El vacío portugués

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Entre las idus de marzo y los vientos de agosto, surge el recuerdo de una eterna expedición desde las costas coruñesas a una isla del norte que después se llamó Irlanda. Allí, en el noroeste, hay un pueblecito, Mullaghmore, donde el IRA hizo volar, y mató, a Lord Mountbatten, quintaesencia del imperialista inglés y padre espiritual del actual Carlos III. Lucía de Sintra, egiptóloga en los ratos libres, estudiosa de todo durante las vacaciones, y dermatóloga con consulta en la rúa Garret de Lisboa, me escribe un tanto acelerada. Ha descubierto, dice, que cerca de ese pueblo irlandés naufragaron, en 1588, tres galeones españoles que formaban parte de la mal llamada armada invencible de Felipe II. Le respondo por correo electrónico, que llega tarde y mal, que es vieja historia que no interesa a nadie, y que, por favor, me recomiende pócimas y ungüentos para paliar la sequedad de la piel durante el otoño. Enfadada, me prescribe una crema con urea –por lo visto, son muy eficaces y están de moda: hasta se usa la urea como aditivo en la gasolina de algunos coches. Y después pasa a recordarme también que las naves españolas dejaron mucha pólvora, que esta pervivió durante siglos en buen estado y que los del IRA la utilizaron en parte para enviar a Mountbatten a los infiernos. Cree que deberíamos reivindicarlo en un momento de alta saturación británica y de necesario patriotismo español. 

De esta forma recordé lo que en una ocasión en el café la Brasileira, al pie de la consulta de Lucía, argumentó su marido: “Los portugueses sufrimos el vacío, una sensación entre ese Pessoa fundido que ves ahí sentado y las ansias imperiales de un pequeño país atlántico”. Sin duda, mi dermatóloga está presa del vacío portugués, una especie de siroco del alma que le aventura por las hipótesis más caballerescas y medievales. Un poco abrumado, le escribo por segunda vez, casi sin hacerle caso aunque con mucha educación. Al fin y al cabo, me cuida siempre, la piel y el espíritu, y me rejuvenece partir el año en el salón de su pequeño castillo portugués. Así nos vemos.

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