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Putin es uno de ellos

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Me resulta muy curioso observar cómo la derecha en nuestro país, y especialmente la extrema derecha, agita el fantasma del comunismo y se lanzan a proclamar un manido mantra con el único fin de marcar distancias con Putin.

Se condena la agresión a la soberanía nacional, pero se evita arremeter directamente contra Putin. Y en esto coinciden Le Pen, Salvini, los ultras alemanes y Santiago Abascal. Todos mantienen una conexión política evidente y comparten, al menos, tres rasgos ideológicos bien definidos: un nacionalismo exacerbado, un conservadurismo moral muy notable (matrimonio homosexual, eutanasia, derechos de las mujeres o modelos de familia) y una mirada escéptica y hostil hacia la Unión Europea.

Pero esto no es nuevo. Ya en 2014, en plena anexión de Crimea por parte de Rusia, el diario alemán Bild hizo público un documento procedente de los propios servicios de inteligencia rusos titulado Putin, líder del conservadurismo internacional, en el que se destapaba una estrategia para tejer una red europea de populismo de derechas a través de la cual influir en la política alemana, francesa y del sur de Europa.

La maniobra, diseñada por el Centro de Comunicaciones Estratégicas de Rusia, financiaría la creación y desarrollo de partidos de extrema derecha en el corazón de Europa, con el objetivo de desmembrar a la Unión Europea, que es vista desde el Kremlin como una amenaza estratégica desde que incluyó a buena parte de los países del este. 

En 2016, la ONU alertó del auge del fascismo en Europa y cómo los partidos tradicionales normalizaban un discurso ultranacionalista, conservador, identitario y racista de corte autoritario. ¿Les suena de algo?

Más recientemente, el Comité Especial de la Eurocámara, aprobó un informe titulado Interferencias extranjeras y desinformación, en el que también se alerta de la amenaza que supone, para los intereses de la UE, la fuerte vinculación y dependencia de la extrema derecha con Putin.

Y entre las bambalinas, orquestando la estrategia, se encuentra el analista y asesor de Putin, Aleksandr Dugin, quien ha sido el nexo de conexión del Kremlin con neofascismo húngaro del Jobbik, con los neonazis de Amanecer Dorado en Grecia, la extrema derecha austriaca del FPÖ, los flamencos de Vlaams Belang y o con el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, como así se explica en la obra Patriotas indignados de los autores Francisco Veiga, Carlos González-Villa, Steven Forti, Alfredo Sasso, Jelena Prokopljevic y Ramón Moles (Alianza Editorial, 2019).

La extrema derecha ha aprendido a mimetizarse con su entorno. Está dejando de raparse la cabeza y cada vez emplea menos el saludo romano; ahora se pone traje y corbata.

Y como asegura Steven Forti en otra de sus obras titulada Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla, el fascismo, disfrazado de democracia, no solo ha entrado en las instituciones y comienza a tener un mayor peso, sino que pulula por Internet y gangrena las redes sociales, normalizando así su discurso e ideología, para corroer la democracia desde dentro. De aquellos polvos, estos lodos.

Ya lo dijo, durante la primera guerra mundial, el senador estadounidense Hiram Johnson: “La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. Y la verdad es que Putin es uno de ellos.

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