” viene de “escusa” y éste de “absconsus”=escondido, oculto; como lo son, o eran, todos los retretes a excepción de las letrinas cuarteleras de mi mocedad que no respetaban los derechos humanos; aunque cualquiera se lo decía a los militarotes de la época.

Ahí se hizo la luz. Comprendí, quiero decir, que Paulino se atiene con su secreto a la noción de oculto, escondido, reservado, de acuerdo con las tradiciones isleñas; no cabía esperar otra cosa de un nacionalista. Pero hace trampa al extender a todas las piezas del baño el carácter de oculto y escondido que corresponde estrictamente al “escusado”. Se empieza así y se sigue con partidas presupuestarias innominadas para mejor proveer a los amigos, si bien creo que éstas son anteriores. Oculta Paulino, sabrán, el nombre de la empresa encargada de la obra y aunque asimismo entiendo que desee recurrir a una firma de absoluta confianza en su entorno ático, se me ocurre decirle que los menestrales grancanarios tampoco se dedican a camuflar micros que lo espíen mientras se aquella por las mañanas.

Me quedo, en fin, con el personaje de Calderón que “entró a lo más escondido/ de un marañado retrete?”, en el buen entendido de que “marañar” es enredar cosas y asuntos y de cuan improbable resulta que don Pedro se refiriera a la política canaria. San Malaquías sólo hubo uno y se ocupó de los Papas.

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