Non per multitudinem uincendos hostes

Una mujer palestina, entre los escombros tras los bombardeos israelíes sobre la ciudad de Gaza del 10 de octubre de 2023

Israel Campos

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Cuando miramos hacia la historia del estado de Israel, no podemos dejar de sorprendernos de cómo se repite una constante a lo largo de casi tres mil años: la permanente lucha por mantener un territorio que siempre fue apetecido por todos los imperios que han controlado de una forma u otra esa zona de tránsito obligado que fue el levante mediterráneo antiguo. Los textos sagrados judíos se forjaron por la necesidad de definir la identidad de un pueblo (o varios de ellos) en torno a la veneración de un dios y su vinculación a una determinada porción de tierra. De hecho, su frágil entidad política se mantenía haciendo equilibrismos entre preservar la unidad política y no ser fagocitados por asirios, babilonios, persas, macedonios, seléucidas, romanos, bizantinos, etc. Periódicamente, los profetas describían la ocupación de turno como un castigo por los pecados de sus gobernantes o de todo el pueblo judío. Y la promesa permanente era la de que surgiría un “mesías”, un elegido, que guiaría al pueblo para quitarse de encima el yugo del ocupante y devolvería la libertad y la independencia. Pero en lo que también coinciden, tanto los textos bíblicos como las fuentes históricas, es que ninguno de esos momentos de lucha por la libertad sería pacífico. Al contrario, son numerosos los episodios de luchas sangrientas lideradas por cabecillas más o menos mesiánicos que arrastraron al pueblo judío a embarcarse en guerras asimétricas; en las que, de entrada, tenían todas las de perder. En algunos casos con cierto éxito, como la protagonizada por Judas Macabeo en el 166 a.C. contra los seléucidas y que llevó después de treinta años a la instauración del reino de Judea. Otras no pudieron alcanzar su objetivo: las dos revueltas judías contra el dominio romano (66 – 73 d.C. y 132 – 135 d.C.) tuvieron como resultado tanto la destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén, como la muerte de un importante número de judíos (hombres, mujeres, niños, ancianos) que durante años se alzaron para resistirse contra la ocupación romana y sus abusos. En cada uno de estos casos, la desproporción entre los alzados judíos y el ejército ocupante era tan enorme, que solo podemos suponer que la motivación que pudiera llevar a quienes se enfrentaran a una muerte segura fuera la desesperación y el deseo de encontrar una forma de vivir o morir dignamente. A pesar de que la literatura posterior ha revestido estos episodios de un componente religioso, hay que ponerse en el lugar de aquellas personas para comprender que, por encima de cualquier consideración espiritual, la pérdida de toda expectativa para poder salir adelante termina por disolver cualquier impedimento para lanzarse a una acción desesperada. 

Quien mejor dejó constancia de la historia antigua del pueblo judío fue Flavio Josefo. Este judío, llamado primero Yosef ben Matityahu, había participado en la revuelta iniciada al final del mandato del emperador Nerón, que tomó a los romanos casi siete años finalizar. Capturado a comienzos del conflicto, pasó a ser esclavo del futuro emperador Vespasiano y tras su liberación escribió numerosos libros sobre las guerras en las que se habían visto inmersos los judíos. Para los historiadores, Josefo es la contraparte para poder contrastar la historia de los judíos frente a lo que cuentan los textos bíblicos. Cuando describe cuál era el ambiente que motivaba a quienes se atrevían a enfrentarse a ejércitos más numerosos y poderosos que ellos, señala: Non per multitudinem uincendos hostes (Flavio Josefo, Antigüedades Judías, XII, 287): es decir: “la victoria no estribaba en el número elevado de soldados”. 

El actual estado de Israel no ha dejado de reproducir esta dinámica de supervivencia a través de la lucha armada. Sin embargo, en su proceso reciente de conformación ha creado un paralelismo antagónico con lo que fue su propia historia antigua, por medio de la traslación hacia la población palestina de la motivación que movió sus pasados episodios de rebelión. La guerra en Palestina nunca ha terminado desde que estalló en 1948 con la declaración del estado de Israel. Lo que ha habido en los últimos 75 años es una reactivación periódica de un conflicto que no ha encontrado solución válida para, al menos, una de las partes. La reactivación de las hostilidades, con toda la crueldad que siempre tiene todo empleo de las armas y que cuando afectan a población civil son siempre condenables, vuelve a dar actualidad mediática (que es la que parece que solo nos interpela) a una situación de desesperación a la que se ven abocadas las poblaciones palestinas que están recluidas en guetos o son hostigadas de forma periódica por una fuerza de ocupación en los territorios que teóricamente están bajo control de la autoridad palestina. 

La respuesta sobredimensionada que se está produciendo en estos momentos bajo el amparo de la “legítima defensa” no trae ninguna solución al conflicto, más allá del tan manido “ojo por ojo”, y que viene a pagar con sangre de población igualmente inocente, la propia situación de inestabilidad política en la que ha quedado el gobierno de Israel tras la salvaje incursión bélica de las fuerzas de Hamás. Quien piense que la respuesta desproporcionada de las fuerzas de Israel, arrasando un territorio entero, atacando de forma indiscriminada a la población de Gaza, obligando a un éxodo masivo e incontrolado bajo la desesperación de salvar la vida y abandonar lo poco se tiene y sin ningún objetivo preciso más allá de la deshumanización del enemigo, va a crear un entorno más seguro para los próximos años, es que no conoce el conflicto palestino-israelí, ni tampoco conoce la historia. Si se acentúa aún más la situación de desesperación que ya vive la población palestina después de tres generaciones que han vivido la Nakba y la ocupación, solo se estará creando más caldo de cultivo para tener aseguradas otras tantas generaciones de palestinos dispuestos a enfrentar a quien consideran su invasor, porque la otra alternativa no los lleva a ningún lado. Y eso, ya lo vivieron los judíos en su propio territorio a lo largo de su historia antigua. 

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