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No se puede jugar con cosas tan serias

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Fueron momentos en los que los colegios universitarios “de la Complutense” se gastaban un millón de pesetas de los de antes ?hace quince años- en organizar cada una de sus fiestas ?tres por año- mientras que la mayoría de las facultades se caían de puro viejo.

Fueron momentos en los que un equipo deportivo de la universidad dilapidaba los recursos del resto, bajo la excusa de que aquello daba buen nombre a la universidad.

Lo triste, como suele pasar en estos casos, es que aquel rector de triste recuerdo se fue como había venido, sin que nadie le reclamara por los desmanes cometidos durante su desgobierno.

Por ello, mi experiencia con la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria se limitaba, hasta el año 2002, a una serie de reuniones para organizar un aula de cine, la cual luego se terminará montando con resultados más que desiguales, por decirlo de una forma educada y poco más.

Lo cierto es que hace ocho años, por los avatares del destino y por mi relación personal con mi pareja, regresé a la escena universitaria, en especial en su parcela más desesperante, la administrativa.

Por aquellos tiempos, mi pareja estaba tramitando un año de Erasmus, el cual debió superar muchos baches y bifurcaciones, sobre todo por la peculiar forma que la Universidad de Las Palmas tenía de hacer las cosas. Desde listas que cambiaban de un día para otro ?sin mediar palabra alguna por parte de los responsables-, profesores que no acudían a sus horarios de tutoría ni cuando se equivocaban, hasta terminar por las largas esperas, en pasillos oscuros, fríos y sin un mal sillón en el que sentarse, aquellos meses me enseñaron, de una manera muy diáfana, cómo se las gastaban en la Universidad de Las Palmas.

Afortunadamente, y entre tantos inconvenientes, malos modos e improperios de personas cuya función es atender al público, sean alumnos o no, siempre aparece alguien con las ideas claras y capaz de buscar soluciones y no generar más problemas.

El recuerdo de aquella persona, un profesor de origen alemán -el cual acabó por saludarme cuando nos encontrábamos delante de la puerta de su despacho- ha permanecido en mi memoria y nunca pensé que me lo volvería a encontrar leyendo canariasahora.es

Sin embargo, la vida, más bien, la sociedad humana, tiene una forma muy caprichosa de hacer las cosas.

De ahí que esta mañana, al abrir el periódico me encuentro con la foto del mencionado profesor, Detlef Reineke, bajo un titular que reza Huelga de hambre por “mobbing” en la ULPGC .

En el artículo se detalla el rosario de problemas que ha debido sufrir el profesor, en especial durante el mandato de otro rector, tan poco magnífico como el engendro que debí sufrir en mi etapa universitaria madrileña.

Los disparates que relata el artículo, sobre todo hasta el año 2006, son dignos de figurar en un catálogo, no de especies protegidas, sino de esas barbaridades que son tan comunes en nuestra geografía. Lo peor es que, con el cambio de rectorado, las cosas no han mejorado, tal y como se prometió en su momento.

Tengo claro que en toda historia hay muchas vertientes, y cada cual defiende lo que le conviene. Lo que sí sé, dado que he hablado con más de tres fuentes -como mandan los libros- es la “peculiar” forma en la que el anterior equipo rector manejaba los designios de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Al final, entre muchos y sonados disparates, eran capaces de organizar actividades sin contar con los propios alumnos, algo absolutamente demencial. A fin de cuentas, aquella universidad estaba para otras cosas, además de para ¿tratar de formar a los alumnos que acudían a las aulas?

Sea como fuere, leer una noticia como ésta me demuestra que nuestra sociedad debería cambiar en muchas cosas, en especial en el concepto que se tiene del uso del poder. Si es cierto que los problemas de este profesor se deben a redecillas y/o celos, y/o envidias de quienes no saben hacer uso del poder que se les ha concedido, tenemos un serio problema.

Grave es que cualquier cargo público dilapide el dinero de los contribuyentes en majaderías sin sentido ¿quieren ejemplos prácticos?... Mucho peor es que una persona anteponga su antipatía a los méritos académicos de un profesor.

Ignoro si el profesor Reineke cumple con todas sus obligaciones como enseñante, pero, por lo menos, cumplía con sus obligaciones como vicedecano de Relaciones Internacionales.

Recuerdo el día en el que le entregó a mi pareja una carpeta llena de faxes -muchos de los cuales había que mirarlos colocándolos en una ventana- y unos programas de estudios de hacía varios años. Ante el estado de todo aquel material, con el que, a duras penas, pudimos rellenar el listado de las asignaturas que solicitaban en la universidad extranjera a la que mi pareja quería acudir, Reineke se comprometió a conseguir un listado actualizado, algo que hizo a los pocos días.

Fue una pequeña “gran” ayuda, en medio de un sistema, y una universidad ?la de Las Palmas de Gran Canaria- que consideraba a todos los estudiantes de Erasmus unos caraduras cuya única intención era pasarse una temporada fuera de casa sin dar golpe.

Puede que el profesor Reineke pensara de la misma manera, pero, por lo menos él, si lo pensaba, no se comportaba de tal forma.

Quiero pensar que todo se solucionará de la mejor y más sensata forma posible, pero no deberíamos perder de vistas este tipo de sucesos. La universidad es una pieza fundamental para nuestra sociedad y quienes la utilizan y prostituyen en busca de su interés personal nunca, nunca, deberían llegar a ningún tipo de cargo de responsabilidad. Si sus miras son otras, pues mejor para ellos, pero no se puede jugar con cosas tan serias.

De no cambiar la situación, lo que le ha pasado al profesor Reineke se volverá a repetir y quienes lo padecerán serán unos estudiantes que verán sus posibilidades de aprendizaje aún más mermadas.

Eduardo Serradilla Sanchis

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