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Respuestas sin titubeos

21 de marzo de 2021 15:27 h

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Algunos hechos recientes sucedidos en países y foros europeos ponen de relieve que no se puede estar cruzados de brazos ante la agitación creciente de organizaciones ultraderechistas. Hay que reflexionar, de acuerdo, sobre cómo deben los demócratas y los moderados con formaciones de derecha extrema que no dudan en provocar o imprimir audacia a sus iniciativas y acciones con tal de llamar la atención y hacer, sobre todo, exhibiciones de poderío y de fuerza.

Lo ocurrido en Sevilla, con el partido español que encabeza Santiago Abascal, a propósito de una rueda de prensa en espacio público y abierto convertida luego en un acto de distinta naturaleza y que ha merecido hasta la reprobación de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), se une a esos hechos aludidos al principio.

Veamos. Por un lado, los servicios secretos alemanes anunciaron la puesta formal bajo vigilancia de Alternativa para Alemania (AfD), principal partido de oposición en el Bundestag, con un 13 % de respaldo electoral en los comicios de 2017 y una presencia en el parlamento superior a noventa diputados. Se sospecha que intenta subvertir el orden constitucional.

Por otro, el Gobierno francés ha declarado ilegal la organización radical, xenófoba e islamófoba, Génération Identitaire, por promover y fomentar una ideología de odio.

Y luego, hay que consignar que el Partido Popular Europeo (PPE) forzó la salida de sus filas de la Unión Cívica Húngara (Fidesz), la formación del primer ministro, Viktor Orban.

Se trata de episodios con diversas características y los grupos afectados tienen diferencias entre ellos pero con rasgos comunes (el recorte de libertades y los excesos autoritarios son cada vez más inquietantes) que obligan a organizaciones civiles y políticas a no inhibirse ni arrugarse.

Y así como hay que alegrarse de la salida de Fidesz –aunque se reprueba la tardía decisión de la CDU alemana y del PP español, pero mejor tarde que nunca- también hay que valorar como positiva la determinación del ejecutivo francés: tolerancia cero para quienes, abusando de libertades, propician acciones y retóricas de previsibles consecuencias incendiarias. Se sabe cómo empiezan pero nunca cómo acaban. En cuanto a los alemanes, después de largas y densas pesquisas policiales y de los servicios de inteligencia, habrá que aguardar a resoluciones judiciales para contrastar la evolución de AfD.

En cualquier caso, es difícil acertar con la actitud y el proceder. Pero hace muchos años que dijimos que la democracia es para los demócratas y que en ella no tienen cabida quienes vienen a socavarla y reventarla. Diálogo y tolerancia, en búsqueda de soluciones a los problemas, no son cualidades precisamente de los extremismos de las derechas. El momento histórico es delicado y obliga a posicionarse. La cooptación a veces es una estrategia que puede dar frutos. Cordones sanitarios e ilegalizaciones son acciones de máxima gravedad democrática que no pueden decidirse a la ligera. Pero el paso siguiente es claro: no puede haber titubeos cuando son evidentes las pruebas de un talante democrático deficitario o un insatisfactorio compromiso con los valores constitucionales.

De acuerdo en que es complicado interactuar pero los demócratas, constitucionalistas y moderados deben analizar en profundidad y reflexionar para entender sin reservas que no se puede ni se debe ser pasivo o indiferente con el auge de este tipo de extremismos, sobre todo antes de que impongan su modelo. Hay que estar preparados.

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