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No, lo siento pero no mola
¿La razón?... Pues no se trata de llevarle la contraria a su autora, sino que, al llevar toda la vida formando parte de ese grupo de personas calificadas de tal forma, ?mucho antes del estreno de Star Wars- sé que no es fácil vivir siendo considerado así.
Lo mejor del caso es que quienes usan tal calificativo, no solamente ignoran su significado sino que no han visto -puede que ni siquiera hayan oído de la existencia- de una película llamada Freak y dirigida en los años treinta por el sensacional Tod Browning. De todas formas, mejor no dar ideas.
Bueno, a lo que iba, ser frikkie, friki o raro, da igual el calificativo que quieran utilizar, siempre ha sido un recurso muy socorrido para definir a quienes no tenían los mismos gustos de la mayoría, tan amante ella ?la mayoría- de la mentalidad del lemming, perdón del rebaño, perdón, de... pues de eso.
La mayoría, esa masa ingente de personas que presumen de pensar como una unidad y que disfrutan con las aglomeraciones, los tumultos y con la placentera sensación, cercana al orgasmo, de formar parte de un todo, tienen una peculiar forma de ver las cosas. Por ejemplo, pasar de la pelea dialéctica a la confrontación física, apalear agentes de la policía, destruir mobiliario urbano y otras nimiedades sin importancia forman parte de los gustos de la mayoría, sobre todo cuando dicha mayoría acude a disfrutar de espectáculos tan socialmente aceptados como es el deporte rey. En esos momentos, los frikkies somos todos aquellos que no entendemos “la pasión por los colores” y eslóganes por el estilo.
A modo de ilustración, ya conté un día que uno de mis profesores llamó a mi madre para decirle que yo prefería leer antes que darle patadas a un balón, algo a todas luces inaceptable en la mentalidad del mal llamado educador que me tachó de raro por no gustarme el fútbol.
Hasta donde yo recuerdo, nunca ha sido necesario movilizar a seis vehículos de la policía nacional, además de acordonar toda una zona con vallas metálicas, para recibir a los asistentes a un salón de cómic, pero para recibir a los aficionados de una determinada hinchada futbolera sí ?y yo fui testigo de tal suceso en el puerto de Santa Cruz de Tenerife hace tan solo unos años-.
Después están los calificativos merced a tu tamaño, color de pelo, delgadez o gordura, timidez y otra larga lista de recursos utilizados por los “gallitos” de rigor y su coro celestial de botarates. Tiene su gracia que se burlen de uno por llevar gafas cuando, salvo gloriosas excepciones, todo el mundo acaba llevándolas. O a causa del sobrepeso, dado que ahora muchos de los que presumían de su cuerpo lucen gordos y cebados como cerdos antes de San Martín. De igual forma, resulta patético ver como quienes se han pasado la vida tachando a los demás de raros son incapaces de construir un razonamiento y ya ni les cuento el escribirlo o expresarlo en público. Piensen, si no, en muchos cargos electos, los cuales, sin sus asesores al lado, no saben ni que hora es...
No obstante, los gustos siempre han sido la principal herramienta de burla esgrimida, a modo de justiciera tizona, por quienes se creen ungidos por la verdad absoluta de todo, lo humano y lo divino. Cada sexo tiene lo suyo, pero cuando uno prefiere una buena lectura, una buena conversación o una buena compañía a ser “un machito guardapolvos” las iras de quienes defienden a la mayoría, ésa que ni piensa ni nada que se le parezca, se tornan en rayos demoníacos propios del dios Hares.
Durante décadas, ser espectador de películas como Star Wars, Alien, Blade Runner ?sí, aunque ahora mole cantidad hablar de ella-, Tron o Star Trek te convertía en dos cosas. Primero, en miembro de un ghetto cultural y, segundo, en el blanco de quienes ni siquiera se habían parado a ver ninguna de estas producciones. Si, encima, te gustaban los cómics, las figuras, las naves o cualquier otra cosa relacionadas con ellas, mejor ni hablamos. ¿A quién se le podía pasar por la cabeza salir por la noche y hablar de tus gustos cuando lo que se llevaba era contar la borrachera de la noche anterior? No, más allá de despotricar del trabajo -y del jefe, por supuesto-, presumir de las conquistas salidas de la mente de Don Juan, o del dinero gastado en tal o cual aparato inútil y ostentoso, en las conversaciones nocturnas estaba vetado hablar de cine, de libros o de aficiones que no tuvieran que ver con un balón.
Dirán que soy un exagerado y yo les replicaría con que me estoy quedando corto. Tras cuatro década en este manicomio redondo que es el planeta Tierra creo que sé, de memoria, la lista de desprecios, tópicos, medias verdades y demás argumentos utilizados contra las personas que tenemos, según los miembros de la mayoría, gustos extraños, raros o simplemente, somos frikkies.
Ahora, con el estreno de la película The Social Network se habla mucho de nosotros, de lo que somos capaces y de cómo nos comportamos. Sí, es cierto, somos extraños, pero no menos humanos que quienes nos señalan con el dedo. Unos tienen la genialidad de Mark Zuckerberg. Otros crean universos como los que aparecen en Star Wars. Otros nos cuentan por qué los androides sueñan con ovejas eléctricas. Unos nos cuentan que los alien no se matan por un maldito porcentaje y otros que los verdaderos “Muertos Vivientes” no son los zombies, sino los humanos que no saben llevar sus vidas hacia ningún lado.
También están quienes escribimos sobre películas, sobre cómics, sobre figuras y tratamos de hacerlo lo mejor posible y sin meternos con nadie. Al final de The Social Network, una abogada le dice a Mark Zuckerberg que él no es un mal tipo pero se está comportando como si de verdad lo fuera. Como en todo hay frikkies y frikkies, al igual que no todos los que llevan gafas de pasta y se comportan de manera atolondrada son lo que parecen ser.
No, ser frikkie no mola, no, pero yo no lo cambiaría por nada, dado que ni me gusta la mayoría, ni me gusta tener mentalidad de lemming, perdón de borrego...bueno, no pensar por mi mismo, para entendernos.
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