Quintero, el quinto beatle

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Se pasa mal cuando empiezan los relentes nocturnos y no te pilla preparado. “Escalofríos tuve”, me dijo un conocido de verdad, de los que existen, que se dedica al sexado de pollos en Pozuelo de Alarcón. “Mi señora me quería poner una manta eléctrica…”. Ya no se usa lo de señora. La última vez que lo escuché fue en boca de una publicitaria implicada, pero no castigada, en la Gurtel; me lo soltó en el gran vestíbulo del Teatro Real: “La señora de Cual”, cual era un conocimiento suyo y de su marido, también metido en pantanos y aceites. Ellas son así, y ellos más.

A pesar de todo, ha habido “señoras de” muy importantes, interesantes, bellas y revolucionarias. Por ejemplo, la señora de Woolf, de Leonard Wolff, Virginia, cuyo apellido de soltera era Stephen. Por eso, con el relente nocturno, me trasladé al número 46 de Gordon Square, en Bloomsbury, Londres, igual que Virginia y sus hermanos lo hicieron en 1904, a la muerte del padre. Mi padre se murió en 1989, con lo cual he rescatado el libro del sobrino de Virginia, Quentin Bell, y he superado el frío incipiente con su lectura. “El grupo de Bloomsbury” se dice, y ese grupo es lo que algunos desavenidos de la realidad quisimos ser con la veintena, más o menos. Así se lo conté a mi hijo la primera vez que visitamos Londres juntos y nos imaginamos a Keynes, Rusell, Strachey, tantos otros, y Virginia, claro, la reina de las amapolas, entrando en aquella casa de tres plantas, y en otras del barrio que hicieron suyo. Bloomsbury es el penúltimo elemento de la irrealidad juvenil. “Te luce, te luce bien” dijo el señor de sin manta eléctrica. “¿Varón o hembra?”, le contesté. Ávido de lo que nunca fue, rebusqué en librerías la singular biografía de Virginia que también escribió su sobrino, y apareció en la excelente traducción de Marta Pesarrodona, la compañera de Gabriel Ferrater, que no señora de.

El ansia de Bloomsbury se tropezó con la muerte de Jesús Quintero. “Vaya vuelta de verano de muertes que llevamos”, refunfuñó con dos pollos en la mano. “Siempre me pareció el quinto beatle, por edad, dignidad y por supuesto, desgobierno. Esa ñoña canción de Paul que le acompañaba, le hizo bien”. A veces me siento de verdad en la segunda planta del 46 de Gordon Square, con una pipa, un escocés, los óleos y pinceles robados a Fry, y la chimenea crepitando. Siempre un placer.

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