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Quasi iniuriam facere
Los principios sobre los que se había fundamentado el ejercicio de la vida pública en la república romana habían tomado como referencia la idea de “servicio”. En un contexto de gobierno de la oligarquía, la aristocracia que ya tenía la vida resuelta a través de sus propiedades, entendía la participación en las magistraturas como una extensión de sus obligaciones para la ciudad. Eso ha llevado a que se interpretara como un “honor” el desempeñar las funciones políticas y religiosas en las que se había concretado el gobierno de la ciudad de Roma tras expulsar a su último rey en el año 509 a.C.
Cuando Roma se lanzó a la conquista de los territorios itálicos, y posteriormente acabó apoderándose de buena parte del mundo conocido de su época, los valores que habían servido para administrar una ciudad, se mostraron insuficientes. La moralidad con la que se interpretaba el servicio público, fue poco a poco siendo sustituida por una progresiva apropiación de la política, en la que algunas familias interpretaron que aquello que se había conseguido con tanto esfuerzo (de todos, principalmente de las gentes de la plebe que había muerto combatiendo en las legiones) debía servir para satisfacer las ambiciones más personales por encima del bien público. La corrupción se fue haciendo hueco en la república romana y quienes debían haber sido los principales responsables en detenerla, facilitaron todos los medios para que este cáncer se extendiera, como una metástasis por todo el cuerpo burocrático.
La enorme complejidad del sistema político-administrativo-económico del Imperio Romano permitió que desde dentro y desde fuera se encontraran todos los mecanismos imaginables para que la corrupción y los corruptos se beneficiaran de él. Por una parte, la delegación de poder en particulares con un débil o ambiguo control de responsabilidades, junto con la fusión de intereses entre lo económico y lo político por parte de grupos íntimamente relacionados (senadores y caballeros) hizo inevitable que, a pesar de la amplia legislación penal contra los delitos de corrupción, ésta se alimentara del propio sistema que la perseguía. La importancia de este tipo de delitos se acrecienta si consideramos que están protagonizados por aquellos individuos que inicialmente habían sido escogidos de entre los más preparados y mejor situados de los romanos. Ellos mismos se denominaban los “optimi” (los mejores), de ahí que tenga aún más valor el adagio atribuido al obispo Marción que dice: corruptio optimi pessima (la corrupción de los mejores es peor). El grado de impunidad al que se acabó llegando en los momentos finales de la república llevaron a Salustio a describir el ambiente político previo a la conocida conjuración de Catilina como: quasi iniuriam facere id demum esset imperio uti (como si hacer una injusticia, esto realmente fuese usar del poder). Aprovecharse de los entresijos del poder, para elaborar las maniobras que permitan eliminar a los oponentes parece haberse convertido en un acontecimiento que ha adquirido recientes titulares de prensa. Sin embargo, nunca está de más mirar hacia atrás, conocer dónde parecen inspirarse a veces quienes protagonizan hoy en día estos hechos condenables. Si aquellos que han sido puestos en una posición de liderazgo, sucumben a la corrupción de sus bases morales, sus consecuencias son mucho peores… y, ahora que cada uno piense si todavía no hay cosas que podamos aprender de la Antigua Roma.
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