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Protectorado(s)
Para Moscú, la escisión, véase atomización del exiguo territorio ocupado actualmente por la República de Serbia, constituye una agresión contra el cacareado concepto de paneslavismo, principal eje de las relaciones privilegiadas entre Rusia, Serbia y Bulgaria. Los rusos, libertadores en el siglo XIX de los principados eslavos anexionados durante siglos por el Imperio Otomano, suelen aprovechar al máximo la pervivencia de los lazos fraternales que mantienen a los países eslavos de la región en la orbita cultural (y política) de Moscú. No hay que extrañarse, pues, al comprobar el rechazo por parte del Kremlin del plan de autogobierno (léase independencia) de Kosovo, elaborado por el ex presidente finlandés Martti Ahtissari, enviado especial de las Naciones Unidas en la región. Tampoco deben sorprender las advertencias del personal diplomático adscrito a la Secretaría General de la ONU, buen conocedor de los entresijos de la crisis kosovar, generada no sólo por la política de limpieza étnica del ex presidente serbio, Slobodan Milosevic, sino también por extraños y ocultos intereses de grupos de presión albaneses y el intervencionismo nada altruista de la diáspora radicada en Occidente, que aprovechó el conflicto para lucrarse con tráficos de toda índole.Conviene recordar que la crisis de Kosovo, desencadenada a comienzos de 1998 por un operativo de limpieza étnica llevado a cabo por el ejército de Belgrado, no fue el detonante del desmantelamiento de la ex Yugoslavia. La república federativa creada a finales de la Segunda Guerra Mundial dejó de existir el 1991, cuando Alemania y la Santa Sede se apresuraron en reconocer la independencia de Croacia. Fue éste el preludio de la guerra entre serbios y croatas, que desembocó en el conflicto interétnico de Bosnia. La región de Kosovo, cuyos pobladores son, en su gran mayoría, musulmanes de origen albanés, se caracterizó durante décadas por ser uno de los enclaves rebeldes de Yugoslavia. Entre 1974 y 1989, los casi dos millones de kosovares contaron con un estatuto de autonomía especial, inimaginable en otras repúblicas de la Federación. Lo cierto es que Belgrado no quería deshacerse de este territorio, que reviste un significado especial para la historia los serbios. En efecto, la batalla de Kosovo de 1389 fue la primera gran derrota infligida a los cristianos ortodoxos por los ejércitos otomanos. Kosovo forma parte de la memoria colectiva, de la tradición literaria de los pueblos eslavos de la región. En la primavera de 1999, cuando la OTAN lanzó su ofensiva contra las tropas de Milosevic, se habló insistentemente de la necesidad de convertir esta provincia en una especie de protectorado de la ONU. O de la OTAN, o de la UE. Pero las autoridades yugoslavas se negaron a firmar los Acuerdos de Rambouillet, la paz deshonrosa impuesta por los occidentales. Desde entonces, la presencia militar y política de la ONU/OTAN se ha perpetuado en el territorio conquistado por el contingente euro-atlántico. Algunos politólogos se preguntan si la precipitación de Bush en reconocer la independencia unilateral de Kosovo no constituye, en definitiva, un arma de doble filo, ya que incitaría a la adopción de idénticas medidas en otras regiones conflictivas. Para Ignacio Ramonet, director del rotativo Le Monde Diplomatique, la lista es excesivamente larga, pues habría que asumir la independencia de Palestina (Israel), el Sáhara occidental (Marruecos), Transnistria (Moldova), Kurdistán (Turquía/Irak), Chechenia (Rusia), Abjasia (Rusia), Nagorno Karabaj (Azerbaiyán), Taiwan (China), y ¿por qué no? algún que otro territorio del Viejo Continente. Aunque subsiste el interrogante: ¿naciones independientes o simples protectorados? Insólita pregunta para los analistas del siglo XXI...* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París) Adrián Mac Liman *
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