Cuando los altos mandos militares callan y los servicios de inteligencia prefieren no facilitar, al menos aparentemente, falsas pistas a los medios de comunicación, cabe suponer que los contrincantes -en este caso concreto, dos países rivales de Oriente Medio, Siria e Israel- tienen interés en sellar un pacto de silencio. Es lo que sucedió después del rocambolesco operativo protagonizado por los reactores de la aviación israelí, que penetraron en el espacio aéreo sirio el pasado 6 de septiembre para llevar a cabo una misión ultrasecreta. ¿Se trataba de aniquilar una central nuclear edificada con el apoyo de los regimenes “terroristas” de Teherán o Pyongyang? ¿De unos almacenes de material atómico? ¿De un convoy de armas iraníes destinadas a Hezbollah? Lo cierto es que después del incidente, que provocó la ira de los políticos de Damasco, tanto sirios como israelíes optaron por echar tierra al asunto. Y ello, pese al inusual entusiasmo del New York Times y de la CNN, que barajaban la hipótesis de un enfrentamiento bélico sin parangón. En efecto, el ejército sirio es el único que suele poner la piel de gallina a los militares hebreos. Recordemos que durante el verano, los estrategas de Tel Aviv advirtieron sobre la inminencia de un conflicto entre los dos países. No sólo esta amenaza no se materializó, sino que hacia finales de agosto, el jefe de fila del Likud y ex primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, reveló la existencia de… consultas bilaterales destinadas a allanar la vía hacia un acuerdo de paz con el hasta ahora inflexible régimen de Damasco. La noticia provocó estupor y el establishment hebreo no dudó en tachar al ex primer ministro de “irresponsable”. Los analistas políticos occidentales estiman que la incursión contra Siria se inscribe en el ámbito de la sofisticada guerra a geometría variable contra el terrorismo, llevada a cabo en solitario por Israel, cuya maquinaria de propaganda logró convertir el “eje del mal” de George W. Bush en un nuevo eufemismo, el “triangulo del mal”, integrado por Irán, Corea del Norte y Siria. La provocación, puesto que de ello se trata, pretendía desencadenar una contundente respuesta bélica por parte de Damasco. Huelga decir que, en este caso concreto, Israel y su aliado transatlántico no coinciden en la evaluación de la supuesta peligrosidad del régimen sirio. Mientras Tel Aviv practica la política del palo, advirtiendo a los gobiernos de Damasco y Teherán que no está dispuesta a claudicar ante la hipotética “amenaza nuclear” iraní, Washington ofrece al régimen de Bashar el Assad una inesperada zanahoria, invitándole a participar en la próxima Conferencia Internacional sobre Oriente Medio, convocada por la Administración Bush. Aparentemente, Washington y Tel Aviv tienen en estos momentos intereses estratégicos diferentes o, mejor dicho, divergentes. Adrián Mac Liman